😱⛓️“El ídolo era un monstruo”: así cayó Fabbro, el futbolista que escondía crímenes impensables bajo su camiseta 🩻🚨
Jonathan Fabbro tenía todo.
Talento, fama, dinero, admiración.
En Cerro Porteño fue más que un jugador: fue símbolo, referente, figura casi sagrada.
Su zurda hipnotizaba, su visión de juego parecía de otro planeta y su conexión con los hinchas era casi mística.
Desde su llegada al club, encajó como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar.
El azul y grana le quedaban como una segunda piel.
Pero nadie imaginaba que debajo de esa camiseta latía una oscuridad que ni el más cínico de los críticos hubiera sospechado.
Todo comenzó a tambalearse cuando, en 2017, una denuncia anónima puso en marcha una investigación que parecía irreal: Fabbro había sido acusado de abusar sexualmente de una menor de edad.
En ese momento, la noticia fue minimizada por sus defensores.
“Una trampa”, “quieren arruinarle la carrera”, decían.
Pero el tiempo no miente, y la verdad —cruda, brutal, implacable— comenzó a aflorar.
Las pruebas no tardaron en aparecer.
Testimonios, conversaciones, videos.
Una evidencia más perturbadora que la anterior.
Fabbro no solo había abusado… lo había hecho de forma sistemática, con frialdad.
El escándalo cruzó fronteras.
De Argentina a Paraguay, de México a Chile, donde había dejado huella como jugador.
El ídolo se desmoronaba, y con él, la imagen que durante años se había construido como ejemplo de superación.
Pero lo peor estaba por venir.
Porque la víctima no era una desconocida.
Era una menor de su entorno cercano.
La revelación dejó al país sin habla.
Lo que era un escándalo mediático se convirtió en pesadilla nacional.
La justicia comenzó a actuar, y Fabbro pasó de dar entrevistas a esconderse.
Fue localizado y detenido en México por la Interpol.
El ídolo, esposado.
El líder azulgrana, escoltado por agentes como un criminal de alta peligrosidad.
Las imágenes de su detención recorrieron el mundo.
Ya no era el 10 carismático de los goles inolvidables.
Era un acusado con mirada perdida, en silencio, como si supiera que no había escapatoria.
Extraditado a Argentina, enfrentó un juicio cargado de pruebas devastadoras.
Y el veredicto no dejó lugar a dudas: culpable.
Fue condenado a 14 años de prisión por abuso sexual agravado.
La sentencia fue celebrada por quienes pedían justicia, pero aún dejó un sabor amargo entre quienes no podían creer que alguien que admiraban fuera capaz de semejante monstruosidad.
Y aún así, había quienes lo defendían.
Porque Fabbro no solo tenía talento: tenía aliados.
Su relación sentimental con Larissa Riquelme, la famosa modelo paraguaya que lo apoyó durante el proceso, se volvió un componente mediático más.
Ella juraba por su inocencia.
Él, desde la celda, seguía proclamando su versión.
Pero las pruebas eran irrefutables.
Y la justicia habló.
El escándalo desnudó muchas cosas.
No solo la hipocresía del mundo del fútbol, que muchas veces protege a sus estrellas hasta que ya no puede más, sino también la ceguera colectiva de una sociedad que idolatra sin preguntar.
¿Cuántas veces ignoramos señales? ¿Cuántas veces se minimizan denuncias porque el acusado “es famoso”? ¿Cuántos otros como él siguen libres?
En Paraguay, la camiseta número 10 de Fabbro dejó de tener dueño.
Nadie quiere cargar con ese peso.
En Argentina, su nombre quedó manchado para siempre.
Y en las páginas de la historia del fútbol, su legado será recordado no por sus goles… sino por la traición más infame.
Jonathan Fabbro pudo haber sido leyenda.
Eligió ser criminal.
Hoy, tras las rejas, ya no es ídolo de nadie.
Y el eco de su nombre ya no resuena en los estadios… sino en expedientes judiciales, informes forenses y pesadillas de quienes alguna vez confiaron en él.
Porque el fútbol puede perdonar un error… pero no el horror.