La rebelión que no debía existir: cómo Televisa aplastó al único que se atrevió a desafiar su trono en el fútbol mexicano
Todo comenzó cuando Jesús Martínez, convencido de que el fútbol debía pertenecer a los clubes y no a las corporaciones mediáticas, empezó a levantar la voz.
Desde su trinchera en Pachuca, habló de transparencia, de derechos equitativos, de un modelo de gestión independiente.
En público lo aplaudían, pero en privado, los pasillos del poder comenzaron a temblar.
Nadie desafiaba a Televisa impunemente.
Su dominio en la Liga MX no era solo económico, sino cultural.
Desde los contratos televisivos hasta la narrativa de los partidos, Televisa lo controlaba todo.
Y cuando alguien intentaba escapar de ese círculo, el sistema encontraba la forma de recordarle quién mandaba.
Martínez intentó negociar mejores condiciones para los derechos de transmisión de su equipo.
Quería diversificar, abrir la competencia, romper el monopolio.
Incluso coqueteó con cadenas extranjeras y plataformas digitales.
Pero cada paso que daba encontraba un muro invisible: árbitros que de repente erraban en momentos clave, campañas mediáticas que cuestionaban su liderazgo, decisiones de la liga que parecían diseñadas para aislarlo.
Los rumores comenzaron a correr.
Que Pachuca estaba siendo “castigado”.
Que los aliados de Televisa le habían cerrado las puertas en los comités.
Que la “mano invisible” del poder ya lo tenía en la mira.
En un mundo donde las alianzas lo son todo, Martínez empezó a notar cómo los apoyos se evaporaban.
Los mismos dirigentes que antes lo felicitaban por su gestión ahora evitaban mencionarlo.
Algunos clubes que simpatizaban con su causa se echaron atrás al sentir la presión.
“No conviene pelear con quien puede borrar tu historia de la televisión”, le habrían dicho en una reunión a puerta cerrada.
Porque en México, el fútbol no solo se juega en la cancha: se juega en los despachos, en las cabinas, en los contratos.
Y en ese juego, Televisa siempre ha sabido ganar.
Hubo un momento en que parecía que Jesús Martínez lo había logrado.
Pachuca levantaba trofeos, exportaba talento, y el modelo del “Grupo Pachuca” se convertía en un ejemplo de innovación.
Su éxito incomodaba, y su independencia aún más.
Algunos analistas decían que Televisa no podía permitirse un líder alternativo, alguien que demostrara que el fútbol podía ser rentable y honesto sin depender del gigante.
Fue entonces cuando empezó el contraataque.
De la noche a la mañana, las transmisiones del club comenzaron a perder espacio en los principales canales.

Las cámaras parecían ignorar sus victorias, los comentaristas restaban mérito a sus logros.
Las campañas mediáticas comenzaron a sembrar dudas sobre su gestión: que si había conflictos internos, que si su grupo estaba en crisis.
Todo perfectamente calculado para erosionar su imagen sin necesidad de un golpe directo.
El poder de Televisa no siempre actúa con fuerza bruta; actúa con silencio, con omisión, con olvido.
Martínez, fiel a su carácter, no se rindió.
Denunció el control mediático, pidió que se democratizara el fútbol, habló de justicia deportiva.
Pero sus palabras caían en el vacío.
En cada junta de dueños, su voz sonaba más aislada.
Los que alguna vez lo admiraron preferían mirar al suelo.
Poco a poco, el rebelde se convertía en un incómodo.
Dicen que hubo un punto de quiebre: una negociación fallida con los ejecutivos que todavía controlaban los derechos de transmisión.
Martínez se negó a aceptar las condiciones impuestas, apostando por su independencia total.
Fue su error más caro.
En los meses siguientes, los contratos publicitarios cayeron, los arbitrajes se volvieron inexplicablemente desfavorables y, lo más doloroso, el relato mediático lo pintó como un villano.
Así, Televisa no solo lo venció en los despachos, sino también en la percepción pública.
Sin embargo, el tiempo ha jugado a su favor.
Hoy, a pesar de las heridas, Jesús Martínez sigue siendo uno de los pocos dirigentes que se atrevieron a decir “no”.
Su historia es la de un hombre que quiso desafiar un imperio construido sobre pantallas y poder.
Aunque el sistema logró doblegarlo, nunca logró silenciarlo del todo.
Porque mientras otros aceptaban el juego, él intentó cambiar las reglas.

En los bares, en las gradas y en los foros de aficionados, su nombre se pronuncia con una mezcla de respeto y tristeza.
“Martínez se metió con los intocables”, dicen algunos.
“Y pagó el precio”, responden otros.
Pero hay algo que nadie puede negar: su lucha expuso lo que muchos sabían y pocos se atrevían a decir.
Que en la Liga MX, el poder no siempre viste camiseta ni pisa el césped.
Hoy, mientras Televisa sigue marcando el ritmo del fútbol mexicano, la historia de Jesús Martínez queda como un recordatorio de lo que significa enfrentarse al sistema.
Porque en este país, quien desafía al trono del balón no siempre pierde en la cancha… pero casi siempre, termina golpeando el muro invisible del poder.