💔 El oscuro final de Gilberto Correa: la verdad jamás contada del presentador más querido de Venezuela
Gilberto Correa no fue simplemente un animador.
Fue una institución.
Durante décadas, su imagen representó la elegancia y el entretenimiento de alto nivel en la televisión venezolana.
Con su impecable traje y su voz firme, lideró el programa “Sábado Sensacional”, convirtiéndose en una figura amada y respetada en todos los rincones del país.
Millones crecieron viéndolo cada fin de semana, y su legado parecía intocable.
Pero tras las luces, aplausos y cámaras, se escondía un destino que pocos hubieran imaginado para una figura de su calibre.
A medida que los años avanzaban, la salud de Correa comenzó a deteriorarse.
Fue diagnosticado con Parkinson, una enfermedad progresiva que poco a poco fue limitando sus movimientos y su independencia.
Lo que podría haber sido una vejez tranquila rodeado de afecto y cuidados, se transformó en un escenario de dolor físico y emocional.
Pero el golpe más duro no vino del cuerpo, sino de las personas que lo rodeaban.
En 2022, Venezuela entera quedó en shock cuando se conoció que Gilberto Correa había sido víctima de un intento de envenenamiento.
¿El motivo? Su herencia.
La noticia explotó en medios: una de sus cuidadoras de confianza habría intentado suministrarle medicamentos no recetados con el fin de acelerar su muerte.
¿Por qué? Para poder quedarse con parte de sus bienes.
Las autoridades actuaron rápidamente, y la mujer fue detenida.
Pero el daño ya estaba hecho.
La traición, el miedo y la vulnerabilidad quedaron al desnudo.
El animador, que en el pasado fue rodeado de multitudes y cámaras, ahora vivía prácticamente solo, limitado por su enfermedad y enfrentando el peso del abandono.
Lo más devastador es que este crimen no ocurrió en silencio.
Fue expuesto públicamente, generando una ola de indignación en todo el país.
Muchos comenzaron a preguntarse cómo alguien tan querido, tan emblemático, había llegado a ese punto: a depender de extraños, a ser presa fácil de la codicia.
Amigos cercanos confesaron que Correa se había distanciado de muchos y que su vida privada se volvió hermética, especialmente tras su retiro de la televisión.
Pero el escándalo del envenenamiento solo fue uno de los muchos capítulos oscuros en sus últimos años.
En entrevistas pasadas, Gilberto confesó sentirse olvidado, como si el país le hubiera dado la espalda.
Sus apariciones públicas eran contadas, y aunque algunos medios lo recordaban con homenajes esporádicos, la sensación general era que Venezuela había dejado atrás a uno de sus íconos más importantes.
Esta desconexión entre el ídolo de ayer y la indiferencia del presente marcó profundamente su espíritu.
A pesar de todo, Gilberto Correa nunca perdió del todo su dignidad.
En sus pocas apariciones recientes, se le vio con una sonrisa serena, aunque sus ojos ya no brillaban como antes.
Seguía siendo el caballero que marcó una época, pero ahora con un rostro que contaba más historias de dolor que de alegría.
En una de sus últimas entrevistas, dijo una frase que resonó en todos los que lo escucharon: “No me da miedo la muerte, me da miedo que me olviden”.
Palabras duras, pero cargadas de una verdad que toca a cualquier figura pública que alguna vez vivió en el esplendor.
Hoy, Gilberto Correa sigue vivo, pero su historia ya está escrita como una de las más tristes del entretenimiento latinoamericano.
No por la falta de logros, sino por cómo la vida lo fue despojando de todo, hasta de la protección más básica.
De ser símbolo de alegría a convertirse en símbolo del olvido.
Su caída no fue por escándalos propios, ni por errores personales.
Fue víctima del tiempo, de la enfermedad y de un sistema que olvida rápido a quienes lo dieron todo.
Quizá lo más injusto es que aún quedan generaciones que lo recuerdan con afecto, pero que no saben lo que hoy enfrenta.
La televisión le debe más.
Venezuela le debe más.
Y su historia, por dolorosa que sea, merece ser contada para que nunca más se repita el silencio frente a un ídolo caído.
Porque la fama no es escudo contra la soledad.
Y Gilberto Correa es la prueba viviente de ello.