🩸🔫 “Entre narcos y toros”: La ejecución de Hugo Figueroa no fue un simple crimen… fue una sentencia anunciada
Era el 27 de enero de 2019 cuando Hugo Figueroa llegó al jaripeo organizado en Tarímbaro, Michoacán.
No era la primera vez que asistía, y para muchos, su presencia era sinónimo de espectáculo, lujo y poder.
Dueño del rancho La Misión y figura reconocida en el mundo taurino, Hugo se movía entre cámaras, admiradores y hombres que lo escoltaban discretamente.
Nadie imaginaba que esa noche sería la última vez que se vería con vida.
Pasadas las 20:00 horas, un comando armado irrumpió en el evento.
No era un simple asalto.
Era una operación cronometrada.
Testigos afirman que al menos quince hombres armados llegaron en camionetas, rodearon el lugar y comenzaron a disparar al aire.
El caos fue instantáneo: gritos, carreras, niños llorando.
En medio de ese infierno, los atacantes fueron directo por su objetivo: Hugo Figueroa.
Los escoltas intentaron resistir, pero fueron superados.
Uno de ellos fue asesinado en el acto.
A Hugo lo sacaron por la fuerza, lo subieron a una camioneta blindada y desaparecieron en cuestión de minutos.
El país entero quedó en shock.
Las noticias hablaban de un secuestro, pero quienes conocían de cerca el entorno sabían que no se trataba de un rescate cualquiera.
Era un ajuste de cuentas.
Y Hugo lo sabía.
Seis días después, el 2 de febrero, su cuerpo fue encontrado en una carretera del municipio de Huitzilac, Morelos.
Estaba tirado, con múltiples impactos de bala y signos de tortura.
Fue identificado por sus tatuajes y un anillo familiar.
La escena era un mensaje claro, violento y sin misericordia.
¿Por qué lo mataron? Las versiones son tan oscuras como el crimen mismo.
Una de las teorías más fuertes apunta a que Hugo Figueroa se había negado a pagar “derecho de piso” a grupos delictivos que operaban en la zona de Michoacán, una región donde la línea entre lo legal y lo ilegal es cada vez más delgada.
Otra versión señala que tenía información sensible sobre movimientos de dinero ilícito vinculados a figuras del espectáculo y la política.
Pero hay más.
Según investigaciones no oficiales, Hugo habría recibido amenazas semanas antes del ataque.
Su círculo más cercano le habría pedido suspender eventos públicos y reforzar su seguridad.
Pero Figueroa, terco y confiado en su poder, decidió continuar con su agenda.
“A mí nadie me toca”, habría dicho, según una fuente anónima cercana al rancho La Misión.
Su asesinato también revivió viejos fantasmas dentro de la familia Figueroa.
La sombra del narcotráfico ya había rozado al clan con los rumores que siempre persiguieron a Joan Sebastian.
La conexión de Hugo con esa figura amplificó el morbo y la especulación.
Algunos aseguran que el nombre Figueroa incomodaba demasiado en ciertas esferas del poder.
Tras su muerte, la familia guardó silencio absoluto.
Ninguna aparición pública, ningún comunicado formal más allá de lo necesario.
El rancho La Misión bajó el perfil y los eventos taurinos se suspendieron por tiempo indefinido.
Pero el legado de Hugo Figueroa quedó marcado por la tragedia, por la sospecha… y por una verdad que muchos intuyen, pero nadie se atreve a confirmar.
A día de hoy, su asesinato sigue impune.
Las investigaciones avanzan a paso lento, las versiones se contradicen y los testigos… desaparecen.
Pero el recuerdo de esa noche —la de los gritos, los balazos y la sangre sobre el ruedo— sigue vivo.
Porque la muerte de Hugo no fue solo la caída de un empresario.
Fue el final anunciado de un hombre que, tal vez, sabía demasiado… y dijo demasiado poco.