🕵️♂️ “No era rival, era veneno”: La guerra silenciosa entre dos ídolos del bolero explota décadas después 💥
Javier Solís, conocido como “El Rey del Bolero Ranchero”, siempre fue considerado un caballero intachable, de voz imponente y carácter reservado.
Enrique Guzmán, por su parte, representaba lo opuesto: rebelde, irreverente, con una energía juvenil que lo catapultó como uno de los pioneros del rock en español.
A primera vista, parecían simplemente dos estilos distintos, dos caminos paralelos en la música.
Pero lo que nadie sabía era que, en realidad, entre ellos se gestaba una tormenta silenciosa.
Todo comenzó en los años 60, cuando ambos artistas empezaron a coincidir en programas de televisión, eventos de premiación y giras organizadas por las disqueras.
Mientras Javier Solís se enfocaba en su interpretación emocional y disciplinada, Enrique Guzmán era un torbellino de excesos y declaraciones provocadoras.
Los choques no tardaron en surgir.
Según fuentes cercanas, Solís no soportaba la actitud arrogante de Guzmán, a quien consideraba un irrespetuoso con la tradición musical mexicana.
Pero lo que parecía un simple choque de egos, pronto escaló a una animadversión que nunca se hizo pública… hasta ahora.
Un asistente de producción retirado, que trabajó en varias grabaciones de “Siempre en Domingo”, reveló recientemente que en más de una ocasión fue testigo de la tensión insoportable entre ambos.
En una de esas ocasiones, Guzmán habría hecho comentarios burlones sobre la música ranchera, justo antes de que Solís saliera a cantar.
“Lo ranchero ya huele a muerto”, habría dicho Guzmán en tono sarcástico, provocando una furia contenida en Javier que, según testigos, interpretó su canción esa noche con una intensidad inusual, casi al borde del llanto.
Pero el verdadero punto de quiebre llegó con una traición inesperada.
Se dice que a principios de 1966, Solís estaba en negociaciones para grabar una colaboración con una famosa cantante del momento, una alianza que prometía revivir su carrera y llevarlo a nuevos públicos.
Sin embargo, de manera repentina, el proyecto fue cancelado.
Semanas después, Enrique Guzmán lanzó un dueto con esa misma cantante, bajo el mismo sello discográfico.
A partir de ese momento, el distanciamiento entre ambos fue total.
Aunque Solís jamás hizo declaraciones públicas contra Guzmán, personas de su círculo íntimo confirmaron que el desprecio era real y profundo.
“No hablaba mal de muchos… pero de Enrique sí.
Decía que era una serpiente con micrófono”, confesó un viejo amigo de la familia.
Esa frase, hasta ahora desconocida, refleja el grado de desilusión y rabia que el cantante llevaba por dentro.
Para alguien como Solís, que valoraba el respeto, la lealtad y la pasión por la música mexicana, Guzmán representaba todo lo contrario: oportunismo, superficialidad y traición.
Enrique Guzmán, por su parte, nunca pareció darle importancia al asunto.
Incluso en entrevistas recientes, al ser preguntado por Javier Solís, responde con una sonrisa ambigua: “Era un hombre muy serio… demasiado”.
Esa frialdad al recordarlo ha generado aún más suspicacias, especialmente después de que en un especial biográfico transmitido hace unos meses, se expusieran fragmentos de cartas escritas por Solís en las que se refería a un “enemigo dentro del gremio que vende humo y pisotea la raíz de nuestra música”.
Aunque no menciona nombres, todos los que conocieron la historia supieron de inmediato a quién se refería.
La muerte prematura de Javier Solís en abril de 1966 impidió cualquier posibilidad de reconciliación o confrontación pública.
Y quizás por eso, la verdad quedó enterrada durante décadas, entre mitos, rumores y silencios cuidadosamente mantenidos.
Pero con cada nueva revelación, con cada testimonio que sale a la luz, la imagen pública de ambos empieza a cambiar.
El legado musical de Javier Solís sigue siendo intachable, pero ahora se comprende con una nueva dimensión: la de un artista que, además de luchar contra el tiempo y la enfermedad, también batalló contra la traición y la deslealtad dentro de su propio entorno.
Y Enrique Guzmán, aunque aún conserva seguidores fieles, no puede escapar de la sombra alargada de ese conflicto oculto, esa tensión no resuelta que hoy, más de medio siglo después, aún retumba como un eco incómodo en la historia de la música mexicana.
La pregunta que queda en el aire es simple pero perturbadora: ¿qué habría pasado si Javier Solís hubiera vivido lo suficiente para contar su verdad en voz alta? Por ahora, sólo podemos armar el rompecabezas con fragmentos, susurros y confesiones tardías.
Pero una cosa es segura: lo que parecía una simple rivalidad artística era, en realidad, una guerra fría alimentada por rencores, silencios… y una traición que cambió todo.