💔Del ídolo al olvido: así vive hoy Laureano Brizuela y la tristeza que rodea sus últimos años
Hubo un tiempo en que su nombre bastaba para llenar estadios.
Con su cabellera alborotada, su estilo entre el rock y el pop latino, y una voz que podía romper corazones, Laureano Brizuela fue uno de los artistas más importantes de los años 80 y 90 en toda Hispanoamérica.
“El Ángel del Rock”, como lo apodaban, conquistó escenarios desde México hasta Argentina, marcando generaciones con éxitos inolvidables como Sueños compartidos, El amor está en el aire y Te llevaré.
Pero hoy, a sus casi 80 años, su nombre apenas aparece en los medios y su vida es una que muchos catalogarían como triste y profundamente injusta para alguien que dio tanto.
Según fuentes cercanas, Laureano vive en un modesto departamento alejado del bullicio, en un barrio de Buenos Aires donde casi nadie lo reconoce ya.
Con problemas de salud que se han ido acumulando con el paso de los años, ha tenido que hacer frente a esta etapa de su vida prácticamente solo.
A pesar de haber sido uno de los rostros más codiciados de la industria musical, actualmente enfrenta dificultades económicas que lo han obligado a depender de pequeños shows esporádicos o colaboraciones ocasionales con artistas más jóvenes.
La parte más desgarradora de su situación no es la económica, sino el olvido.
Amigos, colegas y hasta algunos miembros de su familia se han ido alejando con los años.
“Cuando ya no eres útil para la industria, simplemente te borran”, dijo en una entrevista reciente con una radio local, donde habló con una sinceridad que rompió el corazón de quienes aún lo recuerdan con cariño.
“A veces pasan días enteros sin que suene el teléfono”, confesó con una risa amarga.
A pesar de su frágil estado físico, Laureano intenta mantener el ánimo alto.
Sigue componiendo, grabando maquetas en su pequeño estudio casero y soñando, aún a su edad, con un último gran concierto.
Pero los obstáculos son cada vez más pesados.
Las discográficas ya no lo buscan.
Las grandes cadenas lo ignoran.
Y las nuevas generaciones apenas saben quién fue.
Como si la memoria colectiva lo hubiera dejado atrás, enterrado bajo la avalancha de nuevos ídolos desechables que la industria lanza y olvida a la misma velocidad.
Sus seguidores más fieles, que aún existen aunque sean pocos, se han organizado en redes sociales para pedir un homenaje digno, un reconocimiento en vida a su legado.
Pero los medios tradicionales y las instituciones culturales siguen sin responder.
“Me gustaría irme sabiendo que algo de lo que hice valió la pena.
No necesito una estatua, pero sí un poco de cariño, de memoria”, dijo en un mensaje que se viralizó recientemente.
Además, el artista reveló que una de sus grandes heridas no fue solo profesional, sino personal.
Nunca se casó, y aunque tuvo relaciones importantes, ninguna logró acompañarlo hasta el final.
“Tuve muchas mujeres, muchos amores fugaces.
Pero el verdadero amor se me escapó.
Hoy lo siento más que nunca”, admitió con una melancolía difícil de ocultar.
Laureano Brizuela no solo está envejeciendo en soledad, sino que lo hace viendo cómo el mundo al que entregó su vida entera lo ha olvidado.
Y eso, para alguien que vivió del amor del público, es quizás el golpe más duro.
Porque no hay escenario más frío que el del olvido.
No hay aplauso más ausente que el del público que alguna vez lo idolatró y hoy ya no lo nombra.
Su historia debería ser un llamado de atención.
Para los fans, para los medios, para la industria musical.
Porque si alguien como Laureano Brizuela —con su talento, su historia, su contribución— puede terminar así, ¿qué queda para los demás? Y quizás todavía estemos a tiempo.
A tiempo de rendirle el homenaje que merece, de recordarle que su voz sigue viva en la memoria de muchos, y que aún hay corazones que vibran cuando suena una de sus canciones.
Pero el reloj no se detiene.
Y él lo sabe.
“Quisiera que cuando me vaya, no digan ‘pobre, nadie lo recordó’.
Quiero que me recuerden en vida.
No cuando ya no pueda escucharlo”.
Y esa frase, tan simple como brutal, resume el drama de una leyenda que se está apagando en la sombra.