💣 “El monstruo tras la máscara: la historia jamás contada de la ‘Mataviejitas’” 👀🔪
Durante años, Juana Barraza fue conocida en el mundo de la lucha libre bajo un personaje vibrante y aguerrido.
Subía al ring con el aplomo de una guerrera y recibía aplausos de fanáticos que admiraban su fuerza.
Nadie podía imaginar que detrás de esa máscara y esa disciplina deportiva se escondía una vida marcada por la violencia, el resentimiento y un deseo de venganza que más tarde encontraría un cauce perturbador.
El inicio de su historia criminal comenzó a gestarse en silencio, como una sombra que poco a poco iba creciendo sin que nadie pudiera detenerla.
Las víctimas eran mujeres mayores, abuelas que confiaban en la aparente amabilidad de quien se acercaba a ellas.
Barraza supo usar su físico robusto y su capacidad de intimidar para doblegar a quienes jamás podrían defenderse de su fuerza.
Esa elección de víctimas no fue casual, y muchos expertos en criminología interpretaron sus actos como una revancha personal contra la figura materna que tanto la marcó en su infancia.
Cuando comenzaron a aparecer los primeros casos, la policía y la prensa hablaron de un asesino en serie, bautizándolo rápidamente como “El Mataviejitas”.
El país entero imaginaba a un hombre cruel, un depredador masculino que se ocultaba en la multitud.
La sorpresa fue mayúscula cuando las sospechas comenzaron a señalar a una mujer, y aún más impactante cuando se descubrió que esa mujer era Juana Barraza, la luchadora que miles habían aplaudido en el ring.
La caída de su máscara, literal y simbólica, se convirtió en una de las revelaciones más estremecedoras de la historia criminal de México.
El pánico se apoderó de la población.
Las ancianas dejaron de abrir la puerta a desconocidos, los vecinos se organizaban para vigilar sus colonias y la prensa alimentaba el morbo con cada detalle sangriento.
Los periódicos relataban escenas macabras, describiendo cómo las víctimas eran atacadas en sus propios hogares, lugares donde deberían sentirse seguras.
El hecho de que la atacante fuera unamujer rompía todos los estereotipos criminales y volvía el caso aún más enigmático.
El arresto de Barraza fue tan cinematográfico como su propia historia.
Fue capturada en flagrancia tras el asesinato de una víctima, y cuando la noticia estalló, las cámaras mostraron el rostro serio y desafiante de la mujer que alguna vez se presentó como gladiadora.
El país entero quedó paralizado.
Los noticieros repetían su imagen una y otra vez, comparando el brillo de los reflectores en el ring con la oscuridad absoluta de sus crímenes.
Durante el juicio, salieron a la luz detalles escalofriantes de su pasado.
Se habló de una niñez marcada por abusos, de resentimientos acumulados, de una vida en la que la violencia se había convertido en un lenguaje habitual.
Muchos especialistas intentaron explicar su comportamiento desde la psicología, describiéndola como alguien que buscaba vengarse de una figura materna ausente o cruel.
Otros, en cambio, la presentaban simplemente como un monstruo que eligió conscientemente sembrar el terror.
El contraste entre la luchadora y la asesina fascinaba tanto como horrorizaba.
¿Cómo era posible que alguien que en el cuadrilátero representaba fuerza y entretenimiento, en su vida privada encarnara la pesadilla más temida? La sociedad no encontraba respuestas claras, y lo único que quedaba era el eco de las historias de las víctimas, mujeres vulnerables que cayeron en manos de alguien que jamás levantó sospechas.
La sentencia contra Juana Barraza fue ejemplar: más de 700 años de cárcel que, aunque imposibles de cumplir en su totalidad, representaban la condena moral y legal de un país entero.
El fallo judicial no solo castigaba sus crímenes, sino que también buscaba enviar un mensaje claro: el horror no quedaría impune.
Sin embargo, ni la condena más dura podía borrar el miedo ni las cicatrices que dejó a su paso.
A lo largo de los años, su caso se convirtió en materia de documentales, series y debates.
Algunos intentaban humanizarla mostrando el contexto de violencia en el que creció, mientras otros reforzaban la idea de que no había excusas para el nivel de brutalidad con el que actuó.
Lo cierto es que Juana Barraza se transformó en un símbolo contradictorio: un recordatorio de que el mal puede esconderse en los lugares más inesperados, incluso tras una máscara de lucha libre.
Las imágenes de su captura, su rostro endurecido frente a los flashes, quedaron grabadas en la memoria colectiva.
Para muchos, representaba el derrumbe de la confianza en la solidaridad y la amabilidad, porque sus crímenes fueron cometidos aprovechando justamente la confianza de las ancianas.
Cada historia de sus víctimas era un golpe directo al corazón de la sociedad mexicana, que debió enfrentarse a una verdad incómoda: el peligro podía llegar en la forma menos sospechada.
Hoy, Juana Barraza sigue siendo un nombre que despierta escalofríos.
Aunque su vida en prisión se mantiene lejos de los reflectores, su sombra permanece presente en la cultura popular.
Para algunos es un caso de estudio en criminología, para otros una pesadilla difícil de olvidar.
Lo único indiscutible es que su historia cambió para siempre la forma en que México percibe la figura del criminal, desafiando todos los prejuicios y mostrando que el mal no tiene género ni rostro predecible.
Lo que comenzó como una carrera de lucha libre terminó convertido en uno de los capítulos más oscuros de la historia nacional.
Juana Barraza pasó de ser una luchadora a un símbolo de terror, de levantar ovaciones en el ring a sembrar miedo en las calles.
Su enigma sigue vivo, recordándonos que detrás de cada máscara puede esconderse una verdad aterradora.