⚽💔 “Murió Solo y en Silencio: La Desgarradora Caída del Ídolo Bajo los Tres Palos”
Pablo Larios Iwasaki no era solo un portero; era una muralla humana, un felino de reflejos imposibles que le regaló al fútbol mexicano momentos inmortales.
Su estilo arriesgado, sus atajadas inverosímiles y su presencia imponente bajo los tres palos lo convirtieron en leyenda en clubes como Puebla, Cruz Azul y Toros Neza.
Y en la Copa del Mundo de 1986, fue parte clave del inolvidable equipo tricolor que llegó hasta los cuartos de final.
Pero el destino, caprichoso y cruel, tenía otros planes para él.
Después de colgar los guantes, Pablo no encontró la misma seguridad que tenía dentro del área.
Su vida personal comenzó a deteriorarse lentamente, como una portería que va cediendo gol tras gol sin defensa.
En entrevistas posteriores, confesó problemas con las adicciones, conflictos familiares y episodios de depresión profunda.
Pero lo que más sorprendía era su mirada: la de un hombre que había peleado demasiadas batallas internas, algunas de ellas invisibles para todos.
En sus últimos años, vivía alejado del glamour deportivo, residiendo en Zacatepec, su tierra natal.
Allí intentaba mantenerse activo, entrenando jóvenes y manteniéndose vinculado al fútbol como podía.
Sin embargo, su salud se fue apagando poco a poco, como una lámpara que parpadea antes de extinguirse.
Y nadie —ni siquiera las instituciones que una vez lo aplaudieron— hizo lo suficiente para detener ese descenso.
El 30 de enero de 2019, una noticia heló al país: Pablo Larios había sido ingresado de urgencia al hospital.
La causa inicial fue una parálisis intestinal, pero pronto se descubrieron más complicaciones.
Su estado era grave, y su cuerpo —ese que tantas veces había volado por los aires para salvar goles imposibles— ya no respondía.
En medio del frío quirófano, los médicos luchaban contrarreloj.
Pero nada funcionó.
Al día siguiente, el 31 de enero, a las 10:00 de la mañana, Pablo Larios fue declarado muerto.
Tenía apenas 58 años.
La noticia cayó como una bomba en el mundo del fútbol mexicano.
Muchos excompañeros, periodistas y fanáticos expresaron su dolor en redes sociales.
Pero también hubo preguntas.
¿Cómo es posible que una figura tan emblemática muriera prácticamente en el abandono? ¿Por qué no hubo alertas antes? ¿Dónde estaba la Federación, los clubes, las leyendas que compartieron vestuario con él?
Más desgarrador aún fue el ambiente en su funeral.
En una pequeña capilla, entre familiares, amigos cercanos y apenas unos cuantos reporteros, se despedía a un hombre que una vez fue ovacionado por estadios enteros.
Uno de los asistentes murmuró una frase que aún hoy resuena: “Este no era el final que él merecía”.
Algunos detalles posteriores empezaron a salir a la luz.
Su situación económica era precaria.
Vivía sin acceso constante a servicios médicos adecuados.
Su familia había intentado ayudar, pero los recursos eran limitados.
Incluso en los días previos a su internamiento, Pablo había sentido un fuerte dolor abdominal que ignoró por falta de dinero para una consulta especializada.
Lo que más estremeció fue la declaración de su hijo, quien confesó que su padre aguantó el dolor durante semanas por no querer preocupar a nadie.
“No quería ser una carga”, dijo.
La paradoja es aterradora: un hombre que se sacrificó físicamente por su país, que se partió el cuerpo en cada partido, que recibió golpes, fracturas y heridas por defender la portería de México… murió sin protección.
Mientras otros jugadores de su generación gozaban de homenajes, contratos televisivos o cargos administrativos, Pablo Larios luchaba por mantenerse a flote.
¿Fue olvidado? ¿Fue ignorado? O peor aún, ¿fue invisible para aquellos que lo vieron triunfar? Las respuestas son incómodas, porque obligan a mirar el lado más oscuro del deporte: ese donde el ídolo ya no brilla, donde el héroe envejece, se enferma y se va…solo.
Y, sin embargo, su legado sigue vivo.
Fanáticos de todas las edades lo siguen recordando como “el portero que volaba”.
Videos de sus atajadas aún circulan en redes sociales, cada una acompañada de comentarios como “el mejor que hemos tenido”.
Pero la pregunta sigue flotando como una pelota sin dueño: ¿de qué sirve ser leyenda si el final es tan injusto?
A veces, las historias más dolorosas no son las que terminan con derrota… sino las que terminan en silencio.
Pablo Larios merecía un final diferente.
Merecía aplausos, tribunas llenas, respeto institucional.
Pero en su último partido, el del alma contra el cuerpo, lo dejaron solo frente al gol más letal de todos: el olvido.