😢 ¡Increíble pero cierto! Rubén “Puas” Olivares llega a los 78 años y su forma de vida conmociona a todo México
Rubén “Puas” Olivares no necesita presentación.
Para muchos, fue el mejor peso gallo que México ha dado al mundo, un ícono del boxeo que marcó época y que hizo vibrar a millones con sus brutales nocauts y su estilo demoledor en el cuadrilátero.
Ganó 89 peleas, 79 de ellas por nocaut, y ostentó títulos mundiales en dos categorías.
Era amado por el pueblo, temido por sus rivales, y reverenciado por los expertos del deporte.
Sin embargo, hoy vive una realidad que parece sacada de una película triste.
A sus 78 años, su vida es muy distinta de la que cualquiera imaginaría para un campeón del mundo.
Lejos de los reflectores, sin grandes lujos ni comodidades, Rubén sobrevive en condiciones que han generado preocupación entre sus fanáticos más fieles.
Lo que más ha dolido a muchos es verlo en eventos públicos con ropa desgastada, hablando con dificultad, con evidentes signos del desgaste físico y emocional de una vida de excesos, golpes y abandono.
Su mirada ya no tiene ese fuego feroz con el que encaraba a sus oponentes.
Ahora es una mirada nostálgica, que parece suplicar por algo que se perdió en el tiempo.
Después de su retiro, Olivares intentó mantenerse en el ojo público con apariciones en programas, entrevistas y eventos deportivos.
Sin embargo, las oportunidades comenzaron a escasear.
Como muchos otros boxeadores de su época, no recibió educación financiera, no tuvo una estructura que lo protegiera de las malas decisiones y los falsos amigos.
El dinero que ganó, que no fue poco, se fue tan rápido como llegó.
Mujeres, fiestas, apuestas y una vida desbordada fueron erosionando no solo su fortuna, sino también su salud y su entorno.
Se sabe que pasó por momentos muy difíciles.
En varias entrevistas ha reconocido su lucha contra el alcoholismo, un enemigo silencioso que lo atrapó justo cuando más vulnerable estaba.
También ha hablado abiertamente sobre la depresión, sobre sentirse olvidado, sobre ser visto como un trofeo viejo por algunos y como un simple recuerdo por otros.
Lo que alguna vez fue ovación, hoy es silencio.
Lo que fue gloria, hoy es soledad.
Lo más alarmante es que a pesar de su estatus de leyenda, Rubén no cuenta con un respaldo sólido del mundo del boxeo ni de las autoridades deportivas de México.
Aunque ha sido homenajeado en algunas ocasiones, estos gestos han sido esporádicos, simbólicos y sin un impacto real en su calidad de vida.
No tiene una pensión estable ni un apoyo digno de quien le dio tanto al país en sus años dorados.
Es común verlo caminar por las calles, a veces ofreciendo autógrafos por unas monedas, o asistiendo a pequeños eventos locales donde se le brinda algo de afecto.
Algunos fans se han organizado para ayudarlo, para hacer colectas, para recordarle que no está solo.
Pero la pregunta inevitable es: ¿por qué una figura tan grande tiene que depender de la caridad para sobrevivir?
Las redes sociales han comenzado a encenderse con mensajes de indignación y tristeza.
Muchos exigen que se le reconozca como se merece, que se cree un fondo para apoyar a leyendas deportivas en situación vulnerable.
Porque Rubén “Puas” Olivares no es un caso aislado, sino el reflejo de un sistema que exprime a sus ídolos y luego los olvida.
Su historia es un grito de advertencia, una llamada de atención que nos recuerda que la fama es efímera, y que la gloria sin apoyo se transforma fácilmente en miseria.
A pesar de todo, Olivares sigue luchando, como lo hizo en sus mejores días en el ring.
Con menos fuerza, con más arrugas, pero con la misma dignidad de siempre.
No ha perdido su esencia, su amor por el boxeo, ni su conexión con el pueblo.
Sigue hablando con cariño de su carrera, de sus combates legendarios y de los momentos en los que se sentía invencible.
Porque aunque el presente sea duro, su legado es eterno.
La historia de Rubén “Puas” Olivares es dolorosa, sí, pero también es un espejo que nos muestra lo que pasa cuando se olvida a quienes construyeron parte de la identidad de un país.
Hoy más que nunca, necesita que lo recordemos, que lo valoremos y que no permitamos que su última pelea sea contra el olvido.