🕰️⚰️ 49 años, sin estadios, sin cámaras y con un pasado que no perdona: El exfutbolista que desapareció en vida
Salvador Carmona alguna vez fue el muro impenetrable de la defensa mexicana.
Participó en dos Copas del Mundo, alzó trofeos con Toluca y fue ejemplo de disciplina dentro del campo.
Pero fuera de él, se gestaba un colapso silencioso.
Hoy, a los 49 años, su nombre apenas resuena en la memoria colectiva, y cuando lo hace, trae consigo una mezcla incómoda de respeto, lástima… y olvido.
Tras la sanción vitalicia por dopaje que recibió en 2007 —una decisión que aún divide opiniones—, Carmona se esfumó del ojo público como si hubiera sido borrado a propósito.
Se alejó de los medios, de los estadios, de los compañeros.
La suspensión no sólo acabó con su carrera profesional: lo exilió de la esfera social que lo había sostenido durante años.
Quienes alguna vez lo llamaban “compañero”, dejaron de responder llamadas.
Quienes lo admiraban, dejaron de mencionarlo.
Actualmente vive en una casa modesta en las afueras de Ciudad de México, lejos de los lujos, lejos del bullicio.
Los vecinos lo ven salir muy temprano, caminar solo, con el rostro serio y la mirada hacia el suelo.
Algunos dicen que sigue entrenando por las mañanas.
Otros afirman que pasa horas viendo partidos antiguos, como si intentara volver a entrar, aunque sea con la mente, a esos 90 minutos donde su vida tenía sentido.
No da entrevistas.
No aparece en redes sociales.
Ni siquiera comenta sobre el fútbol actual.
Es como si hubiera decidido convertirse en su propio castigo.
Lo más perturbador no es su desaparición mediática, sino el aura de tristeza profunda que lo rodea.
Un amigo cercano —uno de los pocos que aún lo visita— asegura que Carmona nunca superó la sanción.
“Él no se sintió sancionado… se sintió traicionado.
Por el sistema, por la gente, incluso por su cuerpo”, comentó.
La idea de que toda una carrera pueda desaparecer en una decisión administrativa lo consumió más que cualquier lesión física.
En su casa no hay trofeos a la vista.
Tampoco camisetas enmarcadas.
Ni fotos con la selección.
“No necesito recordar lo que perdí”, le dijo una vez a alguien.
A veces, cuando alguien lo reconoce en la calle y le pregunta por qué no volvió como entrenador o comentarista, responde con una media sonrisa amarga: “¿Quién quiere escuchar a un fantasma hablar de fútbol?”
Lo más triste es que Carmona no cayó por falta de talento ni por malas decisiones públicas.
Cayó por una mezcla de errores privados y consecuencias absolutas.
Mientras otros exfutbolistas encontraron segundas oportunidades, él se convirtió en una figura incómoda, de esas que el sistema prefiere esconder bajo la alfombra.
Y aunque legalmente tiene derecho a rehacer su vida, el peso del estigma lo aplasta más que cualquier defensa rival que enfrentó.
A los 49 años, Salvador Carmona no está muerto.
Pero tampoco vive como alguien que fue leyenda.
Vive como alguien que aún arrastra el eco de una última ovación que no sabe si mereció… o si fue la última antes del olvido.
Y así pasa sus días: sin reflectores, sin cancha, sin perdón completo.
Porque a veces, el peor castigo no es la suspensión.
Es la soledad disfrazada de libertad.