⚡ “Cuando la máscara ya no protegió: la trágica caída y muerte de Super Porky 🎭”
Braulio de Jesús Alvarado Montes, conocido como Super Porky, nació para ser un espectáculo.
Desde sus primeros pasos en la lucha libre, supo conquistar a un público que lo veía como un gigante carismático capaz de transformar cualquier combate en una fiesta.
Su estilo rompía esquemas: con su cuerpo voluminoso y su actitud juguetona, desafiaba los estereotipos de los héroes musculosos.
Super Porky era la prueba viviente de que el corazón y la entrega podían más que cualquier imagen.
En los noventa y dos mil, su popularidad alcanzó niveles insospechados.
Lo mismo se presentaba en arenas repletas de fanáticos que aparecía en programas de televisión, generando carcajadas y ternura.
El público lo adoraba porque representaba algo más que fuerza: era cercanía, era humanidad en un mundo donde los luchadores suelen ser vistos como figuras inalcanzables.
Super Porky se convirtió en ídolo de niños y adultos, en un referente cultural que trascendía el ring.
Pero mientras afuera irradiaba alegría, en su vida privada acumulaba batallas más duras que cualquier rival.
Los problemas de salud comenzaron a aparecer temprano, consecuencia de los esfuerzos, las caídas y el peso que cargaba en cada presentación.
Su cuerpo, que alguna vez fue su mejor arma, se convirtió en su peor enemigo.
Lesiones, dificultades para moverse y un deterioro progresivo lo llevaron a depender cada vez más de la fuerza de voluntad que de su físico.
El declive fue doloroso y público.
De ser un luchador dinámico pasó a aparecer en silla de ruedas, un contraste brutal que sus fanáticos observaban con impotencia.
Su figura seguía siendo carismática, pero la fragilidad se notaba.
Aun así, continuaba asistiendo a eventos, dando entrevistas, intentando sonreír aunque el dolor lo consumiera por dentro.
Esa resiliencia lo volvió aún más querido, pero también mostró crudamente el costo de una vida entregada al espectáculo.
El aspecto económico fue otro golpe devastador.
Como muchos luchadores, Super Porky no contó con la seguridad financiera ni médica que su trayectoria merecía.
A pesar de los años de gloria y de llenar arenas, su situación terminó siendo precaria.
Dependía de apoyos esporádicos y de la solidaridad de colegas y fanáticos.
Esa injusticia encendió la indignación: ¿cómo era posible que alguien que dio tanto al público acabara enfrentando necesidades básicas?
Los últimos años de su vida estuvieron marcados por una rutina sombría.
Su salud empeoraba, sus recursos eran limitados y su entorno se reducía cada vez más.
Aunque seguía siendo recordado y homenajeado, la realidad era que la industria que lo aplaudió durante décadas le dio la espalda cuando más lo necesitaba.
La ironía era cruel: el hombre que había hecho reír a millones lloraba en silencio, cargando una soledad que ni el aplauso más fuerte podía disipar.
El 26 de julio de 2021, la noticia estremeció a México y al mundo de la lucha libre: Super Porky había muerto.
Un paro cardíaco apagó su vida a los 56 años, dejando un vacío inmenso en los corazones de quienes lo vieron crecer como ídolo.
La noticia se esparció como un trueno, y lo que siguió fueron lágrimas, homenajes improvisados y una sensación de injusticia.
No solo había muerto un luchador, había partido un símbolo que aún tenía mucho por dar.
Los testimonios de sus hijos, también luchadores, fueron desgarradores.
Hablaron de un padre amoroso, pero sobre todo de un hombre que cargó un peso excesivo en todos los sentidos: físico, emocional y social.
Sus palabras destaparon la verdad que muchos intuían: Super Porky murió con el corazón roto, víctima no solo de una enfermedad, sino de un sistema que lo explotó hasta el final.
La imagen que quedó grabada en la memoria colectiva es la de un hombre inmenso, no solo por su tamaño, sino por la manera en que logró conectar con la gente.
Sin embargo, esa imagen también está teñida de tristeza.
Porque mientras el público lo recuerda con cariño, también sabe que murió en circunstancias indignas para alguien que entregó todo de sí.
La paradoja es brutal: el ídolo de las multitudes terminó sus días como un guerrero herido, sin los recursos ni el apoyo que su historia exigía.
La muerte de Super Porky dejó más que dolor: dejó una herida en la lucha libre mexicana.
Su caso se convirtió en un recordatorio de lo desechable que puede ser la fama, de cómo los ídolos son consumidos hasta el límite y luego abandonados.
En cada homenaje, en cada ovación póstuma, late la misma pregunta incómoda: ¿por qué no se le ayudó en vida con la misma intensidad con la que se le lloró en muerte?
A pesar de la tragedia, el legado de Super Porky resiste.
Sus combates siguen circulando en videos, sus ocurrencias se repiten en conversaciones, su figura sigue siendo símbolo de ternura y valentía.
Pero en cada recuerdo hay un eco melancólico, un murmullo que recuerda que la gloria y la tragedia, en su caso, caminaron siempre de la mano.
Super Porky fue un gigante que nos hizo reír mientras él cargaba su propio dolor.
Y aunque la muerte lo haya silenciado, su historia seguirá resonando como una advertencia brutal sobre los costos ocultos de la fama, una advertencia escrita con lágrimas y con un vacío que aún hoy parece imposible de llenar.