Ramón Gay, uno de los actores más reconocidos y admirados del cine de oro mexicano, vivió una vida marcada por la fama, el talento y también por tragedias y secretos oscuros.
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Su historia, que parecía ser solo la de un galán de cine, se convirtió en un relato lleno de sangre, celos, injusticias y misterios que aún hoy generan asombro y suspenso.
Era casi la medianoche del 28 de mayo de 1960, cuando Ramón Gay se encontraba en una calle tranquila de la colonia Ansures, en la Ciudad de México.
En ese momento, Evangelina Elisondo, su amiga y compañera de teatro, conversaba con él en un coche gris.
De repente, un coche frenó violentamente y de él bajó José Luis Paganoni, un ingeniero petrolero y exmarido de Evangelina, con una mirada llena de furia y celos enfermizos.
Lo que empezó como una discusión trivial rápidamente se tornó en una escena de horror.
Paganoni, dominado por los celos y la rabia, golpeó la puerta del coche y empezó a insultar a Evangelina.
Ramón Gay, tratando de defenderla, intentó separarlos, pero en ese instante, Paganoni sacó un revólver calibre 38 y disparó.
Dos balas se incrustaron en la pared, pero la tercera atravesó el pecho de Ramón Gay, quien cayó al suelo gravemente herido.
Ramón fue llevado de urgencia al hospital Rubén Leñero, donde lucharon por salvar su vida, pero la herida fue fatal.
Murió poco después, a las 3 de la mañana, dejando un vacío en el cine mexicano y en sus seguidores.
Evangelina, que lo había visto morir en sus brazos, quedó destrozada por la tragedia.

El agresor, Paganoni, no fue un simple ingeniero.
Era un hombre obsesionado por los celos, convencido de que Ramón y Evangelina mantenían una relación amorosa, aunque en realidad solo había amistad.
Durante el juicio, se reveló que Paganoni había planeado la confrontación durante semanas, y que en su mente, disparar era una forma de defender su honor.
Sin embargo, todo fue un malentendido que terminó con la vida de uno de los actores más queridos del cine mexicano.
A pesar de las pruebas contundentes —las huellas en el arma, los testigos y el arma misma—, Paganoni fue condenado a 15 años de prisión, pero en apenas cuatro años, en 1964, fue liberado en libertad condicional.
La familia de Ramón Gay nunca recibió una indemnización ni una disculpa oficial, y el caso se cerró en el silencio, demostrando que en México, en aquella época, la justicia podía ser comprada con una llamada.
El arma homicida, que fue la pieza clave del juicio, desapareció con los años.
Algunos dicen que fue destruida, otros que quedó en manos de coleccionistas que aún creen que sigue disparando en sueños.
Además, el reloj que Ramón llevaba en su muñeca, con la manecilla detenida a las 2:03 de la madrugada, se convirtió en un símbolo de la tragedia, y muchos creen que carga una maldición.
La tumba de Ramón Gay, ubicada en el Panteón de Dolores, también presenta anomalías: se hundió unos 20 centímetros y su lápida muestra una leve inclinación, como si su descanso nunca hubiera sido tranquilo.
La leyenda dice que su espíritu aún ronda el lugar, y que su historia de sangre y celos nunca será olvidada.

Ramón Gay no fue solo un actor de cine.
Era un hombre culto, amante de la literatura y la filosofía, con ejemplares de Nietzsche, Rilke y Dostoyevski en su biblioteca.
Vivía en un departamento modesto en la colonia Roma, lejos de los lujos que su fama le podía haber permitido.
La presión de la fama, la soledad y la lucha interna por mantener su identidad lo llevaron a una vida de introspección y tristeza.
Su carrera fue prolífica, participó en más de 90 películas en apenas dos décadas, y su rostro se volvió símbolo del cine de terror mexicano con películas como *La momia azteca*.
Sin embargo, detrás de esa imagen de galán elegante, se escondía un hombre atormentado, lleno de dudas y temores.
La historia de Ramón Gay es un recordatorio de que la realidad puede ser mucho más brutal que la ficción.
Su vida y muerte siguen siendo un misterio, envuelta en rumores y secretos que aún hoy generan suspenso.
La justicia, la obsesión, los celos y la muerte se combinaron en una historia que parece sacada de una película de terror, pero que fue la cruda realidad de un ícono del cine mexicano.