😱 “¿Boxeador o verdugo? Chávez Jr. y los pagos sangrientos de El Nini por golpear иαя¢σѕнαѕтα la muerte” 🔥🕳️
La historia parecía increíble incluso para los más escépticos.
Julio César Chávez Jr., el hijo de la leyenda, protagonista de escándalos, rehabilitaciones fallidas y entrevistas incoherentes, ahora estaría vinculado a uno de los secretos más siniestros del narcomundo: peleas clandestinas donde él no era un boxeador profesional… sino un ejecutor.
Según testimonios anónimos provenientes del entorno de El Nini, capo de alto perfil dentro del Cártel de Sinaloa, existía un pacto no escrito pero perfectamente cumplido: cada vez que “caía” un narco que había fallado, traicionado o simplemente estorbaba, se le “regalaba” a Chávez Jr.
para que lo “usara” en peleas privadas.
Y por cada uno, se le pagaban $200,000 dólares.
No eran peleas pactadas.
No había jueces, reglas, ni protección.
Eran castigos rituales.
Escarmientos silenciosos.
Y el “boxeador caído” ya no peleaba por un cinturón, sino por su vida.
“Los agarraba como costales de boxeo.
A puño limpio.
Hasta que ya no se movían”, relató una fuente encapuchada en un video filtrado en foros de la dark web.
Los enfrentamientos, supuestamente, se realizaban en ranchos privados.
Sin cámaras oficiales, sin espectadores externos, pero siempre con testigos de alto nivel: sicarios, mandos medios del cártel, e incluso figuras del espectáculo que acudían como si se tratara de una función privada de entretenimiento macabro.
El incentivo era doble: por un lado, El Nini humillaba y eliminaba a quien ya consideraba prescindible.
Por otro, tenía a una figura pública golpeando brutalmente a sus enemigos, como si el propio poder del narco se proyectara a través de los puños de una celebridad caída.
Y Chávez Jr., siempre necesitado de efectivo, validación y adrenalina, habría aceptado sin titubear.
“Lo hacía sin hablar.
Solo calentaba, se quitaba la camiseta y empezaba.
El tipo que tenía enfrente ya estaba resignado.
No podía pelear, estaba esposado o drogado.
Era cuestión de minutos”, dijo otra voz del entorno.
Las bolsas eran entregadas en efectivo, al terminar.
En maletines.
Sin rastros.
Hasta ahora, no hay pruebas materiales contundentes.
Ni grabaciones ni confesiones abiertas.
Pero los rumores han crecido como fuego en gasolina.
Se habla de al menos cinco encuentros mortales en los últimos tres años.
Y algunos aseguran que uno de esos cuerpos apareció en una fosa clandestina con marcas evidentes de golpes profesionales… como si lo hubiera derribado un campeón.
El silencio de Chávez Jr.
ante las acusaciones ha sido ensordecedor.
No ha dado entrevistas.
No ha publicado declaraciones.
Solo se ha limitado a subir historias desconectadas en redes sociales, bailando, cantando, o riendo de manera errática.
Para algunos, una muestra de inocencia desentendida.
Para otros, el colapso mental de alguien que ya no puede con lo que ha hecho.
La Fiscalía General de la República no ha emitido una orden oficial de investigación sobre el boxeador, pero se sabe que el caso de El Nini ha generado múltiples líneas de investigación, muchas de ellas ligadas al financiamiento de figuras públicas.
¿Fue Chávez Jr.un verdugo consentido por el narco? ¿O solo un títere más, utilizado por su nombre y arrastrado a un abismo del que ya no puede salir? Lo único claro es que esta historia no se parece a nada que hayamos visto antes.
Es un retrato de cómo el poder criminal busca espectáculo… y cómo algunos, por dinero o desesperación, están dispuestos a entregarlo.
Porque cuando un puño deja de buscar gloria y empieza a buscar muerte, ya no estamos hablando de boxeo.
Estamos hablando de otra cosa.
Algo mucho más oscuro.
Y más real de lo que quisiéramos admitir.
