El asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994, durante un mitin en Tijuana, marcó un punto de quiebre en la historia política de México y generó una profunda conmoción nacional.

El 23 de marzo de 1994, México fue testigo de un evento que marcaría un antes y un después en su historia: el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Este magnicidio, el primero en el país desde 1928, dejó una profunda herida en la nación y desató una serie de teorías de conspiración que aún persisten en la memoria colectiva.
Colosio, nacido el 10 de febrero de 1950 en Magdalena de Kino, Sonora, era hijo de un veterano dirigente del PRI. Desde sus inicios académicos en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Colosio mostró un gran potencial.
Se graduó como licenciado en economía en 1972 y continuó su formación en Estados Unidos, donde obtuvo una maestría en economía urbana y desarrollo.
Su carrera política comenzó en 1979 y rápidamente ascendió en las filas del PRI, convirtiéndose en una figura clave en la política mexicana.
El día del atentado, Colosio se encontraba en un mitin en la colonia Lomas Taurinas de Tijuana.
Ante una multitud de aproximadamente 4,000 personas, pronunció un discurso en el que abogaba por un gobierno más cercano a la gente. Sin embargo, lo que debería haber sido un acto de celebración se tornó en tragedia.
A las 5:12 p.m., un hombre logró eludir la seguridad y disparó dos veces contra él, impactándolo en la cabeza y el abdomen. La escena fue caótica; mientras los asistentes intentaban ayudar, Colosio yacía en el suelo, gravemente herido.

Mario Aburto Martínez, un joven que fue arrestado en el lugar, fue señalado como el autor material del crimen. Sin embargo, su culpabilidad ha sido objeto de debate.
Muchos creen que Aburto actuó bajo órdenes de alguien más, ya que su declaración de inocencia ha resonado a lo largo de los años. “Yo no disparé, fue el ruco”, gritó en el momento de su detención, refiriéndose a otro individuo que supuestamente estaba involucrado.
La muerte de Colosio fue confirmada a las 7:45 p.m. en el hospital, desatando una ola de conmoción en todo el país.
Las reacciones no se hicieron esperar; el presidente Carlos Salinas de Gortari emitió declaraciones públicas, intentando calmar a una nación que se encontraba en shock. Sin embargo, las dudas sobre la versión oficial comenzaron a surgir casi de inmediato.
El funeral de Colosio se llevó a cabo el 25 de marzo en su pueblo natal, donde miles de personas se congregaron para rendirle homenaje. En su discurso, su viuda, Diana Laura Riojas, expresó el dolor de una nación: “Las balas del odio interrumpieron la vida de Luis Donaldo.
Él quería un México más justo”. Su muerte no solo dejó un vacío personal en su familia, sino que también abrió la puerta a una serie de especulaciones sobre las verdaderas razones detrás del asesinato.

A medida que avanzaban las investigaciones, surgieron múltiples teorías de conspiración. Algunos afirmaban que Colosio había sido asesinado por sus propios compañeros del partido, quienes temían que sus propuestas de reforma política amenazaran el statu quo.
Otros sostenían que el narcotráfico estaba detrás del crimen, temeroso de que una presidencia de Colosio pudiera afectar sus intereses.
La investigación oficial, liderada por el procurador Diego Valadez Ríos, fue criticada por su falta de rigor y transparencia. Se reveló que los protocolos de criminalística no se habían seguido adecuadamente, lo que alimentó aún más las teorías de conspiración.
A lo largo de los años, varios fiscales asumieron el caso, pero la conclusión siempre apuntaba a Aburto como el único responsable, a pesar de las dudas persistentes.
Los rumores de un “segundo tirador” y la manipulación de pruebas comenzaron a circular, alimentando la desconfianza en el gobierno y en las instituciones. La idea de que Colosio había recibido presiones para renunciar a su candidatura también ganó terreno.
Se decía que José María Córdoba, un alto asesor de Salinas, había intentado persuadirlo de dar un paso atrás, lo que Colosio se negó a hacer, desatando así la ira de quienes temían su ascenso al poder.

La sombra del presidente Salinas se cernía sobre el caso, con muchos mexicanos convencidos de que él tenía conocimiento de lo que estaba sucediendo.
“No puede ser que no supiera nada en un país tan presidencialista como México”, comentaban los ciudadanos, mientras las manifestaciones de indignación se multiplicaban en las calles.
A medida que pasaban los años, la figura de Colosio se convirtió en un símbolo de esperanza y cambio para muchos, y su asesinato en un acto tan brutal se convirtió en un recordatorio trágico de las luchas políticas del país.
La percepción de que su muerte fue un crimen orquestado desde las altas esferas del poder persiste hasta hoy, alimentando un clima de desconfianza hacia los líderes y las instituciones.
Hoy, tres décadas después, la historia del asesinato de Luis Donaldo Colosio sigue viva en la memoria de los mexicanos. Su legado, marcado por la búsqueda de un México más justo y democrático, continúa resonando en un país que aún anhela respuestas y justicia.
La pregunta que persiste es: ¿quién realmente estaba detrás de su asesinato? La respuesta, al igual que la vida de Colosio, sigue siendo un enigma sin resolver.