La final del Clásico Paisa entre Nacional y Medellín terminó en caos y violencia, pese a que el alcalde Fico Gutiérrez había prometido un operativo de seguridad sólido con más de 1100 policías.

En un evento que prometía ser una fiesta de fútbol, la final del Clásico Paisa entre Nacional y Medellín se convirtió en un verdadero campo de batalla, dejando al alcalde Fico Gutiérrez con más preguntas que respuestas.
A pesar de sus declaraciones previas, donde aseguraba que todo estaba bajo control y que la seguridad estaba garantizada, la realidad fue completamente diferente.
El partido, que debería haber sido una celebración del deporte, se transformó en un espectáculo de violencia y caos.
Desde la mañana del partido, Fico compartió en sus redes sociales que la ciudad estaba lista para recibir a los aficionados, destacando la presencia de 1100 policías y gestores de convivencia.
“Estamos listos para la final del clásico paisa. Garantizamos orden, seguridad y disfrute antes, durante y después del partido”, escribió el alcalde, llenándose de orgullo por los preparativos.
Sin embargo, la realidad fue que, a pesar de los esfuerzos, la violencia estalló en las gradas del estadio, dejando a muchos preguntándose si realmente estaba preparado para tal evento.
El ambiente se tornó tenso cuando los hinchas comenzaron a llegar, y lo que debería haber sido una celebración se convirtió rápidamente en un caos.
“¡No son hinchas, son criminales!”, gritó Fico en un intento por desviar la atención de la situación, pero sus palabras resonaron vacías ante las imágenes de violencia que inundaron las redes sociales.
Los videos mostraban a los aficionados utilizando tubos de PVC como armas, atacando a otros hinchas y enfrentándose a la policía, que parecía ausente en medio de la confrontación.

“¿Dónde estaban los 1100 policías que prometiste?”, se preguntaban los espectadores mientras veían cómo la situación se salía de control. La imagen de un estadio lleno de aficionados se convirtió en un mar de caos, con vidrios rotos y escombros por todas partes.
A medida que la violencia aumentaba, Fico intentaba mantener la calma, pero su rostro reflejaba la preocupación y la impotencia. “Estamos aquí para disfrutar del fútbol en paz”, decía, pero sus palabras apenas lograban calmar los ánimos.
Lo más sorprendente fue la aparición de Andrés Guri, concejal de Fico, quien fue visto en medio del tumulto. En un momento, Guri, que había sido el rostro de la violencia en el pasado, se encontró rodeado de hinchas furiosos, pidiendo calma.
“¡Cálmate!”, exclamó, pero su voz se perdió entre los gritos de los aficionados. “El que se la pasa fomentando la violencia desde la política ahora quiere estadios en paz”, le gritaron algunos, recordándole su doble moral.
El desastre no solo fue un golpe para la imagen de Fico, sino que también dejó a muchos cuestionando su capacidad para manejar la seguridad en la ciudad.
“Esto no es la primera vez que pasa”, comentaban los analistas, recordando incidentes anteriores donde la violencia había estallado bajo su administración. “Fico se llena la boca diciendo que Medellín es un referente de fútbol en paz, pero la realidad es otra”, afirmaron.

Mientras los hinchas se enfrentaban, la policía parecía desbordada y sin un plan claro. “La proporción era tan insuficiente que quedó demostrado que la alcaldía nunca estuvo lista”, comentaron testigos.
Las imágenes de la policía prácticamente invisible en el estadio se volvieron virales, y muchos comenzaron a cuestionar la efectividad de las estrategias de seguridad implementadas.
“¿Cómo es posible que los tubos ingresaran al estadio sin ningún problema?”, se preguntaban los aficionados, al ver cómo los objetos peligrosos eran utilizados como armas en un evento que debería haber sido seguro.
La falta de control y la aparente ineficacia de la policía dejaron a todos atónitos, y la credibilidad de Fico se desmoronó rápidamente.
La situación se volvió aún más ridícula cuando los comentarios en redes sociales comenzaron a circular.
“Alias Fico debe estar de farra o de paseo”, se leía en una publicación, mientras otros usuarios se burlaban de su incapacidad para manejar la situación. “Mañana saldrá a echarle la culpa a Petro”, continuaban, evidenciando el desprecio hacia su gestión.

A medida que el caos continuaba, Fico intentaba mantener la calma, pero su imagen pública se deterioraba.
“La seguridad no falló, lo que falló fue el comportamiento de quienes eligieron la violencia”, insistía, pero sus palabras ya no tenían el mismo peso. La crítica hacia su gestión se intensificó, y muchos comenzaron a exigir su renuncia.
La final del Clásico Paisa no solo dejó un saldo de heridos y destrozos, sino que también expuso las debilidades de la administración de Fico.
La promesa de un evento seguro se convirtió en una pesadilla, y los aficionados se sintieron traicionados. “No podemos permitir que esto vuelva a suceder”, afirmaban, mientras las imágenes de la violencia se repetían en los noticieros.
En resumen, lo que comenzó como una celebración del fútbol terminó siendo un recordatorio de las fallas en la gestión de seguridad de la ciudad. Fico Gutiérrez, quien se había presentado como el salvador del fútbol en paz, dejó a la ciudad sumida en el caos y la vergüenza.
La pregunta que queda es: ¿qué pasará ahora con su carrera política tras este escándalo? La respuesta parece incierta, pero lo que es seguro es que la final del Clásico Paisa será recordada como uno de los peores fracasos en la historia del fútbol colombiano.