FINALMENTE, LA ESPOSA DE MARIO PINEIDA ROMPE EL SILENCIO Y REVELA LOS SECRETOS MÁS OSCUROS DE SU TRAGEDIA

La esposa de Mario Pineida sobrevivió mientras los medios y la sociedad la daban por muerta.

 

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El mundo del fútbol en Guayaquil se estremeció con la noticia de la muerte de Mario Pineida, un hecho que transformó la vida de su esposa en un verdadero infierno silencioso.

Mientras los medios repetían su nombre una y otra vez, circulaban rumores confusos sobre su esposa: algunos decían que había muerto junto a él, otros que estaba desaparecida, y muy pocos se preguntaban si seguía viva.

La realidad era que ella estaba viva, observando cómo su historia era contada por otros, distorsionada por la prisa y el morbo de quienes necesitaban llenar vacíos con suposiciones.

No hubo un aviso oficial inmediato, solo mensajes fragmentados y confusos que le informaban que su esposo había muerto y que supuestamente ella había estado con él.

Ese fue el primer golpe. No se trataba solo de la muerte de Mario, sino de su propia desaparición simbólica, de ver cómo su nombre circulaba como el de una mujer fallecida sin que nadie se detuviera a confirmar su existencia.

Al principio, no reaccionó: no gritó, no llamó a nadie, permaneció en un silencio denso, como si su cuerpo necesitara tiempo para procesar lo que su mente no podía aceptar.

Mientras afuera se hablaba de balas y sicarios, ella enfrentaba una pregunta mucho más cruel: ¿por qué nadie la mencionaba, por qué no estaba incluida en la historia que se contaba sobre la tragedia de su esposo?

Descubrir que la mujer que murió con Mario no era ella, sino alguien más cercano a la familia, abrió una grieta imposible de cerrar.

Confirmaba la existencia de una vida paralela a la que nunca fue invitada. La traición no fue abrupta; fue un desgaste lento, días compartidos sin conversación, noches de ausencias, gestos mínimos que poco a poco le revelaron la verdad incómoda de la cercanía de otra mujer.

El silencio se convirtió en su única forma de autoprotección. Mientras Mario cumplía económicamente y el hogar parecía estable, ella podía convencerse de que todo estaba bajo control. Pero la muerte rompió ese pacto invisible.

 

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Cuando comenzaron a circular versiones que la daban por muerta, la rabia y la humillación se mezclaron: darse cuenta de que incluso en la tragedia más íntima había sido borrada y reemplazada fue devastador.

Entonces empezó a reconstruir su pasado con otra mirada: viajes que no cuadraban, reuniones inexplicables, gestos mínimos que antes había decidido ignorar empezaron a revelar un patrón de engaños cuidadosamente sostenido.

Cuando finalmente decidió hablar, lo hizo frente a personas de confianza, no ante cámaras ni comunicados públicos.

Confesó que siempre se había preparado para traiciones menores, para ausencias y silencios, pero jamás para la muerte súbita de su esposo y la humillación de ser borrada de su propia historia.

Sus recuerdos se mezclaban con pequeñas señales: conversaciones que se interrumpían, risas compartidas que no le pertenecían, miradas evasivas. Todo construía una verdad dolorosa, pero innegable.

En los días posteriores a la tragedia, la casa se volvió un espacio extraño. Cada objeto parecía fuera de lugar, cada rincón guardaba una ausencia distinta.

Ella caminaba entre familiares y conocidos como si no perteneciera, intentando sostener una fachada de fortaleza que no sentía. Su mente repasaba cada gesto, cada silencio, cada frase dicha sin mirarse.

La noche anterior a la muerte de Mario volvió con una claridad incómoda: palabras secas, automáticas, sin beso ni promesa de volver, como tantas otras que ella había aprendido a no cuestionar. No sabía en ese momento que esa sería su despedida no declarada.

Mientras los teléfonos vibraban con mensajes de familiares, conocidos e incluso desconocidos, todos preguntaban lo mismo: “¿Dónde estabas?” Ella apagó el teléfono, entendiendo que cualquier palabra podía ser usada en su contra.

El silencio, hasta entonces costumbre, se convirtió en necesidad urgente. Mientras la investigación oficial avanzaba con términos técnicos y fríos, ella sentía que hablaban de un cuerpo, no de la vida compartida con su esposo.

Y al enterarse de que Mario había muerto acompañado, la sensación de pérdida se transformó en humillación y exposición pública.

 

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Ella comprendió que su silencio había sido prolongar una versión de la historia donde no tenía voz. Comenzó a revisar recuerdos, conversaciones y escenas familiares con otra mirada, uniendo piezas que durante años había mantenido separadas para sobrevivir.

Miradas cómplices, silencios incómodos, frases desechadas por miedo comenzaron a confirmar la traición sostenida en su entorno familiar.

Los mensajes de advertencia que antes ignoró, el comportamiento protector de la familia y la presencia constante de la otra mujer dibujaban un panorama doloroso que ya no podía negar.

En su relato indirecto confesó que el problema no era solo la existencia de otra mujer, sino haber sido desplazada lentamente, sin darse cuenta, de decisiones que afectaban su vida y la de sus hijos.

Reconoció emociones contradictorias: culpa por aceptar menos de lo que merecía, rabia por la traición, miedo al juicio y al señalamiento. Sin embargo, comprendió que el silencio no la protegía, solo prolongaba la versión de la historia que otros habían construido.

Escribir se convirtió en su refugio, una manera de mantener la cordura y reconstruir la memoria de Mario no solo como el hombre que murió, sino como el hombre que fue antes de la distancia, de las ausencias y de la traición.

Cada frase escrita le permitió recuperar algo de sí misma y prepararse para decir lo que nadie esperaba escuchar.

Hasta el cierre de este relato, no ha habido declaraciones públicas explosivas ni responsables señalados, pero su historia, hasta ahora silenciada, comienza a emerger.

La muerte de Mario Pineida cerró una vida, pero dejó demasiadas puertas abiertas, preguntas sin respuesta y un dolor que solo ella puede comenzar a contar.

Mientras todos buscan culpables afuera, ella se prepara para hablar desde adentro, para reclamar su voz, su historia y su verdad, que nadie más puede narrar.

 

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