La vida de Jesús comenzó con la anunciación a María en Nazaret, su nacimiento en Belén y la huida a Egipto, seguida de una infancia humilde y señales tempranas de su misión divina.

En una noche como cualquier otra, un ángel apareció ante María en su modesto hogar en Nazaret, cambiando el curso de la historia. María, una joven asustada, recibió la noticia de que daría a luz al Hijo de Dios, un mensaje que la llenó de temor y asombro.
“Has hallado gracia ante Dios”, le dijo el ángel, “y concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”.
Sin entender del todo la magnitud de lo que estaba por suceder, María respondió con fe: “Hágase en mí según tu palabra”. Así comenzó la historia del Salvador, no en un palacio, sino en un rincón olvidado de Galilea.
Desde Nazaret, la familia de Jesús viajó a Belén, donde en una oscura cueva rodeada de animales, nació el Salvador del mundo.
Sin embargo, la alegría fue breve, ya que el rey Herodes, al enterarse del nacimiento del nuevo rey, ordenó la masacre de todos los niños menores de dos años en un intento de eliminar cualquier amenaza a su trono.
Pero Dios advirtió a José en un sueño, y la familia huyó a Egipto, cumpliendo así una profecía antigua.
Después de la muerte de Herodes, Jesús y su familia regresaron a Nazaret, donde el joven creció en un entorno humilde. Aunque vivió lejos de Jerusalén, cada año viajaba con su familia a la ciudad para celebrar la Pascua.
A los doce años, se encontró en el templo, asombrando a los maestros con su sabiduría. Al ser preguntado por sus padres, respondió: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”.
La vida de Jesús continuó en silencio hasta que, a los treinta años, se presentó ante Juan el Bautista en el río Jordán para ser bautizado. Al salir del agua, los cielos se abrieron y una voz proclamó: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.
Así comenzó su ministerio, que lo llevó al desierto de Judea, donde enfrentó la tentación de Satanás durante cuarenta días. En su debilidad, el diablo le ofreció poder y riquezas, pero Jesús respondió con firmeza: “Aléjate de mí, Satanás”.

Con esta victoria, Jesús se dirigió a Cana, donde realizó su primer milagro, convirtiendo agua en vino en una boda.
Luego se estableció en Capernaum, donde llamó a sus primeros discípulos y comenzó a sanar a los enfermos, ganando la admiración del pueblo y la oposición de los fariseos.
En este pueblo, Jesús también realizó el milagro de alimentar a cinco mil personas con cinco panes y dos peces, demostrando su poder divino.
A medida que su fama crecía, Jesús decidió tomar un camino menos transitado hacia Galilea, pasando por Samaria, donde tuvo un encuentro transformador con una mujer samaritana en un pozo.
“El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás”, le dijo, extendiendo su ministerio más allá de los límites de Israel. Este encuentro marcó el inicio de la difusión del Evangelio entre los gentiles.
Sin embargo, la oposición no tardó en llegar. En Jerusalén, Jesús confrontó a los mercaderes en el templo, desatando la ira de los líderes religiosos.
A pesar de la creciente tensión, continuó su camino hacia Galilea, donde realizó más milagros, como sanar a un ciego y caminar sobre las aguas.
En un momento de gran fe, Pedro intentó caminar hacia él sobre el agua, pero al dudar, comenzó a hundirse. “¡Señor, sálvame!”, clamó, y Jesús lo rescató.
La historia de Jesús también incluyó encuentros significativos en lugares como Magdala, donde liberó a María Magdalena de siete demonios, y en Cesarea de Filipo, donde preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Esta declaración marcó un punto de inflexión en el ministerio de Jesús, quien comenzó a hablar de su sufrimiento y muerte inminente.

Finalmente, llegó la Semana Santa. Durante la cena de Pascua, Jesús instituyó la Comunión, compartiendo el pan y el vino con sus discípulos. Sin embargo, la traición estaba cerca. Judas Iscariote, uno de sus seguidores, lo entregó a las autoridades.
Después de ser arrestado en el jardín de Getsemaní, fue llevado ante el Sanedrín y luego ante Pilato, quien, a pesar de no encontrar culpa en él, cedió ante la presión de la multitud y lo condenó a muerte.
La crucifixión fue un momento de agonía y humillación. Jesús, con su cuerpo destrozado y una corona de espinas, fue llevado al monte Calvario, donde fue crucificado entre dos ladrones. En su último aliento, proclamó: “Consumado es”, y murió.
La tierra tembló, y el velo del templo se rasgó, simbolizando el acceso a Dios a través de su sacrificio.
Pero la historia no terminó allí. Al tercer día, un ángel anunció a las mujeres que fueron al sepulcro: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado”. Jesús apareció a sus discípulos, proclamando victoria sobre la muerte.
Durante cuarenta días, se mostró a ellos, dándoles instrucciones antes de ascender al cielo.
La vida de Jesús fue un viaje de miles de kilómetros, predicando y realizando milagros.
Su legado continúa, y la promesa de su regreso permanece viva. La historia de Jesús no solo es una narración de su vida, sino un llamado a la fe y la esperanza en un mundo que aún necesita su mensaje de amor y redención.