Jesús fue históricamente judío y practicó plenamente el judaísmo, pero su figura dio origen a una separación profunda entre judaísmo y cristianismo basada en diferencias teológicas fundamentales.
Millones de judíos consideran la cruz un ídolo, un símbolo de persecución y un recordatorio doloroso de su historia. Para muchos cristianos, sin embargo, es el símbolo máximo del amor de Dios.
Pero aquí está la verdad que lo cambia todo: el hombre en el centro de esta cruz, Jesús, era completamente judío. Él guardaba el Sábado, leía la Torá en hebreo y celebraba las festividades judías en el Templo de Jerusalén. Sus primeros seguidores también eran judíos.
Entonces, ¿cómo es posible que la fe que lleva su nombre sea hoy tan diferente de la religión que él mismo practicó? Esta separación no fue un accidente; fue una ruptura profunda basada en siete diferencias fundamentales.
La primera y más impactante diferencia es la percepción de Jesús. Para el judaísmo, Jesús de Nazaret fue un hombre, un rabino, un maestro, y quizás un profeta.
Dijo cosas sabias y realizó prodigios, pero al final del día, solo fue un hombre. La idea de que un hombre pueda ser Dios es considerada una blasfemia.
El mandamiento más importante del judaísmo, la oración del Shemá, establece que Dios es uno e indivisible, sin partes. En contraste, el cristianismo ve a Jesús como la segunda persona de la Trinidad, es decir, como Dios mismo. Él afirmó: “Yo y el Padre somos uno.”
Cuando sus enemigos lo acusaron de hacerse igual a Dios, no lo negó. Esta diferencia es insalvable; para los judíos, si Jesús fuera Dios, su fe se desmoronaría, y para los cristianos, si solo fuera un buen maestro, todo carecería de sentido.
La segunda diferencia radica en la naturaleza del problema humano y su solución. Para el judaísmo, el problema es el yéser hará, la inclinación al mal.
No creen en el pecado original, sino que consideran que cada persona nace neutra, con inclinaciones tanto buenas como malas.
El pecado, entonces, son las acciones que uno elige. La solución a esta inclinación es el arrepentimiento, o teshuvá, que implica seguir los mandamientos de la Torá y hacer caridad.
En cambio, el cristianismo sostiene que el problema es más profundo: el pecado original. Por la rebelión de Adán, toda la humanidad cayó en un estado de pecado.
Así, la salvación no puede provenir de uno mismo, sino que es un regalo inmerecido de gracia. En el cristianismo, la salvación es un veredicto legal donde Dios declara al creyente no culpable, no porque sea inocente, sino por la justicia de Cristo.
El conflicto central entre ambas religiones se centra en la figura del Mesías. Para el judaísmo, el Mesías aún no ha llegado. Debe ser un líder humano, descendiente del rey David, que cumpla con ciertas profecías, como reunir a los exiliados judíos y reconstruir el Templo.
Desde la perspectiva judía, Jesús no cumplió con estas expectativas, pues no trajo paz mundial ni estableció un reino divino.
Por otro lado, el cristianismo argumenta que Jesús cumplió con las profecías de un Mesías sufriente, como se describe en Isaías 53, y que su segunda venida será la que cumpla las profecías de un rey conquistador.
La cuarta diferencia se encuentra en la autoridad de los textos sagrados. Para el judaísmo, el Tanaj, que equivale al Antiguo Testamento cristiano, es fundamental.
Este incluye la Torá y el Talmud, que contiene la tradición oral y las interpretaciones rabínicas. Sin el Talmud, la lectura de la Torá carece de contexto.
En contraste, el cristianismo tiene la Biblia, que incluye el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, este último considerado como el cumplimiento de las promesas del Antiguo.
La quinta diferencia se refiere al concepto del pueblo elegido. Para el judaísmo, este es Israel, una nación con raíces físicas en Abraham, Isaac y Jacob. La identidad judía se transmite de madre a hijo.
En cambio, el cristianismo considera que el pueblo elegido es la iglesia, una familia espiritual donde la fe en Jesús permite a cualquier persona ser parte de la herencia de Israel, independientemente de su origen étnico.
El lugar sagrado, para los judíos, es Jerusalén, mientras que para los cristianos, el templo se ha trasladado al cuerpo del creyente.
La sexta diferencia se centra en la visión del Estado de Israel. Los judíos ven la creación del Estado de Israel como el comienzo de la redención y un paso hacia la llegada del verdadero Mesías.
Por su parte, muchos cristianos ven en este acontecimiento una señal del fin de los tiempos, donde la restauración de Israel indica que se acerca la segunda venida de Cristo.
Finalmente, la séptima diferencia se manifiesta en la comprensión de la ley y el sacrificio. Para el judaísmo, la ley es eterna y se basa en 613 mandamientos. Los sacrificios de animales eran esenciales hasta la destrucción del Templo en el año 70.
Tras esto, el judaísmo se adaptó, reemplazando los sacrificios con oración y buenas obras. En contraste, el cristianismo considera que el sacrificio de Jesús en la cruz fue el último y perfecto sacrificio, que no solo cubre el pecado, sino que lo elimina para siempre.
La muerte de Jesús no fue un accidente, sino el cumplimiento del plan divino para la redención de la humanidad.
Estas diferencias no solo resaltan la fractura entre el judaísmo y el cristianismo, sino que también subrayan la conexión profunda que existe entre ambas tradiciones.
El apóstol Pablo, un fariseo judío convertido al cristianismo, enfatiza que Israel es la raíz santa, y que los cristianos son ramas injertadas en ese árbol.
El cristianismo no existiría sin el judaísmo, y entender a Jesús implica comprender el contexto del pueblo del que proviene. En un mundo lleno de divisiones, la pregunta no es cómo podemos estar de acuerdo, sino cómo podemos entendernos y aprender el uno del otro.
