María Valtorta describe con detalle místico el nacimiento de Jesús en un humilde establo, resaltando la devoción y el amor de María y José.

Hermanos y hermanas, imaginen ser testigos de la noche más trascendental de la historia: el nacimiento de Jesús. Hoy, les traemos una visión extraordinaria, como nunca antes la han escuchado, tal como fue descrita por la mística italiana María Valtorta.
Esta mujer, conocida por sus escritos profundos y espirituales, nos ofrece una perspectiva única sobre la Natividad que va más allá de los relatos tradicionales.
La escena se desarrolla en un refugio humilde, donde María y José se encuentran en una gruta fría y oscura. La atmósfera es tensa, y el silencio de la noche se siente casi palpable.
María, con una sonrisa dulce, observa a su esposo, quien, vencido por el cansancio, ha caído en un sueño profundo.
Con delicadeza, se levanta de su lecho y se arrodilla en oración, sus manos abiertas hacia el cielo, casi en un gesto de entrega total. La luz del fuego parpadea, iluminando su rostro sereno mientras se sumerge en una profunda conexión con lo divino.
José, al despertar por el frío que penetra en el establo, se apresura a avivar el fuego, añadiendo ramas para mantener la llama viva. La noche es fría, pero el amor entre ellos calienta el ambiente. “No duermas, María”, le dice José con preocupación.
“Estoy rezando”, responde ella con una voz suave. “Intenta descansar un poco”. La devoción de María no conoce límites, y su fe resplandece en cada palabra.
A medida que la luna asciende en el cielo, su luz se filtra a través de una grieta en el techo, bañando a María en un resplandor celestial. En ese momento, algo extraordinario sucede. La luz que la rodea crece y se intensifica, transformando el humilde establo en un lugar de gloria.
Las piedras grises parecen convertirse en plata, las telarañas brillan como joyas, y la atmósfera se llena de una paz indescriptible. María, con su vestido azul oscuro, se transforma en un ser radiante, y su rostro refleja la luz divina.
En medio de esta iluminación, el momento culminante llega. María, en su maternidad, sostiene a su hijo recién nacido en sus brazos. El pequeño Jesús, rosado y regordete, llora suavemente, y su madre lo mira con adoración.
“Oh, qué hermoso es este momento”, susurra María. “Te adoraré, pequeño mío”. La luz, ahora casi insoportable, parece emanar de ella, llenando el establo con una energía pura y celestial.
El buey y el asno, despertados por el resplandor, se levantan y miran a su creador. José, que había estado sumido en su oración, se sobresalta al ver la luz. “¿Qué está sucediendo?”, pregunta con asombro.
“Ven, José”, le llama María, invitándolo a acercarse. Con lágrimas de felicidad, se encuentran ante el milagro de la vida. “Ofrezcamos a Jesús al Padre”, dice María, y juntos elevan al niño en un gesto de entrega.

“Yo no soy digno”, exclama José, abrumado por la grandeza del momento. Pero María, con una sonrisa, le asegura: “Eres más que digno. Nadie lo es más que tú”.
Con manos temblorosas, José toma al niño en sus brazos, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo. “Oh, Señor, Dios mío”, murmura mientras lo acuna, protegiéndolo del frío de la noche. La ternura de José es evidente, y su amor por el niño es palpable.
María, con cuidado, envuelve a Jesús en lienzos tibios y lo coloca en un pesebre improvisado, hecho de heno. “Está listo”, dice José, mientras aviva el fuego para mantener el ambiente cálido.
La madre, con su corazón lleno de amor, se inclina sobre el pesebre, observando a su hijo dormir. “Qué maravilla”, susurra, maravillándose ante la belleza de la vida que ha traído al mundo.
La escena es un reflejo del amor divino, un recordatorio de la humildad y la grandeza de la Navidad. No es solo una historia de un nacimiento en un establo, sino una invitación a redescubrir la luz de Cristo en nuestras vidas.
La visión de María Valtorta nos lleva al corazón del misterio de la Natividad, mostrándonos que el amor y la fe pueden transformar incluso los lugares más oscuros en espacios de luz y esperanza.
La experiencia de esta noche sagrada es un llamado a todos nosotros. Nos invita a abrir nuestros corazones y permitir que la luz de Cristo brille en nuestras vidas.
Al compartir esta visión, recordemos que el nacimiento de Jesús es un regalo que debemos celebrar y difundir, llevando su mensaje de amor y paz a todos los rincones del mundo.
Que esta Navidad, así como María y José, podamos encontrar la luz en nuestras propias vidas y compartirla con aquellos que nos rodean.
