“La hora cero en Sinaloa: la historia no contada del caos que detuvo a todo un estado”
Era la tarde del 17 de octubre de 2019 cuando la calma se quebró en mil pedazos.

Una operación militar, aparentemente rutinaria, cambió el destino de una ciudad entera.
En un barrio residencial de Culiacán, las fuerzas federales capturaron a Ovidio Guzmán López, uno de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán, heredero del imperio que durante años dominó el narcotráfico en México.
Lo que siguió fue un infierno.
En cuestión de minutos, las calles se llenaron de hombres armados, camionetas con ametralladoras y el sonido metálico de los fusiles que retumbaba en cada esquina.
Los ciudadanos no sabían qué pasaba.
Las redes sociales se inundaron de videos: humo negro, autos incendiados, enfrentamientos, gritos.

El caos era total.
Nadie daba órdenes, nadie parecía tener el control.
Culiacán ardía.
Las escuelas suspendieron clases de inmediato.
Padres desesperados corrían a buscar a sus hijos, mientras los disparos se escuchaban cada vez más cerca.
Las tiendas cerraron, los autobuses dejaron de circular, y los hospitales comenzaron a recibir heridos.
El aire estaba cargado de miedo.
“Era como si el tiempo se hubiera detenido”, recuerda una habitante del sector Tres Ríos, una de las zonas más afectadas.
“Solo se escuchaban balas, gritos y helicópteros.
Pensé que no iba a sobrevivir.
El operativo militar había tocado una fibra sensible del poder criminal en Sinaloa.
En menos de una hora, los grupos armados tomaron las principales avenidas, bloquearon las salidas de la ciudad e incluso sitiaron zonas estratégicas.
El Estado mexicano se vio obligado a retroceder.
En un giro impensado, las autoridades ordenaron la liberación de Ovidio Guzmán para “salvaguardar vidas civiles”.
Fue una decisión que dividió al país, pero en ese momento, parecía la única salida posible.

Las imágenes de aquel día dieron la vuelta al mundo: soldados replegándose, civiles atrapados en sus autos, y hombres armados patrullando como si la ciudad les perteneciera.
La escena parecía sacada de una película de guerra, pero era real.
México observaba con horror cómo una de sus ciudades más importantes quedaba literalmente paralizada por el poder del crimen organizado.
El impacto psicológico fue devastador.
Durante días, Culiacán vivió en silencio.
Las calles vacías, los comercios cerrados, las miradas perdidas.
Nadie quería hablar, nadie quería recordar.
Los habitantes se convirtieron en testigos involuntarios de un hecho histórico: la demostración más cruda de que el miedo puede dominar incluso al Estado.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las preguntas comenzaron a multiplicarse.
¿Qué tan planeada estaba la operación? ¿Por qué no hubo coordinación entre las fuerzas de seguridad? ¿Y quién realmente dio la orden de liberar a Ovidio? Las versiones oficiales intentaron justificar la decisión como una medida humanitaria, pero para muchos, fue una humillación nacional.
“Ese día, el gobierno se arrodilló ante el narcotráfico”, dijo un analista político.
“Y el mensaje fue claro: en Sinaloa, quien manda no lleva uniforme.
”
Los testimonios de los ciudadanos son desgarradores.
Una madre recuerda cómo se refugió con sus hijos en el baño mientras las balas atravesaban las paredes de su casa.
Un conductor de autobús relata que tuvo que abandonar su unidad en medio de una balacera y correr entre los autos incendiados.
Un médico del hospital general asegura que nunca había visto tanto miedo en los ojos de la gente.
“Era el caos absoluto.
Nadie sabía qué hacer.
La ciudad estaba secuestrada.
”
Aquel 17 de octubre fue bautizado como “El Culiacanazo”, un nombre que ahora forma parte de la historia reciente de México.
Y aunque el gobierno intentó pasar página, el recuerdo sigue vivo.
Cada año, la fecha se conmemora con una mezcla de rabia y resignación.
En Culiacán, nadie olvida el sonido de las balas ni la sensación de que, por un día, todo se detuvo.
Tres años después, en enero de 2023, el arresto de Ovidio Guzmán volvió a encender el fantasma de aquel caos.
Nuevamente, las calles de Sinaloa fueron escenario de violencia, pero esta vez con un resultado distinto: el hijo del “Chapo” fue trasladado bajo un impresionante operativo militar.
Sin embargo, para muchos, el daño ya estaba hecho.
La herida emocional del “Culiacanazo” sigue abierta.
Lo que ocurrió aquel día no fue solo un enfrentamiento, sino una lección amarga sobre el poder del miedo.
La ciudad entera, desde los barrios más humildes hasta las zonas de lujo, entendió que la violencia puede imponerse con un simple disparo.
Y que cuando las balas hablan, la autoridad calla.
Hoy, los habitantes de Culiacán intentan seguir adelante, pero viven con la memoria tatuada en el alma.
Cada sonido fuerte, cada patrulla, cada helicóptero los transporta de nuevo a ese día en que el cielo se oscureció sin aviso.
El 17 de octubre no fue solo el día en que Sinaloa se detuvo.
Fue el día en que México miró de frente a su propio miedo… y comprendió, con dolor, que hay silencios que pesan más que las balas.