En las décadas de 1960 y 1970, México vivía una época dorada en la industria cinematográfica, llena de actores memorables, historias apasionantes y producciones que marcaron a varias generaciones.
Entre los personajes que brillaron en ese tiempo, Gregorio Casal se convirtió en una figura imponente en la pantalla grande y pequeña, conquistando corazones con su presencia viril, su talento y su carisma natural.
Sin embargo, detrás de esa imagen de galán y símbolo sexual, se escondía una historia mucho más compleja, marcada por la gloria, la soledad y la tragedia.
José de Jesús Casillas Rábago, conocido popularmente como Gregorio Casal, nació el 13 de julio de 1935 en San Miguel el Alto, Jalisco.
Desde muy joven, mostró un carácter fuerte y una personalidad sólida, rasgos que más tarde definirían su presencia en la pantalla.
Proveniente de una familia en la que el cine no era solo entretenimiento, sino una vocación, Gregorio fue el mayor de varios hermanos que también incursionaron en el mundo artístico, como Alejandro, Mario y Jaime Casillas.
Su camino en la actuación comenzó a finales de los años 60, cuando apareció en un comercial de televisión junto a una modelo rubia, promocionando productos de Avon.
Con solo 25 años, su presencia imponente y su voz profunda le valieron rápidamente el apodo de uno de los galanes más cotizados del momento.
Su debut cinematográfico fue en 1968, en la película *Por mis pistolas*, dirigida por Miguel Melitón, donde compartió escena con figuras como Mario Moreno Cantinflas y Anabel Gutiérrez.
Desde entonces, su carrera se expandió rápidamente, abarcando cine, televisión y teatro.
En la pantalla grande, se convirtió en uno de los actores más destacados del cine mexicano de los años 70, participando en westerns, películas de aventuras y relatos heroicos.
En la televisión, sus actuaciones en telenovelas como *Ángel Guerra* y *La señora joven* lo convirtieron en un rostro familiar en los hogares mexicanos, especialmente en las tardes, cuando sus personajes cautivaban a las familias enteras.
Gregorio Casal fue un actor versátil, capaz de interpretar desde héroes nobles y galanes elegantes hasta villanos peligrosos y antihéroes seductores.
Su físico robusto, su mirada penetrante y su voz áspera le permitieron adaptarse a diferentes géneros y personajes.
Participó en películas de estilo western junto a Jorge Rivero y Nadia Milton, en sagas de aventuras como *Chanoc* y en relatos sobrenaturales y de suspenso como *Santo versus los jinetes del terror* y *Anónimo Mortal*.
Uno de sus logros más destacados fue en 1970, cuando protagonizó junto a Germán Valdés Tin Tan la saga cinematográfica de *Chanoc*, asumiendo un personaje que antes había sido interpretado por Andrés García.
Este papel le permitió ampliar su audiencia y consolidar su presencia en el cine de acción y fantasía.
Además, su participación en películas como *El jardín de la tía Isabel* y *La viuda negra* le valieron reconocimiento crítico y premios, confirmando que su talento iba más allá de la simple apariencia de galán.
A pesar de su éxito, la vida de Gregorio Casal no fue ajena a las dificultades.
Con el paso de los años y el cambio en la industria cinematográfica mexicana, que comenzó a enfocarse en historias más urbanas y relacionadas con el narcotráfico, el actor tuvo que adaptarse a papeles secundarios y a un rol menos visible en el medio.
Sin embargo, nunca abandonó su pasión por el cine y la televisión.
Su deseo más profundo era revivir la época de oro del cine mexicano, esa época de elegancia, artesanía y narrativas inolvidables que tanto admiraba.
Pero los intereses económicos, las políticas de las productoras y los cambios en los gustos del público hicieron que esa misión fuera casi imposible.
En sus últimos años, Gregorio se dedicó a actividades más discretas, regresando a su tierra natal, Jalisco, donde disfrutaba de la ganadería y la vida sencilla.
En los años finales, Gregorio Casal se convirtió en un hombre reservado, alejándose del mundo del espectáculo.
La enfermedad y la vejez le pasaron factura, y en 2018, a los 82 años, falleció en Tepatitlán, tras luchar contra un cáncer gástrico avanzado.
Sus últimos días fueron marcados por el aislamiento y la fragilidad, pero su legado permaneció vivo en la memoria de sus admiradores y en las películas que dejó como testimonio de su talento.
Su muerte fue un momento de tristeza para muchos, pero también de reconocimiento a una carrera llena de logros y contribuciones al cine mexicano.
Sus restos fueron llevados a su pueblo natal, donde fue sepultado junto a su madre, en una ceremonia sencilla pero llena de cariño y respeto.
La comunidad de San Miguel el Alto recordaba a Gregorio como un hijo orgulloso de su tierra, un símbolo de dignidad y orgullo regional.
La historia de Gregorio Casal no solo es la de un actor que alcanzó la fama, sino también la de un hombre que vivió con intensidad, amó en silencio y regresó a sus raíces cuando el brillo de las cámaras se apagó.
Su vida refleja los contrastes de la fama y la humildad, de la fortaleza y la soledad.
Aunque no dejó una gran fortuna material, su legado artístico y su influencia en la cultura popular mexicana permanecen intactos.
Gregorio Casal fue un ejemplo de que la verdadera riqueza reside en el respeto y en el impacto que dejamos en quienes nos rodean.
Su historia invita a valorar la sencillez, la lealtad y el amor por las raíces, enseñanzas que trascienden el tiempo y las generaciones.
