Mucho antes de convertirse en la abuela de Ángela Aguilar y en la matriarca indiscutible de una de las dinastías musicales más importantes de México, Flor Silvestre ya había escrito una historia propia marcada por el talento, la valentía y la polémica.

En una época en la que el destino de las mujeres parecía estar estrictamente trazado, ella se atrevió a romper reglas, desafiar prejuicios y vivir el amor bajo sus propios términos, aun cuando ello implicara cargar con el juicio implacable de la sociedad.

Nacida como Guillermina Jiménez Chabolla, Flor Silvestre se casó por primera vez cuando apenas tenía quince años.

Era una niña enfrentándose a una vida adulta para la que nadie estaba realmente preparado.

Aquel matrimonio temprano no duró mucho; cinco años después, decidió divorciarse, una decisión profundamente escandalosa en los años cuarenta, cuando separarse significaba cargar con un estigma social casi irreversible.

Sin embargo, Flor nunca fue una mujer dispuesta a vivir para complacer al “qué dirán”.

Su prioridad era la libertad y la posibilidad de ser feliz.

Poco tiempo después volvió a creer en el amor.

Su segundo matrimonio fue con Francisco Rubiales Calvo, mejor conocido como Paco Malgesto, un reconocido locutor y cronista deportivo.

Se casaron en 1954 y, durante un tiempo, parecieron encarnar a la pareja perfecta del espectáculo mexicano.

De esa unión nacieron dos hijos, Marcela y Francisco, y durante algunos años compartieron un hogar que, visto desde fuera, parecía estable.

Sin embargo, tras los reflectores, la relación comenzó a deteriorarse lentamente, víctima de tensiones, ausencias y una convivencia cada vez más complicada.

El punto de quiebre llegó durante el rodaje de una película, cuando Flor Silvestre conoció a Antonio Aguilar.

Lo que surgió entre ellos fue un flechazo inmediato, tan intenso como inevitable.

Para entonces, Flor aún estaba casada, lo que convirtió ese romance en un amor prohibido.

La sociedad no tardó en reaccionar con dureza.

Los rumores, las críticas y los señalamientos no se hicieron esperar, y Flor fue señalada como una mujer infiel que abandonaba su hogar por una nueva pasión.

En 1959, Flor Silvestre tomó una de las decisiones más difíciles y valientes de su vida: separarse definitivamente de Paco Malgesto para iniciar una relación con Antonio Aguilar.

El divorcio fue todo menos sencillo.

Paco, profundamente herido, reaccionó con rencor y llegó a impedir que Flor viera a sus hijos, incluso desobedeciendo órdenes judiciales.

Durante meses, Flor tuvo que comunicarse con ellos a escondidas, mientras la prensa alimentaba la narrativa de que había abandonado a sus pequeños por seguir a un nuevo amor.

Años más tarde, su hermana La Prieta Linda aportaría una versión distinta, revelando que ella misma cuidó de sus sobrinos durante largas temporadas, desmontando así la imagen de una madre ausente.

Sin embargo, el daño mediático ya estaba hecho.

Flor cargó durante décadas con ese juicio público, silencioso pero persistente.

Tras concretar su divorcio, Flor Silvestre se casó con Antonio Aguilar, dando inicio a una de las historias de amor más duraderas y emblemáticas del espectáculo mexicano.

Juntos formaron una familia sólida y tuvieron dos hijos, Antonio Aguilar Jr. y José “Pepe” Aguilar, quienes continuarían el legado artístico de sus padres.

Con el tiempo, Flor se convirtió en el corazón de la dinastía Aguilar, una figura materna y protectora cuya influencia se extendería a generaciones posteriores, incluida su nieta Ángela.

Aunque su matrimonio con Antonio fue mayormente estable, no estuvo exento de momentos tensos.

Una de las anécdotas más recordadas y comentadas en la familia fue la única gran discusión conyugal que tuvieron, y curiosamente no fue por dinero ni por infidelidades, sino por la música de Julio Iglesias.

Flor era una admiradora apasionada del cantante español y podía pasar horas escuchando y cantando sus canciones.

Antonio, cansado de oír las mismas baladas una y otra vez, terminó explotando.

Sin embargo, lejos de convertirse en una ruptura, el episodio terminó fortaleciéndolos.

Años después, Antonio llevaría a Flor a ver a Julio Iglesias en concierto como un gesto de amor y madurez.

Más allá de su vida personal, Flor Silvestre brilló con luz propia como artista.

Su voz se convirtió en un referente de la música ranchera, y canciones como Cielo rojo, Renunciación, Mi destino fue quererte y Mientras yo estoy dormida se grabaron en la memoria colectiva de México.

En el cine, participó en más de setenta películas desde su debut en 1950, compartiendo créditos con leyendas como Pedro Infante, María Félix y Joaquín Pardavé.

Su participación en Ánimas Trujano, nominada al Óscar, consolidó su prestigio como actriz.

El tramo final de su vida transcurrió lejos del ruido mediático, en la tranquilidad del rancho El Soyate, en Zacatecas, el mismo lugar donde había construido su vida junto a Antonio Aguilar.

Flor Silvestre falleció el 25 de noviembre de 2020 a los 90 años, por causas naturales.

Su despedida fue íntima, marcada por las restricciones de la pandemia, y sus restos descansan junto a los de Antonio, fallecido en 2007.

En cuanto a su herencia, Flor dejó una última lección de equilibrio y justicia.

Distribuyó sus bienes de manera consciente y en vida, entregando recuerdos personales a sus hijas y dejando el rancho familiar a Pepe y Antonio Aguilar Jr., quienes habían trabajado y cuidado ese lugar durante años.

Así, Flor Silvestre cerró su historia como la vivió siempre: con carácter, amor y la firme convicción de que su legado no solo estaba en la fama, sino en la familia y la libertad de haber sido fiel a sí misma.