🕯️Despedida entre lágrimas: el hijo de José Guadalupe Esparza rompió en llanto frente a cientos de personas
La muerte de José Guadalupe Esparza, vocalista y alma de Bronco, cayó como un rayo sobre el mundo de la música mexicana.
A sus 69 años, su partida dejó en shock a generaciones que crecieron con sus letras, su voz inconfundible y ese estilo que logró unir lo romántico con lo popular de forma única.
Pero más allá del ídolo, del artista, del símbolo cultural, estaba el hombre.
Y ese hombre fue despedido con una de las escenas más dolorosas que se recuerdan: su hijo, completamente quebrado, llorando frente a su ataúd mientras el público intentaba, en vano, contener su propia emoción.
El funeral, realizado en Monterrey, fue abierto al público, como correspondía a una figura que nunca le cerró la puerta a su gente.
Desde las primeras horas del día, cientos de fanáticos comenzaron a llegar con flores, carteles, camisetas de Bronco y, sobre todo, lágrimas.
Algunos viajaron desde otras ciudades, incluso desde Estados Unidos, solo para despedirse de quien fue, durante décadas, la voz de sus vidas.
Pero el momento que lo cambió todo llegó cuando su hijo mayor, José Adán Esparza, subió al estrado improvisado junto al ataúd de su padre y tomó el micrófono.
Nadie estaba preparado para lo que vino después.
Con la voz temblorosa, visiblemente afectado, José Adán se arrodilló ante el féretro, puso la mano sobre la caja y rompió en llanto.
El silencio en ese instante fue absoluto.
Algunos asistentes ya lloraban, otros se abrazaban buscando consuelo, pero todos escuchaban con el alma lo que estaba a punto de decir: “Papá… no estoy listo para esto.
¿Cómo se entierra a un gigante? ¿Cómo se dice adiós a un padre que también fue héroe para millones?”.
Las palabras fueron pocas, pero cada una caló hasta los huesos.
“Gracias por enseñarme a cantar, pero sobre todo, gracias por enseñarme a vivir con humildad.
Gracias por nunca olvidar de dónde vienes.
Y gracias… por ser mi papá”.
Luego, sin poder más, se desplomó sobre el ataúd entre gritos de dolor.
Fue necesario que varios familiares se acercaran a ayudarlo mientras el público, con los ojos llenos de lágrimas, aplaudía con fuerza intentando contener la tristeza.
El cuerpo de José Guadalupe Esparza fue velado entre arreglos florales blancos, fotografías históricas de su carrera y, por supuesto, una guitarra sobre su féretro.
Sonaron en vivo algunas de sus canciones más emblemáticas como “Que no quede huella” y “Sergio el bailador”, interpretadas en versiones acústicas que hicieron aún más intenso el dolor de los presentes.
Cada acorde era como una puñalada en el pecho de quienes lo admiraban desde siempre.
Durante el homenaje, se acercaron músicos, productores, exintegrantes de Bronco y hasta figuras del espectáculo que no pudieron contener su admiración.
Pero nadie, absolutamente nadie, tuvo un momento más impactante que el hijo del cantante.
Incluso fanáticos que estaban fuera del recinto lloraban desconsoladamente al ver la escena transmitida en pantallas gigantes instaladas en el exterior.
Según fuentes cercanas, en sus últimos días, José Guadalupe ya presentaba complicaciones de salud, pero se mantenía fuerte, aferrado a su familia y a su música.
“Murió como vivió: con la frente en alto y sin rendirse”, dijo un amigo íntimo.
A pesar de los esfuerzos médicos, su cuerpo no resistió más, y fue su hijo quien estuvo con él en el último respiro.
“Me apretó la mano y me dijo que no tenía miedo”, reveló entre lágrimas.
“Pero yo sí tenía miedo… de quedarme sin él”.
Hoy, su ausencia se siente no solo en la música, sino en el alma de un país entero que lo vio como algo más que un cantante: como un símbolo de lucha, de autenticidad, de fuerza.
Y aunque el escenario ya no lo verá cantar, su legado será eterno.
Porque como dijo su hijo en ese último adiós: “Papá, mientras yo respire… tú sigues cantando”.
Y con esas palabras, se cerró uno de los capítulos más tristes en la historia de la música mexicana.
Pero también uno de los más conmovedores.
Porque a veces, el amor de un hijo es el más grande homenaje que un hombre puede recibir.