La sirvienta que cuidó a Abraham Quintanilla en sus últimos días relató su deterioro físico, su profunda tristeza y las constantes referencias a Selena antes de morir.

Durante años, su nombre permaneció en el anonimato, pero ahora la mujer que cuidó a Abraham Quintanilla en sus últimos días decidió hablar y su relato es tan perturbador como desgarrador.
Vivía en la casa, lo veía cada mañana y fue testigo del lento deterioro de un hombre marcado por la enfermedad, el cansancio y un dolor que nunca se apagó.
“Yo no solo limpiaba o cocinaba, yo lo cuidaba”, confesó con voz temblorosa, recordando cómo Abraham pasaba horas en silencio, mirando a la nada, como si esperara a alguien que no llegaba.
En esos momentos, hablaba de su juventud, de la música y de los escenarios, pero siempre regresaba al mismo nombre, Selena, mencionándola como si aún estuviera presente, como si nunca se hubiera ido.
La empleada recuerda que en sus últimos meses Abraham ya no tenía apetito, rechazaba la comida y parecía cansado de todo.
“Me decía que ya había vivido suficiente”, relató. La última vez que le llevó el desayuno, él apenas la miró, tomó su mano y le agradeció por cuidarlo. No hubo despedida explícita, pero ella sintió que esas palabras escondían un adiós.
La noche previa a su muerte fue especialmente extraña: Abraham se quejaba de una presión en el pecho y hablaba de sueños confusos, de sombras que lo llamaban. Un médico fue contactado, dio indicaciones y pidió vigilancia, pero incluso él notó algo inusual en el ambiente.

Tras el fallecimiento, el silencio se apoderó de la casa. No hubo escándalos ni ruido, solo órdenes claras de discreción absoluta. La sirvienta lloró como si hubiera perdido a un familiar cercano, pero lo peor comenzó después.
“Desde esa noche ya no dormía bien”, confesó. Soñaba con Abraham sentado en su silla, mirándola fijamente, y detrás de él aparecían figuras oscuras.
A veces, en esos sueños, una voz femenina susurraba: “No lo dejen solo”, y en su mente surgía un nombre imposible de ignorar.La casa comenzó a sentirse distinta.
Las cortinas permanecían cerradas, el aire se volvía pesado y el cuarto de Abraham quedó intacto, como congelado en el tiempo. Una tarde, mientras limpiaba esa habitación, escuchó un susurro y vio una sombra deslizarse por la pared.
Intentó convencerse de que era su imaginación, pero los sueños se repitieron y los ruidos nocturnos se hicieron más frecuentes. Puertas entreabiertas, luces que parpadeaban sin razón y pasos en el pasillo cuando no había nadie aumentaron su miedo.
El velorio se organizó en la más estricta intimidad. Solo familiares cercanos, sin prensa ni cámaras. Desde el primer momento, el ambiente fue opresivo. Algunos asistentes aseguraron sentir frío al tocar el ataúd, otros dijeron notar un brillo extraño en los ojos del difunto.
La sirvienta observaba desde un rincón cuando ocurrió lo impensable: varios testigos afirmaron haber visto moverse uno de los dedos de la mano de Abraham.
Al principio se intentó explicar como una reacción post mortem, pero cuando el movimiento se repitió, el pánico estalló. Gritos, rezos y miradas de terror llenaron la sala.

Según la empleada, también se percibió una sombra detrás del ataúd, oscura y sin forma definida. “No estaba mirando a Abraham, nos miraba a nosotros”, aseguró.
La sala fue cerrada de inmediato y todo se manejó como un secreto que no debía salir de esas paredes. Aun así, algunos grabaron con sus teléfonos, temblando, captando sombras y reflejos imposibles de explicar con facilidad.
Esa misma noche, el cuerpo fue retirado antes de lo previsto y la casa quedó sumida en un silencio aún más inquietante.
La sirvienta pasó la madrugada sentada, con la luz encendida, incapaz de dormir. Al amanecer encontró la puerta del cuarto de Abraham entreabierta y una flor blanca marchita sobre la mesa, un objeto que nadie supo explicar cómo llegó allí.
Desde ese momento, decidió que no podía seguir. Renunció sin despedirse, convencida de que la casa ya no era un hogar, sino un lugar cargado de algo que no quería testigos.
Hoy, su testimonio sigue generando escalofríos. No hay comunicados oficiales ni explicaciones concluyentes, solo versiones, recuerdos y una certeza incómoda entre quienes estuvieron presentes.
Para ella, lo ocurrido no terminó con la muerte de Abraham Quintanilla. Algo se quebró esos días, algo que aún parece moverse en la sombra, recordando que hay historias que, por más que se intenten enterrar, nunca descansan del todo.