La noticia que conmocionó a Colombia y a toda América Latina llegó en la madrugada del 11 de agosto de 2025: Miguel Ángel Uribe Turbay, senador y precandidato presidencial, falleció tras más de dos meses de una dura batalla por su vida.
Lo que comenzó como un día normal en el parque El Golfito, en la localidad de Fontibón, terminó en un atentado que no solo truncó una vida, sino que dejó un vacío irreparable en su familia, seguidores y en el país entero.

El 7 de junio de 2025, Miguel Uribe se encontraba en plena actividad política, desplegando su energía y convicción ante sus seguidores.
Hablaba con pasión sobre la necesidad de transformar el país desde sus raíces, defendiendo políticas de inclusión y el porte responsable de armas.
Sin embargo, ese día, un joven de apenas 14 años, parte de una conspiración mayor, irrumpió en el escenario y disparó al menos seis veces contra el senador.
Las balas impactaron en su cabeza, cuello y pierna, provocando heridas críticas que llevaron a su traslado inmediato a la clínica Medicentro Familiar y luego a la Fundación Santa Fe de Bogotá, donde fue sometido a neurocirugía de urgencia.
Desde ese momento, el país se volcó en una ola de apoyo, oraciones y marchas para pedir justicia y vida para Miguel Uribe.
Durante semanas, los médicos lucharon contra el tiempo para salvarlo. Inicialmente, hubo una respuesta clínica favorable, pero su estado se fue deteriorando progresivamente.
Dos días antes de su fallecimiento, sufrió un sangrado agudo que requirió una segunda cirugía de emergencia.
Finalmente, en la madrugada del 11 de agosto, el país perdió a uno de sus líderes más prometedores.

El director médico de la Fundación Santa Fe, Henry Mauricio Gallardo, confirmó con pesar la noticia, que fue recibida con incredulidad y dolor por familiares, amigos y seguidores.
Afuera del hospital, velas y oraciones iluminaban la noche, mientras la tristeza se palpaba en cada rincón.
La esposa de Miguel, María Claudia Tarazona, compartió un mensaje desgarrador en redes sociales, expresando su amor eterno y la esperanza de reencontrarse en otra vida.
Sus palabras rompieron el corazón de miles y reflejaron el profundo vacío que dejó la pérdida.
Los hijos y familiares enfrentan ahora una realidad insoportable, marcada por la ausencia y la incertidumbre.
En la casa familiar, el silencio es pesado, las pertenencias intactas y la cama aún tendida, como si esperaran que Miguel regresara en cualquier momento.
La impotencia y el dolor se mezclan con la rabia por no haber podido evitar lo inevitable.
La muerte de Miguel Uribe no solo fue un golpe emocional, sino que también abrió una serie de interrogantes y teorías sobre las circunstancias que rodearon el atentado y su posterior fallecimiento.
La rapidez con la que su salud se deterioró y ciertas inconsistencias en los reportes médicos alimentaron sospechas y la sensación de que algo más profundo estaba ocurriendo.

Su esposa, con la voz quebrada, expresó su frustración y dolor al sentir que no se le brindó el cuidado adecuado, afirmando que “no me lo cuidaron, me lo dejaron ir”.
Esta frase resonó como un eco de injusticia que atraviesa las paredes del hospital y las miradas de quienes lo conocieron.
Miguel Uribe no solo fue un político, sino un hombre querido por su calidez humana y profesionalismo.
Amigos y compañeros recuerdan su energía, su capacidad de diálogo y su compromiso con un país mejor.
En las calles donde creció, vecinos y conocidos improvisaron altares con velas y flores, rindiendo homenaje a un hombre que representaba esperanza y cambio.
Sus proyectos quedaron incompletos, sus promesas sin cumplir, y su voz silenciada demasiado pronto.
Sin embargo, su recuerdo se mantiene vivo en quienes lo amaron, quienes ahora luchan por mantener su legado y exigir justicia.
La noticia de la muerte de Miguel Uribe recorrió rápidamente medios, redes sociales y conversaciones en todo el país.
Su rostro se convirtió en símbolo de resistencia contra la violencia y la impunidad.
Marchas y vigilias espontáneas llenaron plazas y calles, donde ciudadanos demandaron esclarecimiento y castigo para los responsables.

Pero para la familia, estas manifestaciones no devuelven lo perdido.
Lo único que desean es la verdad y que se haga justicia para que la memoria de Miguel no sea empañada por el silencio o la negligencia.
La trágica muerte de Miguel Uribe Turbay dejó una marca imborrable en Colombia.
Más allá de la política, su historia es la de un hombre que soñaba con un país mejor y que fue víctima de la violencia y la injusticia.
Su esposa, sus hijos y sus seguidores enfrentan ahora un futuro sin su presencia, pero con la esperanza de que su lucha y legado perduren.
Este caso recuerda la fragilidad de la vida y la importancia de la justicia y la verdad en momentos de crisis.
Miguel Uribe se ha ido, pero su nombre y su historia seguirán vivos en el corazón de quienes creen en un cambio real y en un país más justo para todos.
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