🌅 El último adiós de Miguel Uribe: el abrazo que lo esperaba más allá de las nubes
La noticia llegó como una ráfaga fría en la madrugada.
Miguel Uribe, conocido por su fuerza, su entrega y su sonrisa franca, había partido.
No hubo un aviso largo ni un deterioro lento; su despedida fue tan repentina como inevitable.
Quienes estuvieron a su lado relatan que, en sus últimas horas, su mirada tenía un brillo extraño, como si ya estuviera viendo algo que los demás no podían percibir.
Y entonces, en ese instante final, pareció relajarse, como si encontrara una paz que aquí en la tierra le había sido esquiva.
Su historia, más allá de los logros o los momentos difíciles, siempre estuvo atravesada por la figura de su madre.
Ella había sido su guía, su refugio y su cómplice silenciosa.
Desde que ella partió, Miguel llevaba un vacío que ni los años ni las victorias lograron llenar.
Amigos cercanos aseguran que, en los últimos tiempos, hablaba con más frecuencia de ella, como si estuviera preparándose para ese reencuentro.
La imagen que hoy acompaña su despedida es tan emotiva que resulta imposible no sentir un nudo en la garganta: un hombre que, tras dejar atrás el peso del mundo, sube los escalones invisibles hacia un cielo luminoso, y allí, en medio de una claridad infinita, su madre extiende los brazos.
No hay palabras, no hay explicaciones, solo un abrazo que borra el tiempo y el dolor.
En la tierra, el vacío es inmenso.
Sus amigos, colegas y familiares hablan de él con una mezcla de orgullo y tristeza.
Orgullo por lo que fue, por su manera de enfrentar la vida con entereza, y tristeza porque ya no estará para compartir una carcajada o una conversación nocturna.
Las redes sociales se han llenado de mensajes, fotos y recuerdos; todos coinciden en que Miguel dejó una huella imposible de borrar.
Hay quienes, intentando encontrar consuelo, dicen que ahora Miguel está exactamente donde quería estar: junto a la mujer que le enseñó todo, incluso a despedirse con dignidad.
Su partida no es el final de una historia, sino el comienzo de otra, en la que el escenario ya no es esta tierra incierta, sino un lugar donde no existen las despedidas.
Y aunque su ausencia duela como una herida abierta, la imagen de ese reencuentro celestial será, para muchos, el bálsamo que les permita recordar que, a veces, el último adiós es, en realidad, un regreso a casa.