¡HARFUCH es ATACADO brutalmente por el Mencho del CJNG —Su reacción dejó sin palabras a todos

¡HARFUCH es ATACADO brutalmente por el Mencho del CJNG —Su reacción dejó sin palabras a todos

En el universo del crimen organizado mexicano, donde la línea entre el poder y la violencia es tan delgada como peligrosa, una historia reciente ha sacudido al país entero.

Omar García Harfuch —el rostro más visible de la lucha contra los cárteles— entró en el corazón del territorio enemigo no como una víctima, sino como un estratega que decidió poner a prueba su propio coraje.

Y allí, en el centro de Jalisco —considerado el bastión inexpugnable del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG)— logró lo impensable: transformar una emboscada en una lección de inteligencia y dominio.

Desde el momento en que el avión de Harfuch aterrizó en el aeropuerto de Guadalajara, la tensión se podía palpar en el aire.


Quienes conocen el pulso del país sabían lo que significaba pisar la tierra controlada por Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, el líder más temido del CJNG.

Sin embargo, Harfuch no llegaba para desafiar, sino para enviar un mensaje contundente: el Estado mexicano no reconoce territorios prohibidos.

Antes del viaje, los servicios de inteligencia habían advertido que el cártel preparaba una “demostración de fuerza”: una emboscada simbólica para humillar o incluso eliminar al funcionario.

Pero Harfuch no rehuyó el desafío; lo planeó. Antes de partir, activó un plan de contingencia clasificado bajo el nombre “Protocolo Escorpión”, diseñado específicamente para enfrentar ataques armados en zonas de alto riesgo.

Cuando el convoy oficial abandonó el aeropuerto, tres camionetas negras sin placas aparecieron y se colocaron a ambos lados.

Dentro, hombres encapuchados y fuertemente armados. No dispararon, solo se acercaron lentamente, mostrando su poder. De pronto, el teléfono de Harfuch vibró. En la pantalla, un mensaje anónimo:
“Bienvenido a Jalisco. Sabemos quién eres y dónde estás. Considéralo una advertencia amistosa.”

En segundos, las calles se vaciaron. Los comercios cerraron sus cortinas metálicas. Todo indicaba que la trampa estaba lista.
Pero Harfuch no vaciló. Ordenó con voz firme: “Activen el Escorpión.”

A los pocos minutos, todo cambió. Desde calles laterales irrumpieron vehículos blindados del Ejército y la Guardia Nacional. Dos helicópteros militares descendieron a baja altura, cerrando el perímetro. En menos de diez minutos, los vehículos del CJNG pasaron de ser cazadores a convertirse en presas.

Según fuentes de seguridad, la operación había sido cuidadosamente preparada durante dos semanas: agentes infiltrados, francotiradores en azoteas y monitoreo satelital en tiempo real. Todo esperando la señal de Harfuch. Cuando llegó, el cielo de Guadalajara se partió en dos.

Lo más sorprendente es que Harfuch no ordenó detenciones inmediatas. Quiso recoger inteligencia primero. Los drones equipados con sistemas de reconocimiento facial identificaron a varios miembros del cártel.

En una reunión de seguridad celebrada horas después, Harfuch colocó las fotos sobre la mesa y pronunció una frase que ya se ha vuelto célebre:
“Ellos creen que nos observan, pero somos nosotros quienes los hemos vigilado durante meses. Hoy, solo les permitimos acercarse lo suficiente para verles la cara.”

La frase no solo marcó una estrategia, sino también una victoria psicológica. En menos de 24 horas, se ejecutaron redadas simultáneas en Zapopan, Tonalá y El Salto, con la captura de tres mandos intermedios del CJNG. Un dron invisible siguió a uno de los vehículos hasta una casa de seguridad, permitiendo el arresto sin disparar un solo tiro.

En los días siguientes, la operación se expandió hacia el frente financiero. Un contador del CJNG, impactado por la precisión de la ofensiva, pidió reunirse con Harfuch.

Durante tres horas de conversación confidencial, reveló la red de empresas fachada, cuentas bancarias y funcionarios corruptos —entre ellos dos alcaldes y un diputado estatal— que sostenían la estructura económica del cártel.

Harfuch entregó la información a la Fiscalía y activó la tercera fase del operativo: el golpe político-financiero.

Los analistas lo llaman ahora “El método Harfuch”: una combinación de inteligencia tecnológica, operaciones quirúrgicas y guerra psicológica. No busca solo capturar criminales, sino desmantelar el ecosistema que los protege: dinero, logística y complicidad política.

En apenas cinco días, se realizaron más de 200 detenciones, 15 objetivos de alto valor fueron neutralizados y múltiples centros de operaciones del cártel quedaron destruidos.

Pero más allá de los números, el mensaje fue claro: el Estado mexicano había recuperado la iniciativa.

Las imágenes de Harfuch, con chaleco antibalas y semblante sereno entre soldados armados, circularon como símbolo de resistencia. Los medios lo bautizaron como “el hombre que convirtió el miedo en estrategia.”

En Jalisco, los ciudadanos afirmaron por primera vez sentirse seguros. En dos meses, los homicidios vinculados al crimen organizado bajaron un 47%, y las extorsiones casi un 70%.

No obstante, la euforia dejó paso a nuevas preguntas. ¿Fue esto solo una operación de seguridad o un movimiento con ambición política? Cercanos a Harfuch aseguran que no ha expresado aspiraciones electorales, pero su popularidad crece a un ritmo imparable.

Algunos lo ven ya como un potencial líder nacional, mientras otros temen que su ascenso despierte viejos fantasmas del poder militarizado.

El CJNG, por su parte, ha perdido el aura de invencibilidad. Un video filtrado muestra a sus vehículos rodeados por helicópteros, los sicarios gritando en pánico, incapaces de responder. La escena, reproducida millones de veces en redes sociales, se ha convertido en la metáfora de un cambio de era.

Este episodio no solo representa una victoria táctica, sino también una declaración de principios: la inteligencia puede más que la brutalidad, y el control de la información es la nueva forma de poder.

Harfuch no necesitó destruir al enemigo, bastó con hacerle saber que cada uno de sus movimientos estaba bajo observación.

En la bruma de aquel amanecer en Guadalajara, Harfuch no solo sobrevivió a una emboscada. Construyó una leyenda. Una que dice que, a veces, para derrotar al mal, hay que entrar en su territorio con la mente más fría que el acero.

Y cuando el juego termina, solo queda un mensaje, seco, directo, irrefutable:
“No busco la guerra, pero jamás daré un paso atrás.”

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