José Luis “Choche” Villarreal: el corazón alegre que hizo latir a Bronco
Hay artistas que no solo dejan música, sino una energía que permanece viva incluso después de su partida. José Luis Villarreal, mejor conocido como “Choche”, fue uno de ellos.
El baterista de Bronco, el grupo que marcó a generaciones con su estilo grupero inconfundible, fue más que un músico: fue el alma sonriente, el amigo fiel y el rostro humano de una banda que cambió para siempre el panorama de la música regional mexicana.

Los primeros latidos del ritmo
Nació el 3 de febrero de 1957 en Monterrey, Nuevo León, una tierra donde la música corre por las venas y los sueños se mezclan con el trabajo duro.
Desde niño, José Luis vivió rodeado de sonidos: el ruido de los camiones donde trabajaba su padre, los radios encendidos con música norteña, las fiestas de barrio. Fue allí, entre el bullicio cotidiano, donde comenzó a descubrir su vocación.
A los once años ya experimentaba con instrumentos. Formó parte de un pequeño grupo liderado por su hermano Arnulfo y empezó a tocar el acordeón. Luego, en la secundaria, se unió a la banda de guerra y cambió el acordeón por la corneta.
Su disciplina era admirable: salía de clases sin almorzar, pero nunca faltaba a los ensayos. La música se convirtió en su pasión y su refugio.
Con el tiempo, cambió otra vez de instrumento: primero el bajo, luego la guitarra, hasta que encontró su verdadero lugar detrás de la batería. Ahí, entre platillos y tambores, nació “Choche”, el músico de ritmo natural, sonrisa eterna y alma de niño.
El nacimiento de una leyenda: Bronco
A finales de los años 70, José Luis y su hermano Javier Villarreal, junto con José Guadalupe Esparza, comenzaron una aventura que no imaginaban tan grande.
Formaron un grupo llamado Cheyenne, que más tarde, por un golpe de casualidad, cambiaría su nombre a Bronco: mientras discutían cómo llamarse, un viejo coche naranja con la palabra “Bronco” pasó frente a ellos. El destino había hablado.
En 1979 dieron su primer concierto profesional en la feria de Agua Fría, Apodaca. No tenían dinero, ni disquera, ni fama, solo una convicción inquebrantable: su música debía llegar a la gente.
Y así fue. En los 80, Bronco se convirtió en sinónimo de éxito popular. Su estilo fresco, sus letras sencillas y optimistas, y la energía contagiosa de sus integrantes los posicionaron como una de las bandas más queridas del país.
Choche, con su carisma natural, fue clave en esa conexión.
No era solo el baterista; era el amigo que hacía reír, el que rompía el hielo en los momentos de tensión, el que se disfrazaba para los niños y saludaba a todos con su “¡Ya llegó Chocheman!”.
Su presencia era alegría pura.
Un músico del pueblo
Para los fans, Choche era el alma de Bronco.
En el escenario, su batería marcaba el ritmo; fuera de él, su buen humor marcaba la convivencia. “Él era el que mantenía el espíritu del grupo”, diría años después Lupe Esparza, vocalista de la banda.
Su apodo surgió en familia: una forma cariñosa de abreviar “José”. Pero con el tiempo, “Choche” dejó de ser un diminutivo y se volvió una marca de cariño nacional.
Su rostro alegre llegó a los hogares mexicanos cuando Bronco incursionó en el público infantil.
Junto a Lupe Esparza, compuso temas como “El circo de chocolate”, “Los castigados” y “Que bailen los niños”.
Aquellas canciones, simples y llenas de humor, se convirtieron en himnos para los pequeños y consolidaron a la banda como un fenómeno familiar.
A principios de los 90, Bronco ya era un grupo legendario. Con éxitos como “Que no quede huella”, “Sergio el bailador” y “Amigo Bronco”, llenaban estadios y encabezaban listas en México y Estados Unidos.
Pero el verdadero secreto de su éxito no estaba solo en sus melodías pegajosas, sino en el vínculo genuino que transmitían.
Eran hombres comunes cantando para la gente común, y nadie lo representaba mejor que Choche.

El superhéroe de los niños
El cariño del público hacia él inspiró la creación de un personaje: “Chocheman”, un héroe bonachón que defendía a los niños y hacía reír a todos con su torpe valentía.
La canción del mismo nombre se incluyó en el disco Pura Sangre y se convirtió en un clásico.
Los pequeños lo adoraban. Para ellos, Chocheman era real, un superhéroe de carne y hueso que salía del escenario para abrazarlos.
Su carisma lo llevó también a la televisión. En Monterrey, condujo un programa infantil llamado “La granja de Pony Choche”, transmitido por Televisa. Con su humor blanco y cercanía, se ganó el corazón de miles de familias.
Las sombras tras la sonrisa
Pero la vida, como la música, tiene pausas.
En 1998, Bronco anunció su separación. El desgaste de las giras, las presiones de la fama y diferencias con su promotor Óscar Flores rompieron la armonía del grupo.
De todos, Choche fue el más afectado. Él no quería separarse; no concebía la vida sin su batería y sin sus amigos. “Tanto que luchamos para llegar aquí, ¿y ahora lo dejamos?”, se le escuchó decir.
Tras la disolución, intentó mantener viva su alegría creando proyectos para niños y participando en pequeños eventos locales. Pero algo faltaba: el escenario compartido, el aplauso colectivo, la complicidad de años.
En 2003, Bronco se reunió para una nueva etapa bajo el nombre Gigantes de América, debido a un conflicto legal por los derechos del nombre.
El regreso fue emotivo, pero también duro. Choche ya no era el mismo físicamente. Los años de trabajo, los viajes y los problemas de salud empezaban a pasar factura.
El silencio de los tambores
A principios de los 2000, su salud comenzó a deteriorarse. Sufría complicaciones hepáticas y cardíacas. Se sometió a cirugías, tratamientos, y aun así mantenía la esperanza de volver a tocar.
En 2011 tuvo su última aparición televisiva en el programa Pequeños Gigantes, junto a Galilea Montijo. Después de eso, se retiró definitivamente.
Sus compañeros sabían que estaba enfermo, pero pocos imaginaban la gravedad.
En agosto de 2012 fue hospitalizado en Monterrey y, aunque mostró mejoría, regresó a casa para descansar.
El 30 de septiembre de 2012, su corazón se detuvo mientras dormía. Tenía 55 años.
La noticia sacudió a todo México. Los integrantes de Bronco, que se encontraban de gira en Chicago, se enteraron en pleno concierto. Lupe Esparza pidió un minuto de aplausos.
Entre lágrimas, tocaron “Chocheman”.
El público, de pie, acompañó el homenaje con una ovación que parecía no tener fin.
Una despedida con amor
El funeral se realizó en Apodaca, su tierra.
Su ataúd, cubierto con flores blancas y un sombrero vaquero, fue despedido entre lágrimas y canciones. Su esposa Mariana Casas y sus hijos, José Luis Aarón y Arturo, recibieron el cariño de una multitud que quiso acompañarlo hasta su última morada.
En el panteón municipal, los acordes de “Que no quede huella” sonaron como una plegaria final.
“Choche no se fue, solo cambió de escenario”, dijo Javier Villarreal, su hermano y compañero de vida.
Años después, la banda —ya nuevamente bajo el nombre Bronco— sigue dedicándole cada concierto. En cada presentación, antes de que suene la batería, una voz resuena entre el público:
“¡Este aplauso es para ti, Chocheman!”
El legado de una sonrisa
Han pasado más de diez años desde su partida, pero José Luis “Choche” Villarreal sigue siendo parte del corazón de Bronco.
Su imagen aparece en las pantallas gigantes durante los conciertos, su risa se escucha en las grabaciones, y su espíritu alegre sigue inspirando a nuevas generaciones de músicos.
No fue solo un baterista. Fue un amigo, un soñador, un hombre que convirtió su pasión en alegría para los demás.
Nunca estudió música formalmente, pero tocaba con el alma.
Nunca fue protagonista, pero todos lo recuerdan como el más luminoso.
Lupe Esparza lo resumió así:
“Él era la sonrisa de Bronco. Sin él, el escenario era más grande, pero menos feliz.”
Más allá de la música
El tiempo ha demostrado que la verdadera fama no se mide en premios, sino en memorias.
Choche dejó canciones, risas, gestos, y una enseñanza simple pero profunda: la felicidad está en hacer lo que amas sin perder la sencillez.
Hoy, su recuerdo vive en cada niño que alguna vez bailó “El circo de chocolate”, en cada fan que aún grita su nombre en los conciertos, en cada golpe de batería que marca el ritmo de Bronco.
José Luis Villarreal —el hombre, el músico, el amigo— partió una noche tranquila de septiembre, pero su ritmo aún no se apaga.
Porque cuando un artista toca el corazón de su gente, ni la muerte puede hacer silencio.