¡INCREÍBLE DESCUBRIMIENTO EN ISRAEL! El Mosaico de Megido confirma que los cristianos ya proclamaban “Jesús es Dios” hace casi 1.900 años 😱✝️

Un mosaico descubierto en Megido, Israel, contiene la inscripción “A Dios Jesucristo”, confirmando que los cristianos ya proclamaban la divinidad de Jesús en el siglo III.

 

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Un descubrimiento arqueológico ha dejado atónitos a expertos y creyentes: bajo lo que hoy se conoce como la prisión de Megido, en el norte de Israel, se encontró un mosaico antiguo que contiene la inscripción griega “Θεῷ Ἰησοῦ Χριστῷ”, que se traduce como “A Dios Jesucristo”.

Esta evidencia constituye la primera prueba arqueológica conocida de que, ya en el siglo III, los cristianos reconocían la divinidad de Jesús.

La inscripción no está aislada; forma parte de un mosaico más amplio, cuidadosamente decorado, que pertenecía al suelo de lo que se cree fue una pequeña sala de oración, tal vez la iglesia cristiana más antigua descubierta hasta ahora en Tierra Santa.

El hallazgo fue realizado por un equipo de arqueólogos que excavaba la zona con el objetivo de estudiar la historia de Megido, un sitio con un pasado de múltiples ocupaciones y batallas.

Entre los fragmentos de mosaico apareció la inscripción acompañada de símbolos característicos del cristianismo primitivo, incluyendo peces, cruces y nombres de fieles que participaron en la construcción de la sala.

Lo que más sorprendió a los investigadores fue que, entre los nombres mencionados, había cinco mujeres, lo que demuestra que el rol de la mujer en las primeras comunidades cristianas era más activo de lo que se pensaba.

 

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“El mosaico no solo muestra la devoción a Cristo, sino que revela la presencia de comunidades organizadas que ya proclamaban su divinidad, mucho antes de los grandes concilios y edictos imperiales”, explicó uno de los arqueólogos.

La datación del mosaico lo sitúa alrededor del año 230 d.C., lo que significa que, apenas dos siglos después de la muerte de Jesús, ya existían creyentes que lo reconocían explícitamente como Dios.

Esto rompe con la narrativa tradicional de que la divinidad de Jesús se declaró oficialmente siglos después, en los concilios del siglo IV, y evidencia que la fe en su naturaleza divina surgió de manera espontánea entre los primeros cristianos.

El mosaico es más que una pieza decorativa; es una ventana directa al pensamiento y la vida de los cristianos de aquella época.

La inscripción, aunque breve, es poderosa: no menciona milagros, no contiene doctrinas complejas ni alusiones políticas, simplemente declara la adoración a Jesucristo como Dios.

La sobriedad del mensaje, combinada con la riqueza de los símbolos que lo acompañan, permite imaginar cómo estos primeros creyentes vivían su fe: en pequeñas comunidades, lejos del centro del poder, practicando un cristianismo íntimo y sincero.

Los arqueólogos también destacan la calidad técnica del mosaico. Cada tesela fue colocada con precisión, formando patrones geométricos que demuestran tanto la destreza de los artesanos como el cuidado puesto en un espacio de oración.

El mosaico no era una obra pública ni un monumento para impresionar a los poderosos; estaba pensado para un pequeño grupo de fieles, probablemente los miembros de esa comunidad local que se reunía en secreto debido a la persecución romana.

 

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“Este mosaico nos permite escuchar la voz de los primeros cristianos”, comentó un experto en arqueología bíblica. “No es una proclamación oficial ni un dogma impuesto desde arriba, sino la expresión genuina de fe de personas comunes.

Es como si hubiéramos abierto una ventana al siglo III y pudiéramos ver a esos hombres y mujeres arrodillados, colocando sus nombres y símbolos con devoción, afirmando su creencia en Jesús como Dios”.

El descubrimiento también plantea preguntas sobre la difusión del cristianismo y la evolución de sus doctrinas.

Que esta comunidad proclamara a Jesús como Dios tan tempranamente indica que la idea de su divinidad no surgió únicamente de debates teológicos en la élite cristiana, sino que era parte del culto y la práctica cotidiana de comunidades humildes.

Este mosaico, por lo tanto, no solo tiene valor histórico y arqueológico, sino que también ofrece una perspectiva inédita sobre cómo se desarrollaron las creencias cristianas desde sus orígenes.

La reacción de la comunidad académica y religiosa ha sido inmediata.

Mientras algunos celebran el hallazgo como una confirmación tangible de la fe temprana en la divinidad de Jesús, otros lo consideran un desafío a las narrativas tradicionales sobre la formación de la doctrina cristiana.

Sin embargo, todos coinciden en la importancia de la pieza: se trata de un testimonio directo de la vida espiritual y la devoción de los primeros cristianos, preservado de manera extraordinaria durante casi dos milenios bajo el suelo de Megido.

 

 

Este mosaico, además de su valor histórico, invita a reflexionar sobre la intimidad de la fe en sus comienzos.

Los nombres de los fieles grabados en las teselas sugieren que cada persona que contribuyó a su construcción no solo apoyaba económicamente la obra, sino que también participaba activamente en la manifestación de su creencia.

La presencia de mujeres entre los nombres subraya que la adoración a Cristo como Dios no estaba limitada por género y que las primeras comunidades cristianas incluían a todos en la vivencia de su fe.

En conclusión, el mosaico de Megido no es un simple hallazgo arqueológico: es una prueba de que, apenas dos siglos después de la muerte de Jesús, existían comunidades que ya lo reconocían como Dios.

La inscripción “A Dios Jesucristo” y los símbolos que la rodean revelan la devoción íntima y genuina de los primeros cristianos, desafiando ideas tradicionales sobre el surgimiento de la doctrina y ofreciendo una mirada única al corazón de la fe primitiva.

Este descubrimiento no solo reescribe capítulos de la historia del cristianismo, sino que también permite escuchar, casi dos mil años después, la voz de hombres y mujeres comunes que adoraban a Jesús como Dios, en un tiempo y lugar donde hacerlo podía significar riesgo y persecución.

Este mosaico ha vuelto a iluminar la historia, mostrando que la fe puede ser silenciosa, humilde y profunda, y que incluso los detalles más pequeños, como unas simples teselas de mosaico, pueden contener la evidencia más poderosa de la devoción humana.

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