Felipe Pirela, recordado como el Bolerista de América, fue una de las voces más privilegiadas y trágicas de la música romántica latinoamericana.
Detrás del intérprete de éxitos inolvidables como El malquerido, se escondía una vida marcada por excesos, contradicciones, secretos y un final violento que apagó su voz cuando apenas tenía 31 años.
Su historia es una de esas que mezclan fama, dolor y soledad, retratando el alto costo que muchas veces pagan los artistas por el éxito prematuro.
Felipe Antonio Pirela Morón nació el 4 de septiembre de 1941 en Maracaibo, Venezuela, en el seno de una familia humilde.
Fue el menor de ocho hermanos, hijo de un albañil y de una ama de casa.
Desde niño mostró una sensibilidad especial para el canto, lo que lo llevó a formar, junto a sus hermanos y vecinos, el grupo Los Happy Boys, interpretando boleros que ya anticipaban la melancolía que definiría su carrera artística.
Su primer gran paso profesional llegó en 1959 con la orquesta Los Peniques, donde, aunque solo grabó dos canciones, logró llamar la atención por su voz profunda y emotiva.
Un año después fue recomendado a la prestigiosa orquesta Billos Caracas Boys, dirigida por el reconocido músico Villo Frometa.
Su debut estaba previsto para junio de 1960, pero un atentado contra el entonces presidente Rómulo Betancourt obligó a posponerlo.
Finalmente, el 2 de julio de ese año, Felipe inició una carrera que pronto lo convertiría en un ídolo juvenil.
El ascenso fue vertiginoso.
Su voz conquistó a miles de fanáticas en una época en la que las emisoras de radio recibían montañas de cartas dedicadas a sus cantantes favoritos.
Felipe Pirela era, sin discusión, uno de los más solicitados.
Esta popularidad despertó el temor de Frometa de perderlo, por lo que decidió producirle un disco propio.
Sin embargo, el resultado fue el contrario: el álbum abrió nuevas oportunidades y colocó a Pirela en la mira de importantes disqueras.
En 1963, Felipe tomó una decisión crucial al abandonar Billos Caracas Boys para aceptar una oferta de la compañía Velvet, que lo proyectaría como solista en México.
Allí grabó el álbum Un solo camino, con temas como Me regalo contigo y Qué manera de llorar, que se convirtieron en verdaderos éxitos.
México fue la puerta al estrellato internacional, llevándolo a giras por Estados Unidos, Colombia, Puerto Rico, República Dominicana, Ecuador y Perú.
Sin embargo, la fama trajo consigo una sombra constante: los rumores sobre su vida privada.
En una sociedad profundamente conservadora, comenzaron a circular versiones sobre su supuesta homosexualidad, alimentadas por el hecho de que no se le conocían relaciones sentimentales públicas.
En un intento desesperado por silenciar estos comentarios, Felipe tomó una decisión que marcaría su vida para siempre: casarse con Mariela Montiel, una niña de apenas 13 años.
El matrimonio se celebró el 18 de agosto de 1964, apenas dos meses después de haberse conocido.
No hubo noche de bodas.
Felipe celebró con amigos y, al regresar, encontró a la joven llorando.
Para compensarla, la llevó de luna de miel a Puerto Rico y Miami, comprándole incluso una muñeca Barbie para entretenerla durante el viaje.
Él tenía 23 años y una carrera en pleno auge; ella vivía deslumbrada por un mundo que parecía un sueño.
De esa unión nació una hija, Lenis Beatriz.
Poco después, Mariela quedó embarazada nuevamente, pero perdió al bebé.
El matrimonio no duró mucho más.
Un año después se produjo el divorcio, bajo condiciones favorables para Mariela, impulsadas por su madre.
Las declaraciones públicas de la joven esposa pusieron en duda la masculinidad del cantante, provocando el rechazo de parte del público y dejando una profunda herida emocional en Pirela.
De ese dolor nació su primera canción autoral, Injusto despecho.
![Felipe Pirela – Felipe Pirela – Vinyl (LP, Album, Stereo), 1972 [r18506926] | Discogs](https://i.discogs.com/315EXFsIxzNcXO6ml5SMD1dR7RkXWq3cDwLycp58Ui4/rs:fit/g:sm/q:40/h:300/w:300/czM6Ly9kaXNjb2dz/LWRhdGFiYXNlLWlt/YWdlcy9SLTE4NTA2/OTI2LTE2MTk2NjM2/ODItMTEzMi5qcGVn.jpeg)
Golpeado emocional y económicamente, Felipe abandonó Venezuela.
Vivió en Colombia, República Dominicana y finalmente se estableció en Puerto Rico, aunque continuaba viajando para cumplir compromisos artísticos.
En 1967 grabó en México Boleros con guitarras, acompañado por Benjamín Correa y el trío Los Tres Caballeros, consolidando su prestigio musical.
No obstante, su situación financiera era frágil, agravada por problemas legales y el distanciamiento del público.
En 1968 fue acusado de atropellar a un joven en Santo Domingo, lo que le costó tres meses de cárcel, hasta que, con apoyo consular y de su disquera, recuperó la libertad.
Para entonces, su vida ya estaba cercada por los excesos, las adicciones y la soledad.
En San Juan de Puerto Rico llegó a vivir prácticamente en la miseria, a pesar de su fama pasada.
Cuando parecía que la suerte volvía a sonreírle gracias a una nueva propuesta discográfica, Felipe decidió celebrarlo con amigos.
Esa noche, el 2 de julio de 1972, todo se tornó fatal.
Tras una serie de conflictos con un hombre llamado Julio Portavales, cuyo verdadero nombre era Luis Rosado Medina, una discusión derivó en violencia.
Horas más tarde, mientras buscaba un taxi, Felipe fue alcanzado por Rosado, quien le disparó cinco veces.
Tres balas impactaron en su cuerpo; una le atravesó el corazón.

Felipe Pirela murió con solo 31 años.
Los rumores nunca cesaron: se dijo que su asesinato estuvo relacionado con una deuda por drogas.
Ni siquiera en la muerte encontró paz.
Su hija Lenis, marcada por la tragedia, viviría una vida errante entre la calle y centros de rehabilitación.
Años después confesó que el único recuerdo que conserva de su padre es el beso que le dio a través del vidrio de su ataúd, durante el funeral.
Así terminó la historia de una voz extraordinaria, consumida por una época que no supo proteger a sus artistas ni permitirles vivir su verdad.
Felipe Pirela dejó canciones eternas y una vida que aún hoy conmueve por su belleza y su tragedia.