Cumplir 15 años es para muchas adolescentes un momento de ilusión y celebración, un paso simbólico hacia la juventud y la madurez.
Sin embargo, para Paloma Nicole Arellano, una niña de apenas 14 años originaria de Durango, México, ese sueño se vio truncado de manera trágica.
Su vida terminó prematuramente tras someterse a una cirugía estética que jamás pidió, un procedimiento autorizado por su madre y realizado por la pareja sentimental de ésta, sin el conocimiento ni consentimiento del padre de Paloma.
Esta historia, llena de engaños, mentiras y un secreto revelado en medio del dolor del velorio, ha conmocionado a México y reabierto el debate sobre los límites éticos y legales de las cirugías estéticas en menores.
Paloma Nicole era una adolescente sana, deportista y llena de planes.
Le gustaba jugar voleibol, compartir con sus amigas y soñaba con estudiar en Monterrey, lejos de su ciudad natal, Durango.
Sus padres, separados pero presentes en su vida, tenían ideas muy distintas para celebrar su cumpleaños número 15.
Mientras su padre, Carlos, planeaba un viaje a Europa como regalo, la madre de Paloma, Paloma Yasmín Escobedo, tenía en mente un regalo muy diferente: una cirugía estética que incluía implantes de seno, liposucción y glúteos.
Lo que Carlos no imaginaba era que esta decisión, tomada sin su consentimiento, desencadenaría una pesadilla para toda la familia.
El 11 de septiembre, la madre de Paloma le dijo a Carlos que su hija estaba enferma, que había dado positivo a COVID-19 en la escuela y que viajarían a la sierra de Durango para aislarse y descansar.

Carlos creyó en esta versión y no sospechó nada durante esos días.
Sin embargo, la realidad era muy distinta. Paloma estaba en una clínica, sometiéndose a una cirugía estética realizada por el Dr.
Víctor Manuel Rosales Galindo, pareja sentimental de su madre y quien también fue su padrastro durante años.
La operación se realizó en la clínica Santa María, un establecimiento con permisos oficiales, pero la intervención se realizó sin el consentimiento del padre y sin que Paloma hubiera expresado deseo alguno de someterse a estos procedimientos.
Solo un día después de la cirugía, Paloma comenzó a sufrir complicaciones graves. Tuvo un paro cardiorrespiratorio y fue intubada.
Su estado se agravó rápidamente, y aunque los médicos informaron que estaba delicada, Carlos siguió creyendo en la versión del COVID-19.
El 15 de septiembre, cuando Carlos llegó al hospital, encontró a su hija en coma inducido, con un diagnóstico reservado y una inflamación cerebral severa causada por falta de oxígeno.
Fue entonces cuando notó algo extraño: Paloma llevaba puesto un corpiño quirúrgico, algo que no tenía sentido si solo estaba enferma de COVID.

El 20 de septiembre, tras una semana de agonía, Paloma fue declarada con muerte cerebral y murió esa misma noche al ser desconectada de los aparatos que la mantenían con vida.
En medio del dolor del velorio, Carlos decidió revisar el cuerpo de su hija y descubrió la verdad que le habían ocultado: Paloma tenía implantes de seno y evidencias de las cirugías estéticas.
La mentira del COVID-19 había servido para encubrir una operación que la adolescente nunca pidió ni autorizó.
Esta revelación encendió la indignación de la familia y la sociedad, quienes exigieron justicia y respuestas claras sobre lo ocurrido.
Carlos presentó una denuncia formal ante la Fiscalía de Durango contra la clínica, la madre y el médico.
La investigación se centró en determinar si hubo mala praxis, omisión de cuidados y si la cirugía se realizó sin el consentimiento legal necesario.
Las autoridades señalaron que, aunque la clínica y el cirujano contaban con permisos oficiales y certificaciones, existía un vacío legal y ético al no contar con la autorización del padre, lo que podría constituir un delito de homicidio culposo y una probable responsabilidad médica profesional.
Además, se investigó el papel de la madre, quien asistió en la cirugía sin contar con formación ni certificación médica, lo que agravó la situación.

El caso de Paloma Nicole se viralizó rápidamente en redes sociales y medios de comunicación, generando una ola de indignación y un llamado urgente a reformar las leyes que regulan las cirugías estéticas en menores de edad en México.
Senadores y diputados comenzaron a plantear reformas para prohibir este tipo de procedimientos en adolescentes, buscando proteger a los menores de decisiones que puedan poner en riesgo su vida y bienestar.
El gobernador de Durango expresó su solidaridad con la familia y prometió una investigación rigurosa para que se haga justicia y se establezcan precedentes que eviten tragedias similares.
Mientras la familia paterna de Paloma exige justicia y responsabilidad para la madre y el padrastro, quienes autorizaron y realizaron la cirugía, la familia materna ha salido en defensa de ambos, negando irregularidades y acusando al padre de Paloma de tener un pasado problemático.
Esta división familiar ha complicado aún más el caso, pero no ha detenido la demanda pública de esclarecer los hechos y sancionar a los responsables.
La muerte de Paloma Nicole es una tragedia que pone en evidencia la vulnerabilidad de los menores frente a decisiones médicas que deberían ser tomadas con el máximo cuidado y respeto a su integridad.
Este caso abre un debate necesario sobre los límites éticos y legales de las cirugías estéticas en adolescentes, la importancia del consentimiento informado y la protección de los derechos de los menores.
La sociedad mexicana, las autoridades y el sistema de salud tienen la responsabilidad de aprender de esta dolorosa experiencia para garantizar que ninguna otra familia sufra una pérdida similar.
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