Hablar de César Costa no es solo evocar a un ícono de la música latina, sino adentrarse en la historia viva de un hombre que dejó una huella imborrable en la cultura popular de México y América Latina.
Su voz, su estilo y su presencia en el escenario fueron refugio y alegría para millones, pero detrás de esa imagen inquebrantable, se encontraba un ser humano que enfrentó tempestades en silencio.
Hoy, por primera vez, se revela la vida de César Costa sin adornos, mostrando los sacrificios, las lágrimas y los momentos que casi lo quebraron.
César Costa nació el 13 de agosto de 1941 en la Ciudad de México, en una familia de abogados.
Todo parecía indicar que su camino estaría trazado por la ley, pero desde pequeño mostró una sensibilidad especial hacia la música.
A los 13 años comenzó a explorar el piano, luego el violín, y finalmente encontró en la guitarra a su compañera inseparable, un instrumento que lo acompañaría durante toda su vida.
Su abuela Josephine, una destacada concertista, fue la primera en reconocer su fuego interior y alentarlo a perseguir su sueño, en un tiempo en que el rock and roll era visto con recelo e incluso miedo.
Ella entendió que este género no era una moda pasajera, sino un movimiento capaz de transformar a toda una generación.
La oportunidad de César llegó de manera inesperada cuando conoció a Los Black Jeans, un grupo que aún no contaba con vocalista.
Carlos González Loftus, el bajista, le propuso hacer una audición y desde el primer instante quedó claro que aquella era la voz que el grupo buscaba.
En 1958, César ya formaba parte de esta banda que luego se transformaría en Los Camisas Negras.
Ese mismo año, el grupo marcó un hito al convertirse en la primera banda en grabar rock en español bajo el sello Pirles, con canciones inolvidables como la versión de “La Cucaracha” y “La Batalla de Grico”.
En 1959 debutaron en el Teatro Lírico junto a la Sonora Santanera, y un año después publicaron su primer álbum con versiones en español de grandes éxitos estadounidenses.
Sin embargo, en 1961, Los Camisas Negras se disolvieron, y César Costa tomó la decisión silenciosa pero decisiva de iniciar una carrera como solista, marcando el comienzo de una nueva etapa.
Su nombre de nacimiento era César Roeles Reur, pero junto a sus amigos Martín de la Concha y Manuel Echeverría decidió adoptar el nombre artístico César Costa, en honor al arreglista Don Costa.
Firmó con el sello Orfeo y lanzó álbumes como *Canta* y *Sinceramente*, que marcaron un punto de inflexión en su carrera, alcanzando fama continental y consolidándose como una de las voces más queridas de su generación.
Su imagen también jugó un papel crucial en su conexión con el público.
Uno de los elementos más recordados fue su característico suéter con grecas, que surgió de manera casual cuando un amigo le prestó un suéter para una presentación en televisión.
Lo que parecía un gesto sin importancia se convirtió en un símbolo visual inseparable de su identidad artística.
Lejos de caer en la vanidad, César decidió donar la mayoría de esos suéteres a causas benéficas, mostrando así su generosidad y conciencia social.
A pesar del éxito y la fama, César Costa mantuvo una vida personal alejada de los excesos.
Eligió vivir en casa de sus padres, rodeado de cultura y afecto, mientras otros jóvenes artistas buscaban lujo e independencia.
Su hogar era un lugar vibrante, lleno de música, tertulias y una pasión compartida por los autos de carrera.
Paralelamente, nunca descuidó su formación académica, estudiando derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México con la misma seriedad con la que enfrentaba el escenario.
Esta formación le sirvió para tomar decisiones clave y mantenerse fiel a sí mismo en una industria volátil.
En 1978, César comenzó a conducir *La Carabina de Ambrosio*, un programa que marcó a toda una generación.
Con un formato que combinaba comedia, magia y música, el programa fue innovador y logró conectar con el público gracias a la calidez y cercanía de César como conductor.
Durante casi una década, personajes entrañables como el padre Pita, interpretado por él, y Guillo, el monaguillo de Chabelo, se convirtieron en parte del folclore televisivo mexicano.
El humor blanco y familiar del programa, sin recurrir a dobles sentidos ni burlas fáciles, fue uno de los pilares del trabajo de César.
Más tarde, protagonizó la exitosa serie *Papá Soltero* entre 1987 y 1994, que reflejaba con ternura y realismo la vida cotidiana de las familias latinoamericanas.
La química entre el elenco y la calidad de los guiones hicieron de esta serie un fenómeno cultural que aún hoy es recordado con cariño.
Además, César demostró su capacidad para conectar en espacios más íntimos, como el programa *Un Nuevo Día*, donde entrevistó a personalidades de diversos ámbitos, buscando siempre el encuentro humano más allá del reconocimiento.
Durante más de 25 años, César Costa ha sido parte del Consejo de UNICEF en México y embajador de buena voluntad, trabajando activamente en campañas a favor de la infancia y adolescencia.
Su compromiso con estas causas ha sido constante y sincero, utilizando su fama como plataforma para servir a los demás.
Su labor no se limitó a prestar su imagen, sino que se involucró en el diseño e implementación de acciones concretas para mejorar la vida de los niños en México, demostrando que el verdadero sentido del éxito está en el propósito y la responsabilidad social.
A lo largo de su vida, César enfrentó pérdidas y desafíos.
La muerte de su colega Gina Montes, con quien compartió años de trabajo y amistad, fue un golpe doloroso.
También tuvo que lidiar con falsos rumores sobre su salud que se difundieron en redes sociales, respondiendo siempre con serenidad y humor.
En un momento de introspección, César se adentró en el psicoanálisis para reconciliarse consigo mismo y entender cuánto había vivido bajo la sombra de su personaje público.
Esta revelación lo llevó a replantear sus metas y a priorizar proyectos con un propósito genuino.
Aunque se ha mantenido alejado de la televisión en los últimos años, nunca ha cerrado la puerta a regresar por una razón clara: formar parte de algo significativo que aporte valor a la audiencia y a la sociedad.
A sus 83 años, César Costa sigue siendo una figura esencial en la historia cultural mexicana.
Ha sido testigo de la evolución de la música y la televisión, y su capacidad para mantenerse auténtico en un medio cambiante es admirable.
Su legado no se mide solo en ventas o audiencia, sino en el impacto que dejó en las personas.
Cada vez que alguien le agradece por una canción o un programa, él siente que todo ha valido la pena.
Su amor por el rock and roll nunca desapareció; vivió intensamente los años dorados de la música juvenil y ahora observa con atención cómo la industria cambia, siempre con la esperanza de que la música siga siendo una voz que valga la pena escuchar.
En lo personal, disfruta de una vida plena junto a su familia, con un matrimonio sólido y el cariño de sus cinco nietos, quienes representan para él una fuente inagotable de alegría.
La historia de César Costa es la de un hombre íntegro, coherente y profundamente humano, cuya huella en la cultura mexicana es imborrable.
Su vida es un testimonio de talento, humildad, compromiso y resiliencia que seguirá inspirando a futuras generaciones.
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