“Desarmo mi corazón”: Giovanny Ayala clama por la liberación de su hijo, Miguel Ayala

En Villavicencio, bajo un cielo gris que parecía acompañar el ánimo de toda una comunidad, se celebró una misa cargada de emoción, esperanza y profundo dolor.

Giovanny Ayala respondió a cuestionamientos por el secuestro de su hijo.  Pidió respeto | Revista Vea
Familiares, amigos, autoridades locales y seguidores del artista Miguel Ayala se reunieron para elevar una oración colectiva por la liberación del joven cantante y de su mánager, Nicolás Pantoja, quienes fueron secuestrados el pasado 18 de noviembre en el departamento del Cauca, luego de ofrecer un concierto.

La ceremonia, organizada por la Gobernación del Meta, se convirtió en un espacio de encuentro espiritual, pero también en un escenario de denuncia, súplica y solidaridad.

 

El sentimiento predominante era la incertidumbre.

Hasta el momento, la familia no ha recibido ningún tipo de comunicación por parte de los captores, no sabe quiénes están detrás del secuestro ni cuáles son sus intenciones.

La ausencia de información ha intensificado la angustia, dejando a los seres queridos de los jóvenes en una especie de limbo emocional.

Pese a ello, el padre de Miguel, el reconocido cantante de música popular Giovanny Ayala, dio un mensaje que estremeció a todos los presentes, un mensaje que nació del dolor, pero también de la fe más profunda.

 

Visiblemente conmovido, Ayala tomó la palabra y pronunció una frase que se ha convertido en el símbolo de este difícil momento: “Hoy desarmo mi corazón”.

Con esas palabras, explicó que renunciaba a cualquier sentimiento de rencor o enojo que pudiera albergar, porque entendía que la violencia emocional solo alimenta la oscuridad.

Su propósito, dijo, es abrir camino a la esperanza, a la posibilidad de un regreso seguro para su hijo y para Nicolás.

En su voz temblorosa se advertía la lucha interna por mantener la calma mientras su corazón de padre enfrentaba la prueba más dura de su vida.

“Desarmo mi corazón para que se abran los caminos hacia mis hijos y aflojen los corazones de los captores”, afirmó, implorando que quienes retienen a los jóvenes respeten sus vidas y permitan que vuelvan a casa.

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A su lado, también quebrada por la angustia, Patricia Pantoja, la madre de Nicolás, se unió al llamado.

Entre lágrimas, pidió a los secuestradores que actúen con humanidad y que recuerden que los muchachos no son responsables de los conflictos que aquejan al país.

“No es la forma de resolver los problemas”, insistió, subrayando que tanto su hijo como Miguel son jóvenes trabajadores que apenas están construyendo su camino en el mundo de la música y que lo único que buscan es cumplir sus sueños.

Sus palabras resonaron con fuerza en la iglesia, donde el silencio respetuoso acentuaba el dolor colectivo.

 

Giovanny Ayala aprovechó el momento para recordar quién es realmente Miguel, no solo un artista emergente, sino un joven de 21 años lleno de ilusiones, metas y sensibilidad.

Lo describió como un muchacho humilde, disciplinado y apasionado por la música, alguien cuya vida apenas empieza a desplegarse.

Con voz quebrada, compartió un detalle que arrancó lágrimas entre los asistentes: “Soy su fan y él es el fan mío”.

Ese vínculo profundo entre padre e hijo reveló la dimensión humana detrás de la tragedia.

No se trata únicamente de un artista secuestrado, sino de un hijo amado, un muchacho lleno de luz que su familia extraña con cada minuto que pasa.

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El ambiente dentro de la misa estuvo cargado de simbolismo.

Velas encendidas, oraciones entrecortadas por el llanto, abrazos solidarios y la sensación palpable de que toda una comunidad se unía para transmitir fuerza a los padres y familiares de los jóvenes.

Autoridades de la Gobernación del Meta estuvieron presentes, reiterando su compromiso con las labores de búsqueda y apoyo institucional, aunque enfatizando que por el momento toda la investigación permanece en manos de los organismos competentes.

 

La ausencia de noticias ha hecho que el tiempo parezca detenido.

“El reloj se paró”, expresó Giovanny Ayala.

Para quienes esperan a Miguel y Nicolás, los días se sienten interminables, y cada noche se convierte en un recordatorio de que la incertidumbre es una de las cargas más pesadas que puede soportar un ser humano.

Ayala explicó que, en estas circunstancias, uno pierde la noción del día y la noche, atrapado en un estado de angustia permanente que solo el que ha vivido un secuestro puede comprender.

Su testimonio, cargado de honestidad desgarradora, reflejó no solo su propio dolor, sino el de miles de familias colombianas que han enfrentado situaciones similares.

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La misa no fue únicamente un acto religioso, sino también una manifestación social que puso en evidencia una problemática persistente en algunas regiones del país: la inseguridad que continúa afectando a civiles inocentes, incluidos artistas y trabajadores del sector cultural.

El secuestro de Miguel y Nicolás ha despertado preocupación en el gremio musical, que exige garantías para poder trabajar sin temor en zonas donde la presencia de grupos armados sigue siendo una realidad.

 

A medida que avanzaba la ceremonia, se multiplicaban los gestos de solidaridad.

Amigos cercanos, músicos, vecinos y personas que quizá nunca habían visto a Miguel en persona, pero que conocen su música y su historia, se acercaron para acompañar a la familia.

Para muchos, Miguel Ayala representa no solo un talento emergente, sino también el espíritu joven del llano colombiano, un joven que lleva en su voz la tradición de su tierra.

Ver su vida interrumpida por un acto violento ha conmovido profundamente a su comunidad.

 

Al cierre del encuentro, el mensaje fue claro: la vida de Miguel y Nicolás es invaluable, y su regreso debe ser una prioridad.


La familia reiteró que solo desea abrazarlos nuevamente, sin resentimientos ni deseos de venganza, porque comprender el dolor ajeno solo se logra desde la voluntad de sembrar paz, no odio.

Ese mismo espíritu se reflejó en las palabras finales de Giovanny Ayala, quien insistió en que lo único que pide es humanidad, empatía y la oportunidad de que sus hijos vuelvan a casa para continuar sus vidas.

 

La misa terminó entre aplausos suaves y abrazos largos, mientras los asistentes salían con la esperanza de que la oración colectiva traspase fronteras y llegue a donde sea necesario.

La fe, dijeron muchos, es en este momento su único refugio.

Y aunque la incertidumbre persiste, la unión de la comunidad se ha convertido en una fuerza poderosa que sostiene a ambas familias en esta difícil espera.

 

En Villavicencio, la música de los Ayala hoy no suena en escenarios ni en festivales, pero resuena en cada plegaria, en cada palabra de apoyo y en cada corazón que se solidariza.

Mientras tanto, los ojos del país permanecen atentos, esperando que pronto se anuncie la noticia que todos anhelan: que Miguel y Nicolás regresen sanos y salvos a casa.

 

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