😢 Sergio Corona Cerca de los 100 Años: La Triste Realidad que Nadie se Atrevía a Contar
Sergio Corona, uno de los actores más longevos y respetados de México, se acerca a los 100 años con una historia de vida que ha dejado huella en el corazón de millones.
Con una carrera artística que abarca más de siete décadas, su rostro es sinónimo de tradición, talento y elegancia.
Desde sus participaciones en películas del cine de oro hasta su inolvidable papel en “Como dice el dicho”, Corona se ganó el cariño del público como pocos lo han logrado.
Sin embargo, su realidad actual es profundamente distinta a la imagen que muchos todavía guardan de él.
Hoy, a los 96 años, la vida de Sergio Corona está marcada por el aislamiento, el deterioro físico y una soledad que se ha vuelto más evidente con el paso del tiempo.
Aunque sigue siendo una figura admirada, su presencia mediática ha desaparecido casi por completo.
Ya no asiste a eventos públicos, no concede entrevistas y su nombre apenas aparece en los titulares.
Quienes lo conocieron afirman que vive de forma discreta en su casa de la Ciudad de México, en condiciones que, si bien no son precarias, sí reflejan una existencia muy alejada del glamour que alguna vez lo rodeó.
Lo más desgarrador es que el actor ha perdido contacto con buena parte del medio artístico.
Muchos de sus compañeros han fallecido, y otros simplemente lo han olvidado.
La pandemia agravó este aislamiento, y desde entonces, Sergio optó por alejarse aún más de todo.
Rara vez sale de casa, y cuando lo hace, es para visitas médicas o trámites indispensables.
Su salud se ha vuelto frágil, como era de esperarse a su edad, y necesita asistencia permanente para algunas tareas básicas.
A pesar de los años y las dificultades, Corona conserva una lucidez sorprendente.
Sus allegados afirman que aún recuerda con precisión anécdotas del pasado, nombres, fechas y escenas de sus producciones más icónicas.
Pero esa memoria prodigiosa también es una maldición: lo mantiene consciente del olvido al que ha sido relegado.
Él sabe perfectamente quién era… y quién ya no es para muchos.
Esa conciencia lo carcome en silencio.
Durante décadas, fue uno de los rostros más constantes de la televisión mexicana.
Su elegancia, su dicción perfecta y su presencia sobria lo convirtieron en un símbolo de clase en la pantalla.
Pero ese reconocimiento no ha sido acompañado por un respaldo real en su vejez.
Las grandes cadenas ya no lo invitan, los productores lo han dejado de lado y las nuevas generaciones apenas lo ubican como “el señor de los dichos”.
Esa indiferencia del medio duele más que cualquier enfermedad.
Sergio nunca se casó ni tuvo hijos, por lo que hoy no cuenta con una familia directa que lo acompañe en su vejez.
Algunos amigos cercanos lo visitan de vez en cuando, pero el ritmo de la vida moderna hace que esas visitas sean cada vez más esporádicas.
La casa donde vive, aunque digna, está llena de recuerdos que hoy pesan más que reconfortan: fotografías en blanco y negro, premios polvorientos y guiones de obras que ya nadie representa.
El hombre que supo llenar teatros y estudios de televisión hoy pasa la mayor parte de sus días en silencio, viendo televisión, leyendo o simplemente recordando.
Se dice que aún escribe algunas líneas para sí mismo, quizás como una forma de no perder su esencia.
Pero lo cierto es que el olvido duele, y más cuando el país entero alguna vez coreó su nombre.
La historia de Sergio Corona es una advertencia brutal sobre lo que ocurre cuando el tiempo avanza y la fama retrocede.
Una leyenda viviente, enterrada en vida por la indiferencia de una industria que consume rápido y olvida aún más rápido.
Y lo más triste es que aún está aquí, vivo, esperando quizás una última ovación que probablemente nunca llegará.
Corona no necesita caridad.
Necesita memoria.
Necesita que México lo recuerde, lo celebre, lo valore mientras aún respira.
Porque después, cuando ya no esté, los homenajes lloverán… pero serán inútiles.
Como tantas veces ocurre con los grandes, su verdadero reconocimiento llegará demasiado tarde.
Y eso, más allá de cualquier tristeza, es una tragedia nacional.