Han pasado 18 años desde aquel octubre de 2006, pero para Sofía Rossi, enfermera de más de tres décadas de experiencia, los recuerdos de las últimas horas de Carlo Acutis permanecen vivos y grabados en su memoria.
En una emotiva confesión, Sofía comparte lo que vivió junto a este joven de 15 años, cuya serenidad y profunda fe transformaron su comprensión del sufrimiento, la esperanza y la vida misma.

Sofía recuerda claramente el día en que Carlo llegó al departamento de oncología pediátrica del Hospital San Gerardo en Monza.
Diagnóstico: leucemia promielocítica aguda, una de las formas más agresivas.
A pesar de la gravedad, lo que más impactó a la enfermera no fue la enfermedad, sino la serenidad con la que Carlo enfrentaba su realidad.
Desde el primer momento, Carlo mostró una calma profunda, un brillo en su mirada que parecía ir más allá del dolor y el miedo que normalmente acompañan a un diagnóstico así.
Mientras otros adolescentes podrían reaccionar con tristeza o ira, Carlo mantenía un espíritu optimista, incluso irónico, que sorprendía a quienes lo rodeaban.
Carlo no solo era un paciente; era un joven con una fe inquebrantable.
Desde pequeño, había asistido a misa diariamente y tenía una devoción especial por la Eucaristía, al punto de crear un sitio web dedicado a recopilar milagros eucarísticos alrededor del mundo.
Esta conexión espiritual fue clave para comprender su actitud frente a la enfermedad.
En sus últimos días, Carlo expresó su deseo de recibir la Comunión y participar en la misa, algo que la enfermera y el equipo hospitalario hicieron posible.
Sofía describe cómo, al recibir la Eucaristía, Carlo irradiaba una paz y alegría tan intensas que por un instante parecía que la enfermedad desaparecía.
Más allá de su lucha física, Carlo enseñó a quienes lo cuidaban una lección profunda sobre el sentido del sufrimiento y la muerte.
En sus conversaciones con Sofía, expresó que no veía la enfermedad como un castigo, sino como una experiencia que podía ofrecer por un bien mayor: por el Papa, por la Iglesia y por quienes sufren más.
Su valentía no era ausencia de miedo, sino la capacidad de atravesarlo con fe.
“La fe no elimina el miedo, lo atraviesa”, dijo con una madurez sorprendente para su edad.
Esta frase quedó grabada en el corazón de Sofía y marcó un antes y un después en su vida profesional y espiritual.
Durante la crisis más severa, cuando el dolor era insoportable, Carlo rezaba el Salve Regina, encontrando en la oración un alivio que ningún medicamento podía ofrecer.
Sofía recuerda cómo, en esos momentos, sostuvo su mano, reconociendo que el acompañamiento humano era tan importante como el tratamiento médico.
En sus últimas horas, rodeado de su familia y un sacerdote, Carlo mostró una lucidez y paz que conmovieron profundamente a todos.
Pronunció palabras de consuelo para sus padres y ofreció todo su sufrimiento por la fortaleza de la Iglesia.
Su sonrisa final, acompañada de la frase “Los cielos se están abriendo”, quedó grabada en la memoria de Sofía como un milagro tangible.
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Después de aquella experiencia, Sofía no volvió a ser la misma. Su escepticismo se transformó en fe, y su rutina laboral adquirió un nuevo significado.
Comenzó a asistir más a misa y a reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida y la muerte.
Para ella, Carlo no fue solo un paciente; fue un maestro de vida que le mostró que la santidad es posible, incluso en la juventud y en medio del sufrimiento.
Su testimonio es un llamado a reconocer que la fe puede ser una fuente real de paz y esperanza.
Con la beatificación de Carlo en octubre de 2020, su historia se ha difundido mundialmente, inspirando a jóvenes y adultos por igual.
Más allá de ser conocido como el “santo de los millennials” o el joven que documentó milagros eucarísticos, Carlo es recordado por quienes estuvieron cerca de él como un ejemplo vivo de amor, entrega y fe auténtica.

Sofía destaca que en sus últimos momentos no hubo manifestaciones espectaculares, sino la simple y profunda realidad de un niño enfrentando la muerte con amor y esperanza.
Su vida y muerte son un testimonio poderoso de que la santidad está al alcance de todos.
El relato de Sofía Rossi nos invita a mirar el sufrimiento desde otra perspectiva, a comprender que la verdadera fortaleza nace de la fe y la entrega.
El milagro que ella presenció no fue un evento sobrenatural visible, sino la gracia de un joven que murió en paz, con una sonrisa, sabiendo a dónde iba.
Cada 12 de octubre, fecha de su fallecimiento, Sofía enciende una vela en memoria de Carlo, recordando su ejemplo y renovando su compromiso con su propia fe.
Su testimonio es un faro de esperanza que nos recuerda que, incluso en las circunstancias más difíciles, es posible encontrar luz y sentido.
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