Tuvo un hijo con la Tigresa y se lo regalaron a Ernesto Alonso

A comienzos de la década de 1970, el espectáculo mexicano se movía entre el brillo de la fama, los excesos y los secretos que se compraban con silencio.

Era una época donde el poder y la apariencia lo eran todo, y las pasiones prohibidas podían destruir carreras en cuestión de horas.

En medio de ese ambiente de glamour y escándalo, se tejió una historia que, con el paso de los años, se convertiría en una de las leyendas más oscuras del cine nacional: el supuesto romance oculto entre Irma Serrano, conocida como “La Tigresa”, y el actor Mario Almada, ícono del cine de acción mexicano.

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De esa relación habría nacido un hijo cuya existencia fue borrada deliberadamente, en un episodio donde se entrelazan el miedo, la traición y la intervención de una de las figuras más poderosas de la televisión, Ernesto Alonso.

 

Todo comenzó durante un rodaje improvisado en Cuernavaca, en 1970.

Irma Serrano, en el apogeo de su fama, y Mario Almada, ya consolidado como actor de carácter, coincidieron por casualidad en una filmación.

La atracción fue inmediata.

Se dice que bastaron unos minutos a solas para que entre ambos surgiera una pasión intensa, imposible de ocultar.

En un medio donde las apariencias lo eran todo y los rumores podían destruir reputaciones, los encuentros clandestinos entre ambos se volvieron un peligro.

Sin embargo, la pasión pudo más que la prudencia y, pocos meses después, la Tigresa descubrió que estaba embarazada.

 

A partir de ese momento, todo cambió.

Irma comenzó a alejarse de los foros, argumentando problemas de salud y compromisos en el extranjero.

Lo que nadie sabía era que se había refugiado en una hacienda en Morelos, acompañada solo por una enfermera de confianza y un médico sobornado para garantizar el secreto.

Mario Almada, temeroso del escándalo que un hijo fuera del matrimonio podría provocar, le pidió a Irma que mantuviera silencio absoluto.

En aquellos años, una actriz embarazada sin estar casada era prácticamente sentenciada al ostracismo, y para una mujer tan influyente como La Tigresa, eso era impensable.

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El embarazo fue difícil, marcado por la soledad y la angustia.

Se cuenta que Irma lloraba por las noches, debatiéndose entre el amor y el temor.

Mario la visitaba a escondidas, pero sus apariciones eran breves y llenas de tensión.

Cuando llegó el parto, una madrugada lluviosa de octubre de 1970, la actriz fue trasladada de urgencia a un hospital privado en Toluca.

Dio a luz a un niño sano, con los ojos oscuros de Mario y los rasgos felinos de su madre.

Sin embargo, la alegría duró poco.

Horas después del nacimiento, un grupo de hombres irrumpió en la habitación y le presentaron unos documentos para firmar.

Entre ellos se encontraba Ernesto Alonso, el llamado “Señor Telenovela”, uno de los productores más influyentes de la televisión mexicana.

 

Según versiones que circularon años más tarde, Ernesto ofreció una “solución” para evitar el escándalo: él adoptaría al niño y lo criaría como suyo en el extranjero.

A cambio, el tema quedaría enterrado para siempre y ni Mario ni Irma verían afectadas sus carreras.

Aún débil y entre lágrimas, la Tigresa firmó los papeles.

Se dice que vio cómo se llevaban al bebé envuelto en una cobija azul y que gritó desesperadamente mientras los guardias la contenían.

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Nunca volvió a verlo.

 

Ernesto Alonso viajó semanas después a California, donde registró al niño bajo otro nombre.

El pequeño creció rodeado de lujos, pero sin conocer jamás su verdadero origen.

Ernesto, marcado por la historia, lo trató con cariño, aunque nunca le reveló la verdad.

Con el paso del tiempo, el joven se convirtió en un hombre rebelde y problemático, que terminó involucrándose en círculos peligrosos en Los Ángeles durante la década de 1980.

En 1991, la tragedia volvió a golpear: el joven fue hallado muerto en una bodega abandonada, víctima del crimen organizado.

 

El caso conmocionó a Ernesto Alonso, quien se encerró durante semanas y canceló todas sus grabaciones.

Según allegados, la muerte del muchacho fue el golpe más devastador de su vida.

Desde entonces, su salud se deterioró visiblemente y, antes de morir en 2007, confesó en privado que “ese niño fue su condena”.

La historia habría quedado enterrada para siempre si no fuera porque años después apareció un documento extraviado en un hospital mexicano: una copia del acta de nacimiento original del niño, donde figuraban los nombres de Irma Serrano como madre y Mario Almada como padre.

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El hallazgo llegó a manos de un periodista que trabajaba en una biografía no autorizada de La Tigresa, pero el texto nunca se publicó.

En 2010, ese periodista desapareció misteriosamente, y desde entonces la historia quedó envuelta en sombras.

Ex empleados de Ernesto Alonso aseguraron haber visto, en los últimos años de su vida, una fotografía sobre su escritorio: en ella se veía a un bebé en brazos de una mujer de mirada feroz y un hombre con bigote y sombrero.

Nadie se atrevió a preguntarle, pero una secretaria relató que una vez lo escuchó murmurar en voz baja: “Ese niño fue mi castigo”.

 

Hasta el día de hoy, el supuesto hijo de Irma Serrano y Mario Almada sigue siendo una leyenda urbana en el mundo del espectáculo mexicano.

Algunos investigadores aseguran haber encontrado documentos en archivos privados que confirmarían la existencia de la criatura, mientras otros creen que todo fue una invención destinada a alimentar el mito de dos figuras inmensas y temperamentales.

Lo cierto es que tanto La Tigresa como Mario Almada llevaron este secreto, real o no, hasta la tumba.

 

Irma Serrano, conocida por su carácter indomable y su vida llena de controversias, nunca habló abiertamente del tema.

Sin embargo, quienes la conocieron íntimamente aseguran que cada vez que alguien mencionaba a Mario Almada, sus ojos se llenaban de lágrimas.

Tal vez en el fondo, el recuerdo de aquel amor prohibido y del hijo perdido nunca la abandonó.

En un mundo donde la fama lo cubre todo y los secretos son moneda corriente, esta historia, mezcla de amor, poder y tragedia, sigue siendo uno de los capítulos más misteriosos del cine mexicano, una herida que, más de medio siglo después, todavía duele en el imaginario de quienes conocieron la época dorada del espectáculo nacional.

 

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