La leyenda de la música venezolana, Lila Morillo, ha vuelto a conmocionar a todo el continente a sus 85 años, no con una canción, sino con una declaración de vida y muerte.
En una entrevista reciente, la icónica artista reveló con una serenidad cortante que ya tiene preparada la lista de personas a las que prohíbe la entrada a su funeral.

“Yo ya tengo claro quiénes no deben estar allí”, sentenció Lila Morillo, mirando directamente a la cámara.
“No quiero hipocresías cuando me toque partir.
Mi vida ha sido demasiado transparente como para permitir mentiras en mi muerte.”
Sus palabras cayeron como un trueno, desatando una oleada de especulaciones sobre quiénes figuran en esa lista de no invitados.
La confesión es el último acto de sinceridad de una mujer que vivió bajo el inclemente foco mediático durante más de seis décadas.

La artista venezolana explicó que su decisión no se basa en el rencor, sino en la coherencia y la dignidad.
“No es que guarde resentimiento”, aclaró con calma.
“Es que hay gente que me hizo daño, que me traicionó y que no merece acompañarme en ese último momento.”
Lila Morillo argumentó que uno tiene derecho a elegir con quién se despide de la vida.
Su frase más reveladora fue: “Perdonar no significa olvidar.”
La artista ha perdonado a muchos desde el alma, pero se niega a permitir que quienes la lastimaron simulen afectos o derramen “flores falsas ni lágrimas fingidas” en su partida.
Esta postura firme es el reflejo de una vida marcada por el carácter indomable que la hizo famosa, pero también por las heridas que le dejó su turbulento camino en el espectáculo.

La especulación de la prensa se ha centrado en antiguos colegas, socios de negocios, y figuras de su entorno familiar.
Muchos apuntan a las heridas que dejó su mediática y tormentosa relación con el también cantante José Luis Rodríguez, “El Puma”, un amor que marcó su vida y terminó en uno de los escándalos más grandes de América Latina.
A pesar de que el matrimonio terminó hace décadas, las dinámicas de traición y dolor han dejado cicatrices que, según Lila, le enseñaron a valorar la autenticidad por encima de todo.
En sus palabras, se percibe una profunda reflexión sobre la lealtad y la conveniencia en el mundo del show business.
“Cuando uno envejece,” comentó con lucidez, “descubre que la soledad no es tan mala como la compañía equivocada.”

La figura de Lila Morillo, que pasó de ser la “Maracucha de Oro” en los años 70 a una sobreviviente de la fama, se convierte ahora en un símbolo de empoderamiento tardío.
Ella no busca ya la aprobación ni la redención pública.
Su objetivo es la paz interior, esa que se gana al poner límites definitivos.
Su mensaje final es una lección de vida para todos.
La sinceridad, por dolorosa que sea, es la forma más pura de libertad.
Al exigir un funeral sin hipocresías, Lila Morillo realiza su última y más valiente actuación, asegurándose de que su partida sea tan honesta como la vida que eligió vivir.
La artista afirma que no le teme a la muerte, sino a “no vivir con verdad”.
Y en su serenidad actual, queda claro que ha encontrado la paz que buscaba.
Ella se irá con el corazón limpio, sin mentir, sin fingir cariño donde no lo hay, dejando una historia de resiliencia y dignidad.