68 Años, 13 Muᴇrtos y una Bala Perdida: La Venganza Silenciosa que Sacudió a Ecatepec
Una abuelita de 68 años es detenida frente a su puesto de tortillas mientras paramédicos de Cruz Roja intentan reanimar a un hombre que convulsiona en pleno pavimento.
El cargo: envenenar a 13 sicarios del cártel Jalisco Nueva Generación.
Su arma: tortillas hechas a mano con una receta que aprendió de su abuela curandera.
Tres meses antes, una bala perdida le arrebató a su nieta de 12 años durante una persecución entre criminales.
La fiscalía archivó el caso sin detenidos.
Guadalupe Morales decidió entonces que si el Estado no haría justicia, ella sí lo haría.
Esta es la historia de la abuela que convirtió su oficio en sentencia de muᴇrte.

Guadalupe Morales Vázquez llevaba 42 años amasando tortillas en el mismo puesto de lámina oxidada ubicado en Avenida Central esquina con Morelos en la colonia San Cristóbal de Ecatepec.
Desde las 4 de la mañana hasta las 7 de la noche, seis días a la semana, Lupita alimentaba a generaciones completas de trabajadores, estudiantes y familias humildes que poblaban uno de los municipios más peligrosos del Estado de México.
Nacida en Actopán, Hidalgo, en 1951, Lupita migró a Ecatepec en 1977 junto a su esposo Rigoberto, buscando mejores oportunidades.
Instalaron el puesto con un crédito de 1,500 pesos que tardaron tres años en pagar.
Rigoberto trabajaba como albañil mientras Lupita levantaba el negocio desde cero.
Tuvieron tres hijos.
Carlos y Rosa emigraron a Estados Unidos en busca del sueño americano, mientras Patricia se quedó trabajando como cajera en una bodega cercana.
En 2008, Rigoberto falleció por complicaciones de diabetes, y Lupita continuó trabajando, convirtiendo su puesto en su vida y su razón de ser.
Lupita vivía con su hija Patricia y su nieta Dulce María, una niña de 12 años que soñaba con ser enfermera.
La relación entre ellas era cercana; cada mañana, Dulce pasaba por el puesto rumbo a la escuela y siempre pedía que le reservaran tortillas.
Sin embargo, la vida en Ecatepec era peligrosa.
Con un alto índice de criminalidad, el municipio estaba marcado por feminicidios, secuestros y enfrentamientos entre cárteles.
La familia de Lupita sabía que debía pagar cuotas de protección a los sicarios que controlaban la zona, pero el miedo a represalias mantenía a la comunidad en silencio.
El 12 de marzo de 2019, la vida de Lupita cambió para siempre.
Mientras Dulce regresaba a casa después de un trabajo escolar, una balacera entre cárteles terminó con su vida.
La niña fue alcanzada por una bala perdida, y a pesar de los esfuerzos de los paramédicos, murió en los brazos de su abuela.
La fiscalía archivó el caso sin investigar, dejando a Lupita con un vacío que la llevó a tomar una decisión drástica.

Desgarrada por la pérdida de su nieta y la falta de justicia, Lupita decidió que si el Estado no actuaría, ella lo haría.
Recordó los secretos que su abuela curandera le había enseñado sobre la herbolaria y los venenos.
Así, comenzó a envenenar a los sicarios que operaban en su barrio, utilizando las tortillas como su arma.
Durante semanas, observó a los delincuentes, identificó sus rutinas y preparó las tortillas envenenadas con risina, un veneno mortal.
Su estrategia fue meticulosa.
Cada vez que un sicario llegaba a su puesto, le servía las tortillas envenenadas.
Las muᴇrtes comenzaron a acumularse, y aunque las autoridades no conectaron los puntos, Lupita sabía que estaba haciendo justicia por su nieta.
Las muᴇrtes de los sicarios generaron un efecto en el territorio.
La violencia se intensificó, pero también lo hizo la atención de las autoridades.
Cuando finalmente se descubrió la conexión entre las muᴇrtes y las tortillas de Lupita, la fiscalía no tardó en actuar.
Fue detenida y acusada de homicidio múltiple.
El juicio de Lupita se convirtió en un tema de debate nacional, donde se cuestionaba la moralidad de su venganza y la falta de justicia en el sistema.
Mientras tanto, ella se mantenía firme en su convicción de que había hecho lo correcto.
La historia de Guadalupe Morales es un reflejo de la desesperación y el dolor que viven muchas personas en comunidades azotadas por la violencia.
Su decisión de tomar la justicia en sus propias manos, aunque cuestionable, resalta la frustración de quienes se sienten abandonados por el Estado.
En un país donde la impunidad y el miedo son moneda corriente, Lupita se convirtió en un símbolo de resistencia y lucha, mostrando que incluso en las circunstancias más oscuras, el amor por los seres queridos puede llevar a acciones inesperadas.
La historia de Lupita nos invita a reflexionar sobre la necesidad de un sistema de justicia más eficaz y humano, donde las víctimas no sean olvidadas y donde la vida de cada persona cuente.
La violencia y el crimen organizado no solo afectan a las víctimas directas, sino que dejan cicatrices profundas en las comunidades y familias, y es vital encontrar soluciones que prevengan más tragedias como la de Dulce María.