😱¡ENTRE MÚSICA Y LÁGRIMAS! El lado desconocido de la muerte de Diomedes y el impacto que destruyó a El Grupo Mío
La historia de Diomedes Díaz sigue generando fascinación, controversia y una mezcla de admiración y misterio incluso muchos años después de su muerte.
Pero lo que pocos conocen —y que rara vez ha sido contado en profundidad— es cómo su fallecimiento impactó directamente a los integrantes de El Grupo Mío, la banda que lo acompañó en sus últimos años de carrera, y cómo ese vínculo artístico y personal los marcó para siempre.
Detrás del mito, hay un capítulo no contado que ahora comienza a salir a la luz.
Diomedes no era un artista fácil.
Su genialidad venía cargada de excesos, de decisiones impulsivas y de una vida marcada por la intensidad.
Pero también era leal a los suyos.
Y entre los más cercanos, El Grupo Mío ocupaba un lugar especial.
Era más que su banda de respaldo.
Eran sus confidentes, sus cómplices musicales, su familia en la carretera.
Durante los años previos a su fallecimiento, Diomedes había decidido rodearse de músicos jóvenes, con sangre nueva, dispuestos a seguir su ritmo frenético y a sostener el peso de su leyenda.
El Grupo Mío fue creado como una apuesta por reinventarse sin perder su esencia.
Bajo la dirección de Rolando Ochoa en sus inicios, el grupo fue clave en el sonido más contemporáneo que Diomedes logró en su última etapa.
Sin embargo, no todo fue color de rosa.
La relación entre el artista y su banda estuvo llena de altibajos.
Aunque los unía la pasión por el vallenato, también había tensión por los constantes retrasos, las cancelaciones de conciertos, las exigencias del cantante y sus cambios de humor.
Muchos recuerdan que los ensayos podían durar toda la noche… o no ocurrir nunca.
Que los viajes eran impredecibles, que Diomedes podía pasar de la euforia al silencio más absoluto sin previo aviso.
La madrugada del 22 de diciembre de 2013, cuando se confirmó su muerte, los integrantes de El Grupo Mío se enteraron a través de llamadas entrecortadas, mensajes urgentes y lágrimas en el teléfono.
Algunos estaban en Valledupar, otros en sus ciudades natales, descansando después de lo que iba a ser una temporada de conciertos intensa para las fiestas navideñas.
Nadie lo podía creer.
Aunque sabían que su salud estaba deteriorada, nadie pensó que esa sería la última vez.
El impacto fue devastador.
En pocas horas, la noticia recorrió el país.
El “Cacique de La Junta” había muerto.
Y con él, algo también se apagó en cada uno de los músicos que lo acompañaban.
Porque más allá del personaje público, ellos conocían al hombre: al que se quitaba los zapatos antes de cantar, al que recitaba versos inéditos en la madrugada, al que lloraba al recordar a su madre o al escuchar un acorde desafinado.
En los días posteriores, los integrantes del grupo fueron protagonistas silenciosos del duelo.
Acompañaron el féretro, estuvieron en los actos de despedida, tocaron por última vez sus canciones con el corazón desgarrado.
Pero después, vino el silencio.
Y la incertidumbre.
¿Qué iba a pasar con ellos sin Diomedes? ¿Cómo seguir tocando sin el hombre que les había dado la oportunidad de su vida?
Algunos intentaron continuar con nuevas propuestas musicales.
Otros se alejaron del medio por un tiempo.
Hubo quienes se sintieron abandonados, traicionados por la industria que, tras la muerte de su ídolo, ya no parecía interesarse por quienes lo acompañaron hasta el último suspiro.
La disolución del grupo fue inevitable, aunque nunca se anunció formalmente.
Simplemente, dejaron de tocar juntos.
Con los años, varios miembros del grupo han hablado en entrevistas, pero siempre con cautela.
Dicen que hay cosas que prefieren no contar, memorias que duelen demasiado.
Otros han dicho que Diomedes les dejó más que fama: les dejó una manera de vivir la música, un respeto por la letra, por la métrica, por el sentimiento.
Para ellos, cada presentación junto a él era un reto emocional.
Porque el “Cacique” no era un cantante más.
Era una fuerza.
Uno de los aspectos menos conocidos de esa etapa final fue cómo Diomedes insistía en que cada canción tuviera un sello inconfundible.
A menudo, improvisaba en medio de las grabaciones.
En otras ocasiones, paraba todo y mandaba a callar a todos los técnicos si sentía que “no había magia”.
Para El Grupo Mío, eso significaba estar listos en cualquier momento.
Vivían al filo del genio.
Y también del abismo.
En los últimos meses antes de su muerte, según relatan algunos testigos cercanos, Diomedes mostraba señales de agotamiento físico, pero no dejaba de componer.
Decía que tenía un disco más dentro de sí.
Que quería despedirse cantando.
Que “la muerte no lo iba a agarrar callado”.
Por eso, cuando falleció, varios temas quedaron incompletos.
Y con ellos, los integrantes del grupo se sintieron incompletos también.
La historia oculta detrás de la muerte de Diomedes y su relación con El Grupo Mío no está hecha solo de anécdotas artísticas, sino de heridas emocionales, de lealtades, de promesas rotas y también de aprendizajes.
Muchos de esos músicos siguen tocando en otras agrupaciones, pero aseguran que ninguna experiencia se ha comparado con lo que vivieron al lado del más grande.
Hoy, a más de una década de su partida, el legado de Diomedes Díaz sigue creciendo, y con él, también renace el interés por quienes caminaron a su lado hasta el final.
Porque aunque el público solo vea al ídolo en tarima, detrás de cada nota había un grupo de hombres que dieron cuerpo al mito, que lo sostuvieron en sus noches malas y lo acompañaron en sus momentos de gloria.
Y aunque sus nombres no figuren en los titulares, su historia también merece ser contada.
Porque sin El Grupo Mío, el último capítulo de Diomedes no habría tenido música.
Y sin música, él no habría sabido morir.