Era hermosa, brillante y peligrosamente honesta.
Rita Macedo fue la actriz que trabajó con Buñuel, que deslumbró en Nazarín y El Castillo de la Pureza, que compartió salones con Octavio Paz y Gabriel García Márquez.
Pero detrás de la elegancia había una mujer marcada por el abandono, tres matrimonios fracasados, traiciones que perdonó demasiadas veces y secretos que cargaba como una segunda piel.
Al final, justo antes de su trágica muerte, Rita decidió hablar y lo que confesó sobre su vínculo prohibido con el presidente Adolfo López Mateos fue más oscuro, más escandaloso y más desgarrador de lo que cualquiera hubiera podido imaginar.
María de la Concepción Macedo Guzmán, conocida en el mundo como Rita Macedo, nació en la Ciudad de México en 1925.
Sus comienzos fueron todo menos tiernos.
Sus padres se divorciaron prácticamente al nacer ella y su madre, la escritora Julia Guzmán, la envió a internados entre México y Estados Unidos.
Esa crianza fría dejó heridas que la marcaron para siempre: abandono, inseguridad y una necesidad desesperada de ser amada.
A los 15 años fue descubierta casi por accidente.
El director Mauricio de la Serna notó su belleza llamativa mientras adaptaba una novela escrita por su madre.
Rita dudó, pero su madre la empujó frente a las cámaras.
Su debut en Las cinco noches de Adán la colocó al lado de Mapi Cortés y Domingo Soler.
Firmó como Conchita Macedo y entró en la maquinaria de la Época de Oro del cine mexicano.
La industria pronto entendió que tenía algo más que belleza, una presencia en pantalla que podía ser frágil y venenosa a la vez.
En pocos años coprotagonizaba con Pedro Armendáriz, Ernesto Alonso y Fernando Fernández.
Para 1947, Julio Bracho la eligió en Rosenda, su papel revelación.
Siguiendo su consejo, adoptó el nombre artístico que la inmortalizaría: Rita Macedo.
Durante las décadas de 1940 y 1950 construyó un currículum envidiable.
Actuó en dramas históricos como San Felipe de Jesús, tragedias románticas como Por querer a una mujer y comedias con Joaquín Pardavé y Sara García.
Hollywood intentó seducirla, incluso le otorgó el reconocimiento de One Pass Baby Star en 1943, pero nunca logró afianzarse en la industria estadounidense.
En México, en cambio, se volvió indispensable.
Directores como Emilio “El Indio” Fernández y Fernando de Fuentes vieron en ella a la femme fatale perfecta.
Y luego llegó Luis Buñuel.
Con él filmó Ensayo de un crimen, Nazarín y El ángel exterminador.
Buñuel la trataba como a uno de sus “animalitos”, actores a los que intuía más que dirigir.
Su interpretación de Andara en Nazarín sigue siendo una de las grandes actuaciones del cine mexicano.
Más adelante dio vida a mujeres complejas en El castillo de la pureza de Arturo Ripstein y protagonizó el clásico de terror La maldición de la llorona.
Ganó el Ariel a Mejor Actriz en 1972 por Tú, yo, nosotros.
En el teatro produjo obras arriesgadas como Requiem para una monja y Las criadas.
Su elegancia, su voz, sus pómulos afilados, todo en Rita proyectaba a una mujer adelantada a su tiempo.
Sin embargo, el éxito nunca acalló su soledad interior.
Su vida privada fue turbulenta y a menudo reflejaba la inestabilidad que arrastraba desde la infancia.
Tres matrimonios dejaron tres heridas profundas.
El primero, con el productor Luis de Llano Palmer, fue una vía de escape del control de su madre, pero pronto se tornó asfixiante debido a la dependencia de su esposo hacia su propia familia.
El segundo, con el aristócrata Pablo Palomino, estuvo marcado por episodios de violencia y abuso.
El tercero, con el escritor Carlos Fuentes, fue una mezcla de pasión y humillación, donde las infidelidades del autor terminaron por desgastar a Rita emocionalmente.
En sus últimos años, Rita se volcó en la actuación, el diseño de vestuario y la escritura de sus memorias.
Sin embargo, el aislamiento y la depresión la acompañaron hasta el final.
El 5 de diciembre de 1993, a los 68 años, Rita Macedo tomó la decisión de quitarse la vida.
Fue un acto que dejó más preguntas que respuestas, pero también revelaciones impactantes que cambiarían para siempre la percepción de su vida.
Entre los manuscritos inconclusos que dejó, publicados más tarde en Mujer en papel por su hija Cecilia, emergió una historia que sacudió a México: su romance secreto con el presidente Adolfo López Mateos.
Adolfo López Mateos, presidente de México de 1958 a 1964, fue una figura carismática y controvertida.
Apuesto, elegante y con fama de mujeriego, cultivaba una imagen pública de modernidad y fortaleza.
En privado, era célebre por sus romances con actrices y socialités.
El encuentro entre Rita y López Mateos ocurrió en una fiesta privada.
La atracción fue inmediata y arrolladora.
El México de los años 60 era conservador.
Un presidente casado no podía dejarse ver con una actriz de cine, por muy elegante que fuera.
Así comenzó una relación clandestina tejida en las sombras.
Rita confesó en sus escritos que con López Mateos descubrió una pasión que nunca antes había conocido, pero también la más profunda humillación.
Él le prometía divorciarse y estar juntos, pero esas palabras nunca se concretaron.
El romance, que comenzó con intensidad, pronto se volvió tormentoso.
López Mateos se alejaba cada vez más, presionado por sus asesores y las demandas del poder.
Rita, por su parte, se sintió abandonada y traicionada.
En sus memorias, escribió: “Con Adolfo conocí la pasión, pero también la humillación.
Quise ser la única, pero él era de todas.
El poder no comparte su lecho”.
López Mateos dejó el poder en 1964 y murió en 1969, llevándose el secreto a la tumba.
Rita cargó con ese peso hasta su último día.
Su confesión final expuso el escándalo que México intentó borrar, revelando un capítulo oculto en la vida de una de las actrices más icónicas del país.
Rita Macedo dejó este mundo con más preguntas que respuestas, pero sus últimas palabras descorrieron el telón de una historia que el país prefería olvidar.
Ni la fama, ni la belleza, ni la elegancia pudieron protegerla de la soledad o la traición.
Al final, eligió contar la verdad en sus propios términos, dejando un legado tan fascinante como trágico.