José Luis Perales, el cantor del amor puro, el poeta que susurraba entre cuerdas suaves lo que muchos hombres jamás se atrevieron a decir en voz alta, no necesitaba luces estridentes ni titulares para conquistar al mundo.
Lo suyo era el alma, la ternura y el silencio.
Pero hoy, a sus 80 años, ese mismo silencio acaba de romperse con una revelación tan inesperada como devastadora.
Perales, el hombre que parecía incapaz de odiar, ha pronunciado siete nombres, siete figuras del mundo del espectáculo, del arte y del periodismo, a quienes ha confesado que jamás perdonará.
No lo dijo con ira, lo dijo con el tono sereno de quien ya no necesita justificarse.
Pero en su voz había algo más, una herida que el tiempo no logró cerrar.
¿Cómo llegó el artista más respetado de España a cerrar su corazón de esa manera? ¿Qué le hicieron para que decidiera borrarlos para siempre de su vida? Y lo más inquietante, ¿cómo logró ocultarlo durante más de 40 años sin que nadie lo supiera? Dicen que murió mientras dormía, pero sus manos contaban otra historia.
Dicen que Perales era todo bondad.
Pero esta lista, este acto final de verdad, revela un lado que nadie imaginaba.
José Luis Perales Morillas nació el 18 de enero de 1945 en Castejón, un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca en el corazón de Castilla-La Mancha.
Desde muy joven, su vida parecía destinada a la normalidad: una familia humilde, estudios de ingeniería eléctrica en Madrid y un carácter reservado casi invisible.
Pero el destino, con su particular sentido de la ironía, lo transformaría en uno de los artistas más queridos, escuchados y respetados de todo el mundo hispanohablante.
Perales no llegó al estrellato por accidente, pero tampoco lo buscó.
Comenzó en las sombras, componiendo para otros.
Su gran punto de partida fue la canción “¿Por qué te vas?”, interpretada por Jeanette en 1974, que se convirtió en un fenómeno internacional.
A partir de ahí, su talento despegó como un velero llamado “Libertad” y ya nada volvió a ser igual.
En 1973 se atrevió a dar el paso como intérprete, publicando su primer álbum “Mis Canciones”, dando inicio a una carrera que cambiaría para siempre el panorama musical español.
Durante más de cuatro décadas, José Luis Perales fue mucho más que un cantante.
Fue un símbolo de la sensibilidad, un portavoz de los que no sabían expresar sus emociones.
Sus letras hablaban de amor y pérdida, de esperanza y despedidas, sin necesidad de ornamentos, sin caer en la exageración.
Su estilo era limpio, casi minimalista, pero cada palabra contenía una profundidad que dejaba huella.
Su música se convirtió en banda sonora de generaciones enteras.
Canciones como “Y cómo es él”, “Un velero llamado libertad”, “Te quiero”, “Me llamas” o “Que canten los niños” no solo llenaron estadios y listas de éxitos, sino que se instalaron en la memoria emocional de millones de personas.
A lo largo de su carrera vendió más de 55 millones de discos, escribió más de 500 canciones y fue la voz detrás de emociones que muchas veces no supimos cómo poner en palabras.
Sus composiciones fueron interpretadas por leyendas como Raphael, Julio Iglesias, Rocío Jurado, Isabel Pantoja o Paloma San Basilio.
Y sin embargo, a pesar de tanta fama, premios y reconocimientos, incluyendo la Medalla al Mérito en las Bellas Artes y el Latin Grammy honorífico, Perales mantuvo siempre una vida lejos del ruido.
Nunca fue amante de la farándula, nunca se dejó atrapar por el brillo de la televisión o las portadas de revista.
Se casó con Manuela Vargas en 1977 y juntos formaron una familia discreta, estable y ajena a la exposición mediática.
Criaron a su hijo Pablo, hoy productor musical, en el campo, rodeados de naturaleza, donde Perales encontró la paz que tanto cantaba.
Vivir en Cuenca, rodeado de silencio, se convirtió en su refugio y su elección consciente.
Durante años rechazó entrevistas, no participó en polémicas y su presencia en televisión fue esporádica y controlada.
Siempre dijo: “Yo escribo sobre el amor, no sobre la fama.”
Esta frase sencilla, pero poderosa, define su esencia: un artista íntegro que eligió la autenticidad sobre el espectáculo, que prefirió el piano en su estudio al ruido de los focos, que se retiró con dignidad, anunciando en 2020 su gira de despedida “Baladas para una despedida”, dejando claro que su legado ya estaba escrito y no necesitaba más añadidos.
Pero ni la fama, ni el amor del público, ni los premios fueron suficientes para borrar ciertas cicatrices.
José Luis Perales es un hombre de principios y, como veremos a continuación, cuando alguien traiciona esos principios, no hay canción que los perdone.
Durante años, nadie imaginó que detrás del rostro amable de José Luis Perales se escondían heridas tan profundas.
El artista que parecía ser el epítome de la calma, del perdón, de la ternura, en realidad llevaba consigo una lista silenciosa.
No era una lista escrita en papel, sino en el corazón.
Siete nombres, siete episodios de traición que marcaron su camino para siempre.
El primero y quizás el más simbólico fue el incidente con RTVE en la década de los 80.
Perales había aceptado participar en una gala televisiva importante, una de las pocas veces en que se dejaba ver en un evento masivo.
Ensayó su presentación, cuidó cada detalle, pero al momento de la emisión su actuación fue cortada sin explicación.
En vez de una disculpa, recibió el silencio de los ejecutivos.
Herido por la falta de respeto, tomó una decisión drástica: canceló todos los compromisos futuros con RTVE y declaró públicamente: “Ni siquiera merecen una disculpa.
No volveré jamás.”
Desde entonces, esa cadena quedó fuera de su vida para siempre.
El segundo nombre en su lista fue el director de teatro Federico Rodríguez.
Durante la producción de un especial musical, Rodríguez insistió en modificar la letra de la canción “Canción para la libertad”, alegando que era demasiado oscura para el público.
Perales se negó rotundamente.
Para él, la integridad artística era sagrada.
La presión continuó hasta que decidió cortar completamente el vínculo.
Años después, cuando Rodríguez quiso reconciliarse, la respuesta fue el silencio.
“Prefiero quedarme con mi canción intacta”, habría dicho Perales a un colaborador cercano.
Finalmente, en el año 2000, en una gala televisiva que pretendía rendirle homenaje, el director del evento decidió reinterpretar “Te quiero” con una puesta en escena ridícula.
Bailarines disfrazados, luces excesivas, gestos cómicos.
Todo lo que Perales había evitado durante su carrera se materializó en aquel escenario.
Observó desde los bastidores durante tres minutos y luego se marchó.
No firmó el contrato para futuras participaciones y el director en cuestión nunca más recibió una llamada suya.
José Luis Perales no fue jamás de los que atacan, pero cuando se aleja lo hace sin retorno.
Sus silencios fueron siempre más elocuentes que cualquier discurso.
Y en ese silencio cabía el dolor, la decepción y también la dignidad.
Estimados televidentes, en ese final silencioso, José Luis Perales no buscó aplausos ni redenciones públicas.
Solo quiso conservar intacta la esencia de quién fue.
Un hombre que cantó al amor sin condiciones, pero que en la vida puso las condiciones necesarias para no perderse a sí mismo.
Y así concluye la historia del hombre que convirtió el silencio en su escudo más poderoso.