Durante décadas, Super Porky fue el alma de la lucha libre mexicana.
Un gigante bonachón de movimientos ágiles y corazón generoso que hacía reír a niños y adultos por igual.
José Luis Alvarado Nieves, su nombre real, no era solo un luchador, era un símbolo de alegría en un mundo donde los golpes eran reales y las máscaras ocultaban más de lo que mostraban.
Con su barriga prominente, su carisma arrollador y su capacidad de conectar con el público, se convirtió en una leyenda viviente.

Pero un día, desapareció.
A los 58 años, dejó de aparecer en los cuadriláteros, dejó de sonreír, dejó incluso de hablar.
Entonces comenzaron los susurros, los rumores, las sospechas.
Algo no estaba bien.
El hombre que alguna vez fue aplaudido por miles, ahora estaba solo en su casa, olvidado por el espectáculo que ayudó a construir.
Lo que nadie sabía hasta ahora era que Super Porky había guardado un secreto durante años.
Uno que explicaba sus ausencias, sus recaídas, su silencio.
¿Qué fue lo que confesó antes de morir?
¿Quiénes le dieron la espalda cuando más los necesitaban?
Y sobre todo, ¿por qué eligió el silencio durante tanto tiempo?
Esta noche, su verdad saldrá a la luz.
José Luis Alvarado Nieves nació el 19 de marzo de 1963 en el seno de una familia profundamente ligada al mundo de la lucha libre, la icónica Dinastía Alvarado.
Su padre, Shadito Cruz, fue un luchador profesional de la vieja escuela.
Desde muy pequeño, José Luis creció entre cuadriláteros y entrenamientos exigentes.
Era el tercero de seis hermanos, todos destinados a continuar el legado familiar.
Si bien el apellido le abría puertas, también le imponía un peso difícil de cargar: tenía que ser excepcional para no quedar opacado por sus hermanos.
Durante la adolescencia, experimentó una batalla interna entre la identidad propia y la presión familiar.
Su complexión física, más robusta, lo llevó a adoptar un estilo de lucha distinto, menos acrobático, más teatral.
Fue así como, casi sin quererlo, empezó a construir el personaje que más tarde lo haría famoso: Super Porky.
Debutó profesionalmente a finales de los años 70.
Pero no fue hasta que abrazó el personaje de Super Porky a mediados de los años 90 que su carrera despegó de manera imparable.
Con humor, carisma y un cuerpo que desafiaba los cánones atléticos, se ganó el cariño del público y el respeto de sus colegas.
En lo personal, José Luis fue un hombre de contrastes.
Se casó joven, tuvo varios hijos, entre ellos el famoso Psych Clown.
Aunque amaba profundamente a su familia, la presión del trabajo y las giras constantes pasaron factura.
Las ausencias se hicieron habituales, los silencios se alargaron.
“Yo me entregué al público, pero me olvidé de entregarme a mí”, confesó alguna vez.
En su juventud también tuvo sus primeros roces con el alcohol.
Al principio, como una forma de relajarse tras los combates.
Luego, como una forma de escapar de los dolores físicos.
Y más tarde, como una forma de silenciar los vacíos emocionales.
Nadie imaginaba entonces que esa relación con la bebida se convertiría con los años en una de sus batallas más feroces y destructoras.
La verdadera consagración llegó con la metamorfosis a Super Porky.
Ya no era solo Brazo de Plata, sino un personaje más entrañable para el gran público.
La figura de luchador cómico, con su panza prominente, sus bailes torpes y su estilo burlón, se convirtió en un fenómeno cultural.
Ofrecía un respiro en una industria marcada por la rudeza.
Se volvió ídolo de los niños.
A mediados de los años 90, Super Porky alcanzó el apogeo de su carrera.
Firmó contratos con el CMLL y la Triple A.
Su salto más emblemático fue su breve pero significativo paso por la WWE, donde su personaje dejó huella.
Pero el éxito no solo se medía en contratos.
Super Porky era invitado constante a programas de televisión.
Su rostro estaba en camisetas, tazas, juguetes.
Se convirtió en una marca viviente.
No obstante, mientras su imagen se expandía, su cuerpo empezaba a pasarle factura.
Las lesiones comenzaron a acumularse.
Las rodillas crujían con cada movimiento.
Los médicos le aconsejaban reposo, pero él insistía en seguir luchando.
En parte, por amor al escenario, y en parte, por necesidad económica.
A pesar del dolor físico, hubo momentos de gloria, como su emotivo reencuentro con su hermano Brazo de Oro.

Sin embargo, conforme avanzaba la década del 2010, su presencia en los escenarios comenzó a disminuir.
Las empresas dejaban de llamarlo.
Su físico, alguna vez celebrado, ahora era objeto de burla cruel en redes sociales.
“Ya no daba rating”, decían.
“Está acabado”, murmuraban.
Poco a poco, el Super Porky que todos amaban fue desapareciendo de los reflectores.
Para José Luis, ese periodo marcó una profunda herida emocional.
Siempre había sido el payaso del circo.
Pero ahora ya no tenía un público que aplaudiera sus caídas fingidas.
Solo quedaba el silencio de una casa donde las paredes comenzaban a recordarle su soledad.
Entonces empezó a hablar menos, a dejarse ver menos.
Empezó a preguntarse si el cariño del público había sido real o solo un efecto pasajero de las luces del espectáculo.
Detrás de la máscara sonriente, José Luis Alvarado Nieves vivía una lucha mucho más dura.
La fama se transformó en una cárcel silenciosa.
La industria, que alguna vez lo celebró, comenzó a ignorarlo.
En un medio tan competitivo y voraz como la lucha libre, envejecer es casi un pecado.
Super Porky fue dejado de lado.
El abandono profesional trajo consigo una profunda depresión.
“A veces me pregunto si aún le importo a alguien”, llegó a decir en una charla televisiva, rompiendo el corazón de miles.

La salud, además, se convirtió en su enemiga más constante.
La diabetes, el colesterol elevado, los problemas cardíacos.
Su cuerpo comenzaba a pasar factura con crueldad.
Pero el enemigo más silencioso y destructor fue el alcohol.
Lo que comenzó como un escape social se convirtió en una dependencia silenciosa que lo alejaba de su familia y de sí mismo.
En sus últimos años, su imagen pública se transformó radicalmente.
Ya no era el luchador cómico, sino el hombre que aparecía en videos caseros, desorientado, caminando con dificultad.
Sus hijos, en especial Psych Clown, intentaron ayudarlo, pero la herida era profunda.
Super Porky sentía que el público lo había olvidado.
Esa sensación de inutilidad, de que ya no tenía un propósito, fue tal vez el golpe más devastador.
Y como si fuera poco, los rumores tampoco dieron tregua, hablando de supuestos conflictos familiares y peleas por dinero.
En este periodo oscuro, el hombre que hizo reír a millones estaba roto por dentro.
Guardaba una verdad que nunca se atrevió a revelar en sus mejores días.

En sus últimos años, José Luis Alvarado Nieves ya no era Super Porky ante las cámaras, era simplemente él mismo.
Un hombre cansado, dolido, viviendo en una modesta casa en la Ciudad de México.
Ya no había luces, ni entradas triunfales, solo la lucha más difícil: enfrentarse a sí mismo.
En una de sus últimas apariciones públicas, en una entrevista que pasó casi desapercibida, José Luis se permitió bajar la guardia.
Con la voz entrecortada y los ojos vidriosos, dijo: “Tal vez fui muy bueno haciendo reír, pero nadie me enseñó a llorar en voz alta”.
Fue una frase que quedó flotando, como una confesión postergada durante décadas.
Con ella, por fin admitía que detrás del personaje alegre había un hombre que nunca encontró cómo pedir ayuda.
El aislamiento se acentuó con los problemas cardíacos y la pérdida de movilidad.
Él no buscaba fama, sino redención.
Uno de los pocos placeres que le quedaban era escuchar música, recordando aquellas noches en las que la arena vibraba bajo sus pies.
José Luis falleció el 26 de julio de 2021, a los 58 años.
La noticia recorrió rápidamente los medios.
Fue una despedida silenciosa, íntima, pero con un eco profundo.
La historia de Super Porky es la historia de un hombre que lo dio todo por un público que muchas veces no supo ver más allá del disfraz.
Él convirtió su dolor en silencio.
La lección que nos dejó es poderosa.
“No esperes a estar solo para pedir ayuda.
La verdadera fuerza está en compartir el dolor, porque al final el mayor acto de valentía es atreverse a decir la verdad”.