La muerte de Alberto Olmedo, el 5 de marzo de 1988, no fue simplemente un final; fue la inauguración de un mito envuelto en una densa niebla de misterio y especulación.
El deceso del comediante, al caer desde un undécimo piso en Mar del Plata, dejó un vacío en el humor argentino y un expediente judicial lleno de cabos sueltos.

La crónica oficial se detuvo en la fatalidad de un accidente, pero el público y la prensa de espectáculos se aferraron a los detalles más oscuros, buscando una explicación que honrara o al menos diera sentido a la trágica partida de un ídolo.
Uno de los elementos más persistentes y enigmáticos de la escena es el llamado “misterio del bolso rosa”.
Según los primeros reportes policiales, cerca del cuerpo de Olmedo, que yacía en el cantero del edificio Maral 39, fue encontrada una bolsa de plástico.
Esta bolsa, cuyo contenido nunca fue revelado públicamente de forma oficial o fue rápidamente retirado, se convirtió en el punto de partida de múltiples conjeturas.
La versión más difundida y cruda, alimentada por las declaraciones de allegados y por la propia prensa sensacionalista, es que dicha bolsa contenía estupefacientes.
Esta hipótesis se vincula directamente con la lucha conocida de Olmedo contra las adicciones, un demonio personal que, según los rumores, lo acompañó hasta el fatídico amanecer.
La especulación sugiere que Olmedo habría estado buscando drogas que presuntamente guardaba en las macetas de su balcón, una costumbre temeraria que, de ser cierta, explicaría la peligrosa ubicación del actor en la cornisa.
Si la bolsa fue retirada por alguien antes de la llegada de las autoridades o si su contenido fue simplemente descartado para proteger la imagen póstuma del actor, sigue siendo una pregunta sin respuesta.
Este silencio oficial es precisamente lo que ha permitido que la teoría de la sobredosis o el consumo previo como factor determinante persista en el imaginario colectivo.
El alcohol, específicamente el champán que bebía esa noche, se suma a la ecuación, sugiriendo una combinación letal de sustancias que minaron su juicio y su equilibrio.
Otro ángulo de la tragedia se centra en el factor psicológico y la tensión emocional de las horas previas.

La noche del 4 de marzo de 1988 fue compleja.
Olmedo acababa de terminar su relación con Silvia Pérez, y se había reunido con Nancy Herrera, quien estaba embarazada de su hijo.
A pesar del “te amo” escrito en el espejo, la relación con Herrera era turbulenta, marcada por altibajos y celos, como lo demuestra la polémica por una foto de ella con Cacho Fontana, aunque supuestamente zanjada.
Algunas teorías, aunque menos probadas, sugirieron inicialmente que el incidente pudo haber sido un acto violento o un forcejeo, hipótesis alimentada por el hallazgo de ventanas rotas en el salón.
Sin embargo, el relato de Nancy Herrera, la única testigo presencial, siempre ha mantenido la versión del accidente.
Ella describió la desesperación al ver a Olmedo colgando, suplicando: “Me caigo, mamá, me caigo,” y su incapacidad para sostener su pesado cuerpo en el balcón resbaladizo.
La frase “mamá” en lugar de “Nancy” en un momento de pánico extremo añade un elemento psicológico conmovedor a la escena, sugiriendo un regreso a la inocencia infantil o a un pedido de auxilio absoluto e incondicional.
La posibilidad del suicidio ha sido recurrentemente planteada, dada la lucha interna de Olmedo y su historial de depresión.
Sin embargo, la mayoría de sus amigos y colegas niegan enfáticamente esta posibilidad.
Lo recuerdan como un hombre que, a pesar de sus demonios, vivía por y para el público.
La premonición que tuvo en el teatro esa noche, al despedirse de sus compañeras diciendo “Las voy a extrañar,” se interpreta más como una carga melancólica o un presentimiento sombrío que como un plan premeditado.
El legado inconcluso de Olmedo también se nutre del misterio.
Su muerte prematura, sin haber llegado a ver su última película, Atracción peculiar, ni haber conocido a su hijo, Albertito, se asemeja al mito de Carlos Gardel.
Para el público argentino, el Negro permanece inmortalizado en la cúspide de su carrera, un destino reservado solo para los ídolos que mueren jóvenes y de forma trágica.
El enigma del bolso y la duda sobre las sustancias consumidas son, en última instancia, los elementos que mantienen viva la leyenda y el tormento, impidiendo que la historia de Alberto Olmedo se cierre como un simple accidente.
Su trágica caída se consolidó como el último, y más oscuro, de sus sketches improvisados, uno que la sociedad argentina nunca podrá dejar de analizar.