Fue alguna vez la fuerza silenciosa detrás de la estrella pop más explosiva de México.
Sergio Andrade, el hombre que lanzó a Gloria Trevi a la fama y luego a la infamia.
No era solo un productor musical, era el arquitecto de un imperio torcido que prometía fama, pero entregaba miedo.

A finales de los 90, los susurros sobre un clan se hicieron inaudibles, un eco de la manipulación, el control y algo mucho más siniestro detrás de los escenarios brillantes.
Luego llegaron los arrestos, la cacería internacional, los titulares que sacudieron los cimientos del mundo del espectáculo mexicano.
Hoy, con casi 70 años, Sergio Andrade se encuentra, según las crónicas, enfermo, aislado y casi imposible de localizar.
Pero las sombras del pasado, que él mismo construyó, aún no lo han soltado, y se dice que se fusionaron con su estado de paranoia.
La pregunta que persigue su retiro forzoso es si alguna vez enfrentará de verdad las cuentas pendientes, o si el personaje más controvertido del pop latino ya se ha desvanecido en un silencio que ni la justicia civil logra alcanzar.
Nacido en 1955 en Coatzacoalcos, Veracruz, la vida de Sergio Andrade comenzó en un hogar católico estricto, donde la disciplina y la ambición eran las primeras lecciones inculcadas.
De adolescente ya demostraba un talento precoz para la música, una habilidad que lo llevó a estudiar piano y composición en el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México.
Allí forjó la técnica y la mentalidad ambiciosa que definirían su particular forma de entender el mundo del espectáculo.
Durante los años 80, Andrade empezó su camino tras bambalinas, trabajando como compositor y productor musical.
Escribió jingles, temas de programas de televisión y arreglos para artistas, consolidando una reputación de eficiencia y talento.
Su salto a las grandes ligas llegó produciendo discos para figuras consagradas y jóvenes promesas del pop.
Entre sus primeras colaboraciones estuvieron Lucero, Yuri, Crystal y Alesandra Rosaldo.
Pronto se ganó la reputación de ser un creador de éxitos, un maestro capaz de transformar desconocidas en ídolos.
Los medios lo comparaban con un svengali moderno, un mentor que entendía tanto la psicología de la fama como la ingeniería del sonido, un genio enigmático que se negaba a dar entrevistas, prefiriendo que fuera su música la que hablara por él.
Y entonces, en 1985, su destino se cruzó con una chica de 17 años llamada Gloria de los Ángeles Treviño Ruiz.
Ella venía de Monterrey y había probado suerte sin éxito en un grupo llamado Boquitas Pintadas.
Andrade vio en ella algo distinto, una rebeldía sin pulir, un carisma natural y una disposición total a romper moldes.
La tomó bajo su tutela, no solo como productor, sino como mentor, representante y, según alegarían muchos más tarde, asumió el control absoluto de su vida y su carrera.
Bajo su dirección férrea, Gloria Trevi se transformó de una muchacha tímida del norte en una estrella irreverente y electrizante.
Su primer gran triunfo llegó con el álbum Tu ángel de la guarda en 1991, que incluía temas icónicos como Pelo suelto, Agárrate y Doctor psiquiatra.

Estas canciones no solo eran pegadizas.
Eran declaraciones de independencia femenina, himnos que desafiaban las normas de género en una industria dominada por hombres.
Gloria Trevi fue bautizada como la “Madonna mexicana” y Andrade, su creador, se convirtió en una figura intocable.
Durante los primeros años de los 90, su alianza parecía invencible.
Trevi vendía millones de discos y llenaba estadios mientras Andrade ampliaba su imperio.
Manejaba nuevos talentos, abría academias y cultivaba su imagen de genio excéntrico, alguien a quien se debía acudir si se quería lanzar una estrella femenina en México.
Pero tras la puerta del estudio, la relación se tornaba asimétrica y sombría.
Andrade controlaba cada aspecto de la vida de Trevi: su ropa, su discurso, sus amistades y sus movimientos.
En ese momento pocos se atrevían a cuestionarlo.
El mito era perfecto, el genio excéntrico y su musa indomable desafiando al sistema.
Lo que nadie imaginaba, o prefería no ver, era que la misma estructura que había alimentado su éxito se convertiría en el eje de uno de los escándalos más oscuros en la historia del espectáculo latinoamericano.
Las señales, de hecho, estaban ahí: aislamiento, sumisión, un círculo cerrado de jóvenes bajo su tutela y vigilancia.
En la edad dorada del pop, el brillo disfrazaba el abuso y el carisma ocultaba el control.
Sergio Andrade, el hombre que alguna vez fue el cerebro detrás del sonido de toda una generación, estaba construyendo un sistema que acabaría derrumbándose, llevándose consigo vidas, carreras y sueños.
A comienzos de la década de 1990, lo que alguna vez pareció una deslumbrante asociación creativa entre un talentoso productor y su joven estrella, empezó a mostrar el lado más oscuro del control.
La prensa mexicana lo bautizó después como el clan Trevi Andrade.
Detrás del éxito, surgieron reportes que señalaban que Sergio Andrade había creado un entorno rígidamente controlado, disfrazado de academia para jóvenes artistas.
El productor prometía fama y formación a aspirantes seleccionadas mediante audiciones y contactos con fans.
A los padres se les aseguraba que sus hijas recibirían educación y orientación, pero muchos denunciaron que la comunicación cesaba abruptamente una vez que las jóvenes ingresaban al programa.
Testimonios de exintegrantes, como el de Alin Hernández en su libro La gloria por el infierno, publicado en 1998, y las investigaciones de Proceso y Reforma, describieron un régimen de disciplina estricta, aislamiento y manipulación emocional.
Andrade era conocido por sus víctimas como “el maestro”.
Según quienes lo vivieron, aquel grupo funcionaba menos como una escuela de talento y más como un círculo cerrado cimentado en la lealtad y el miedo.
Varias jóvenes, entre ellas Karina Yapor, María Raquenel Portillo y las hermanas De la Cuesta, terminaron por denunciar o testificar ante la justicia, asegurando que habían sido engañadas, maltratadas o coaccionadas bajo la promesa de impulsar sus carreras.
Según documentos judiciales y declaraciones de sobrevivientes, Gloria Trevi, también bajo la influencia de Andrade, era utilizada como el rostro público del proyecto, sin que conociera por completo lo que ocurría detrás de escena.
El caso salió a la luz en 1999, cuando los padres de Karina Yapor presentaron una denuncia en Chihuahua al descubrir que su hija había dado a luz mientras vivía en el extranjero bajo la supervisión de Andrade.

Aquella revelación desató una investigación internacional.
A inicios del año 2000, las autoridades brasileñas localizaron a Andrade, Trevi y Portillo en Río de Janeiro y los arrestaron, dando inicio a uno de los procesos judiciales más mediáticos en la historia del espectáculo latinoamericano.
Cuando Andrade fue extraditado a México en 2003, las pruebas ocupaban 21 tomos de expediente, detallando años de presunto control y explotación.
En 2005, fue declarado culpable de delitos graves, incluido el secuestro, y condenado a casi 8 años de prisión, parte de los cuales ya había cumplido durante su detención en el extranjero.
Una apelación posterior modificó algunos cargos, pero mantuvo la esencia del veredicto, sentando un precedente.
Las consecuencias transformaron la industria musical mexicana.
Gloria Trevi, quien pasó casi 5 años en prisión en espera de juicio, fue absuelta en 2004 y logró reconstruir su carrera, aunque su legado sigue siendo complejo, y para muchos es a la vez víctima y sobreviviente.
Andrade, que en otro tiempo fue un productor respetado, se convirtió en símbolo del abuso de poder dentro del mundo del entretenimiento.
El escándalo Trevi Andrade obligó a una reflexión pública sobre la fama, la manipulación y la rendición de cuentas, y aún hoy permanece como una advertencia sobre cómo la promesa del estrellato puede ocultar un universo de control y silencio tras el telón del éxito.
Aunque el nombre de Sergio Andrade suele asociarse con el escándalo y el poder, mucho menos se sabe sobre los hijos que tuvo en distintas relaciones, un tema que él casi nunca ha abordado públicamente y que permanece envuelto en silencio y dolor.
Su hijo más conocido es Sergio Andrade Treviño, nacido a mediados de los años 90 y ampliamente señalado como fruto de su relación con Gloria Trevi.
Durante mucho tiempo, ambos negaron o evitaron confirmar ese vínculo por razones legales y personales.
Mientras estuvieron encarcelados en Brasil entre 2000 y 2004, el niño fue puesto bajo custodia de los servicios de protección infantil brasileños.
El pequeño se convirtió en el centro de la atención mediática, conocido como el “hijo del escándalo”.
En 2005, Trevi recuperó la custodia y desde entonces lo ha criado lejos del ojo público.
Para 2025, Sergio Junior es un adulto joven que ocasionalmente acompaña a su madre en eventos, pero nunca ha hablado sobre su padre ni sobre el pasado, quizás por decisión propia o quizás por un pacto familiar de protección.
Pero Sergio Junior no es el único hijo de Andrade.
Varias exalumnas y protegidas del productor han declarado bajo juramento o en entrevistas que él tuvo hijos con distintas jóvenes, algunas menores de edad en el momento de la concepción.
Aunque no todos los casos han sido legalmente confirmados, investigaciones periodísticas sugieren la existencia de al menos tres hijos biológicos más, algunos en México y otros posiblemente en el extranjero.
Lo que une a todas estas historias es un mismo hilo: el abandono.
Andrade nunca participó públicamente en la crianza de ninguno de sus hijos.
No hay fotografías, entrevistas ni reconocimientos, solo fragmentos de testimonios y documentos legales.
Una mujer que aseguró haber tenido un hijo suyo en los 90 declaró en televisión que “trataba a sus hijos como sombras”, que “estaban ahí, pero nunca los tocaba”.
Si su legado profesional está manchado, su legado como padre es prácticamente inexistente.
Construyó imperios a partir del talento y el control, pero no dejó la huella más básica de la conexión humana, una relación con sus propios hijos.
Para quienes llevan su apellido o su sangre, su nombre no es motivo de orgullo, sino una herida, una duda o un vacío.
Al final, el hombre que decía moldear vidas jóvenes a través de la fama parece haber dejado a sus propias creaciones personales a la deriva, atrapadas entre la negación, la fama ajena y la sombra interminable de su pasado.
Tras cumplir su condena en 2007, Sergio Andrade se alejó silenciosamente del foco público, pero su ausencia no significó redención ni olvido.
Hizo algunos intentos modestos por regresar a la música, aunque la industria ya había seguido adelante sin él.
En 2009, lanzó un pequeño canal de YouTube para promocionar nuevas canciones y a intérpretes desconocidos, entre ellos su hija Sofía, quien aparecía tocando percusión en algunos videos.

Pero el regreso nunca despegó.
La respuesta del público fue tibia, las visitas escasas y los comentarios estaban desactivados, un claro indicio de que, para muchos, su pasado había borrado cualquier posibilidad de resurgir artísticamente.
Fuera de cámaras, Andrade llevaba una vida mucho más sencilla que en sus años de fama.
Medios de comunicación señalaron que alquilaba algunas propiedades en México para mantenerse, dependiendo principalmente de pequeñas regalías por canciones compuestas décadas atrás.
Los antiguos estudios de grabación, el séquito y los lujos habían desaparecido, dejando solo los restos de un imperio desvanecido.
A medida que nuevas demandas y movimientos sociales reavivaban el interés por el escándalo Trevi Andrade, él evitó entrevistas, cámaras e incluso notificaciones judiciales.
Según documentos presentados en California, su equipo legal dejó de responder a los avisos de los tribunales durante 2023, en lo que parecía una estrategia deliberada de ocultamiento.
Circulaban rumores que lo ubicaban en España recibiendo tratamiento médico o viviendo discretamente en el sur de México, pero nada ha sido confirmado por fuentes fidedignas.
La atención pública volvió a encenderse cuando Gloria Trevi presentó en 2023 una demanda civil, acusando a Andrade de maltrato físico y emocional prolongado durante el auge de su relación profesional en los años 90.
Representada por la abogada Camile Vázquez, Trevi afirmó haber vivido durante años bajo manipulación y control que trascendían su carrera musical.
Casi al mismo tiempo, dos mujeres anónimas interpusieron otra demanda civil en California bajo la Child Victims Act.
En ella, relataron años de manipulación y coerción cuando eran adolescentes dentro de la red de Andrade.
Afirmaron que la promesa de la fama fue usada como medio para obtener control, creando un entorno que luego compararon con un sistema de tipo sectario.
Al tratarse de procesos civiles y no penales, Andrade no enfrenta prisión, pero podría ser responsabilizado económica y públicamente por daños y perjuicios.
Sin embargo, los intentos por localizarlo a través de su última empresa registrada en Hidalgo, México, han sido infructuosos.
Las citaciones sin respuesta han despertado nuevas preguntas en la prensa.
Se cuestiona si está siendo protegido o si se esconde deliberadamente para evitar rendir cuentas, cerrándose en un aislamiento total.
En una de sus escasas declaraciones públicas durante una entrevista con VJ en 2015, Andrade desestimó gran parte de las críticas y alegó haber sido malinterpretado, comentario que generó indignación por su evidente falta de empatía y arrepentimiento.
Casi dos décadas después de su caída, su reputación sigue marcada no por su música, sino por el silencio, la controversia y la sombra de aquello que aún se niega a enfrentar.

Para 2024, la salud de Sergio Andrade se había deteriorado de forma crítica.
Fuentes cercanas al personal médico en Madrid confirmaron que fue hospitalizado a comienzos de ese año tras sufrir un intenso dolor abdominal y vómitos con sangre.
Los médicos diagnosticaron pancreatitis aguda, una enfermedad comúnmente provocada por el consumo prolongado de alcohol y el estrés, aunque la información no confirma la causa directa.
Fue tratado con antibióticos intravenosos y terapia de ayuno, pero su recuperación fue lenta e incompleta.
El médico que lo atendió lo describió como demacrado, deshidratado y emocionalmente inestable.
Una enfermera declaró a Rolling Stone que Andrade se negó a permanecer bajo observación, insistiendo en abandonar el hospital en cuestión de días, temeroso de ser descubierto.
A su delicada condición se suma una larga lucha contra la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
La misma enfermera aseguró que Andrade tosía constantemente, tenía dificultad para respirar incluso sentado y necesitaba oxígeno por las noches.
Los pacientes con EPOC suelen requerir medicación continua y supervisión constante, pero su estilo de vida recluido ha hecho casi imposible mantener un tratamiento estable.
Años de tabaquismo, ansiedad y falta de ejercicio han acelerado el deterioro de sus pulmones.
Quienes lo han visto en los últimos años lo describen como un hombre físicamente frágil y psicológicamente perturbado.
Padece insomnio crónico y episodios de paranoia.
Teme que el personal médico o los vecinos filtren su paradero a la prensa.
Mantiene las cortinas cerradas, evita contestar llamadas y rechaza toda visita, incluso de antiguos amigos o familiares.
Durante su hospitalización, varias enfermeras recordaron haberlo escuchado susurrar, “Todavía me están vigilando”.
El productor que alguna vez imponía respeto y miedo, ahora es descrito como delgado, nervioso y retraído, viviendo en un aislamiento casi absoluto.
Sus días giran en torno a controlar su respiración, tomar sedantes para el dolor y caminar dentro de casa cuando la ansiedad lo domina.
Amigos que han intentado contactarlo afirman que ya no responde mensajes.
Es como si sus enfermedades se hubieran fusionado con su miedo, dejándolo atrapado entre la decadencia física y una sensación permanente de persecución.
Hoy, la existencia de Sergio Andrade no se define por el lujo ni la fama, sino por la fragilidad, la soledad y la paranoia.
Un hombre acosado tanto por su cuerpo como por su pasado.
Sergio Andrade alguna vez tuvo las llaves del estrellato en México.
Fue respetado, temido y envidiado.
Pero ahora su nombre ya no despierta aplausos, sino silencio, controversia y preguntas sin respuesta.
Alejado del foco, de sus hijos y del mundo, vive entre la enfermedad, la paranoia y las sombras.
Su vida es el testimonio de un imperio construido sobre el control y el miedo, que acabó por implosionar, dejando solo las ruinas de una salud comprometida y una conciencia que, según se intuye, no le da descanso.
La rendición de cuentas definitiva, la que exigen sus víctimas y sus propios hijos, sigue pendiente, mientras él se desvanece en un aislamiento autoimpuesto, temeroso del mundo exterior que, con justa razón, lo persigue.
El exproductor, en la antesala de los 70 años, vive un ocaso solitario y trágico.
Su vida es una oscura advertencia sobre el costo de abusar del poder, un costo que se paga en el silencio y el aislamiento, marcado por la enfermedad y la sombra de un pasado que se niega a morir.