Ruth Karina, la inconfundible voz de la tecnocumbia peruana, cuya fama explotó a finales de los años 90 con el icónico “Baile del Calzón”, es una figura que evoca tanto la alegría desbordante de la cumbia selvática como el drama más profundo de la vida personal y las tragedias mediáticas.
Su carrera, que la consolidó como una de las artistas tropicales más queridas y exitosas del Perú, ha estado marcada por un torbellino de fama vertiginosa, problemas de salud, crisis matrimoniales y escándalos políticos que estuvieron a punto de destruirla.

La artista saltó a la fama de una manera escandalosa y memorable.
Durante una aparición en el programa Magaly TV, Ruth Karina y la propia conductora, Magaly Medina, protagonizaron el audaz y polémico “Baile del Calzón”, quitándose la prenda íntima al ritmo de la música.
Aquella escena se convirtió en un escándalo mediático que catapultó al tema “Ven, Baile” a la categoría de fenómeno, rebautizado justamente como el “Baile del Calzón”.
A partir de ese momento, Ruth Karina se consolidó como la indiscutible reina de la tecnocumbia peruana, llevando su contagiosa cumbia selvática a todos los programas de televisión.
Su popularidad fue tal que incluso apareció en la aclamada película Pantaleón y las visitadoras de 1999, interpretando su hit en la pantalla grande.
A inicios de los años 2000, emprendió una exitosa carrera como solista, logrando nuevos éxitos en la cumbia tropical con canciones como “Sangre Caliente” o “Lloras por mí”, que la mantuvieron vigente y querida por el público.
Sin embargo, la fama desmedida trajo consigo una cara oscura que afectó profundamente su vida personal.
El vertiginoso ritmo de la popularidad y las exigencias de la industria cobraron una factura brutal en la salud física y mental de Ruth Karina.
La artista desarrolló severos trastornos alimenticios y cayó en una profunda depresión, todo mientras lidiaba con las demandas de su carrera y la maternidad en solitario.
En un intento desesperado por cumplir con los estrictos cánones de belleza de la época, llegó al extremo de someterse a cirugías estéticas riesgosas.
Uno de estos procedimientos, una operación para bajar de peso, casi le cuesta la vida.
Una negligencia anestésica la dejó en estado de coma durante días, un episodio traumático que marcó un antes y un después.
“Me quería hacer una lipo en la cual convulsioné”, confesó tiempo después.
Años más tarde, al recordar esa dolorosa etapa, la artista reveló la doble vida que llevaba en el escenario.
“Miraba la cámara y sonreía, pero si ven mi mirada era una mirada muy triste”, confesó.
Superó esa profunda crisis personal y de salud atribuyendo su recuperación a su fe.
“Con ayuda de Dios, ya no soy la persona que por un lado llora y por el otro ríe”, afirmó la cantante, dando un giro espiritual a su vida.
Efectivamente, tras este episodio traumático y una serie de problemas sentimentales, Ruth Karina se convirtió al evangelismo, iniciando una nueva etapa personal y musical que buscó la sanación y la redención.
Pero el destino le tenía reservado el golpe más duro en su vida personal y familiar.
Su esposo, el policía Rolando Osambela, fue detenido y, posteriormente, condenado por narcotráfico, un hecho que sacudió por completo su entorno familiar y su imagen pública.
Este escándalo de grandes proporciones la obligó a tomar decisiones drásticas.
En aquel entonces, la cantante optó por guardar silencio y se alejó de los escenarios para proteger a sus hijos de la inmensa tormenta mediática que se desató.

A pesar de la condena, Ruth Karina defendió fervientemente la inocencia de su marido, alegando que había sido involucrado sin pruebas sólidas.
“Decidí apoyarlo, decidí estar con él”, dijo en su momento, confirmando su inquebrantable lealtad, incluso frente a la adversidad más grave.
“Yo estoy aquí por esa decisión, por esa convicción de estar con él”, sentenció.
En medio de toda esta tormenta, su hijo, Jonathan Rolando Osambela, se convirtió en el verdadero motor de su vida.
Sin embargo, Jonathan tomó una decisión clara y consciente: alejarse de los reflectores y de la fama de su madre para construir su propio camino.
Según Ruth Karina, aunque trabajaron juntos durante muchos años, Jonathan siempre ha buscado sobresalir por sus propios medios.
Actualmente, es un DJ conocido y se dedica a trabajar tras bambalinas como productor de sonido, prefiriendo evitar la exposición frontal del escenario.
Esta decisión refleja un claro deseo de forjar una identidad profesional propia, distante de la figura icónica de su madre, un acto de madurez y autonomía.
Ya en un tiempo más reciente, cuando parecía haber encontrado la calma, la cantante se vio envuelta en controversias ajenas a lo musical, con fuertes implicaciones políticas.
A finales de 2018, la difusión de los audios comprometedores del ámbito judicial, conocidos como el caso de los “Cuellos Blancos del Puerto”, convulsionó al país.
Uno de estos audios reveló una conversación de Ruth Karina solicitando algunas “cositas” al entonces juez supremo César Hinostroza, uno de los principales implicados en el sonado caso.
La grabación sugería que la artista estaba pidiendo favores personales al magistrado, desatando un escándalo político que salpicó de lleno a la cantante, cuestionando su integridad.
Frente a la nueva polémica, Ruth Karina rompió su silencio para defenderse.
Aseguró que su trato con Hinostroza se debía únicamente a una amistad de años, ya que el juez conocía a su familia desde su época en Iquitos.
Negó rotundamente haber buscado algún tipo de favor ilegal o beneficio personal, intentando desvincular su nombre de la grave red de corrupción judicial.
Actualmente, y alejada de los grandes shows mediáticos, Ruth Karina continúa dedicada a la música, aunque con un perfil notablemente más discreto.
A sus 52 años, no ha abandonado los escenarios.
Suele presentarse en peñas, discotecas y eventos locales, donde revive sus recordados éxitos de la tecnocumbia, acompañada de su grupo de bailarinas amazónicas.
Con más de 25 años de carrera, Ruth Karina se mantiene como un verdadero icono de la tecnocumbia peruana, símbolo de una era de ritmos tropicales que, a pesar de las tragedias personales y los escándalos, marcó a toda una generación.
Su vida es el retrato de una artista que lo tuvo todo: fama, fortuna y éxito, pero que tuvo que enfrentar los demonios internos y las crisis externas más profundas.