Carlos Reinoso ya tiene más de 80 años y su vida es triste.
Fue el alma del club América en los años 70.
Un extranjero que se convirtió en leyenda, el único hombre que ganó títulos allí como jugador y como entrenador.
Pero detrás de la gloria, Carlos Reinoso vivió una historia mucho más oscura.
Compañeros que lo insultaban por ser chileno, una adicción a la cocaína que casi lo mata y una hija que no sabía que existía hasta que apareció a los 18 años.
Hoy, con más de 80 años, hace tiempo que no dirige.
Aún habla de fútbol en televisión, aún sueña con una última oportunidad.
Pero las llamadas se detuvieron.
El juego siguió sin él.
¿Cómo terminó el maestro olvidado por el deporte al que le entregó todo?

Carlos Enzo Reinoso Valdenegro nació en Santiago de Chile en 1945.
Hijo de un humilde trabajador, Reinoso se forjó en la perseverancia.
Ingresó a las divisiones juveniles del Audax Italiano a comienzos de los años 60 y rápidamente destacó por su mezcla poco común de garra, visión y técnica.
En 1968 ya se había convertido en el máximo goleador del campeonato chileno siendo mediocampista.
Su gran oportunidad llegó cuando, prestado a Colo Colo para enfrentar al Santos de Pelé, no solo marcó el gol del triunfo, sino que llamó la atención del propio Pelé.
Pero los representantes del América llegaron a Santiago con un maletín lleno de dólares y una llamada del temido Emilio Azcárraga Milmo, el Tigre de Televisa.
“Si no vienes en dos días, no vuelves a jugar fútbol”, le advirtieron.
Eligió México.
Esa decisión, tomada por miedo y amor, cerró la puerta a Brasil y al Real Madrid.
Tras el mundial de 1974, Reinoso pasó 15 días en Madrid negociando un posible fichaje, pero ya se había enamorado de una mexicana y temía la amenaza de Azcárraga.
En el club América, Reinoso se convirtió en leyenda.
Entre 1970 y 1979 disputó más de 360 partidos, anotó 95 goles y ganó múltiples campeonatos.
Los aficionados lo apodaron el Maestro.
A pesar de la gloria, sus primeros años en México estuvieron marcados por la discriminación.
Cuando llegó al América en 1970, en México era solo otro sudaka, un término despectivo.
Lo ridiculizaban a sus espaldas, lo excluían y se burlaban de su acento.
Un día, Reinoso explotó en una pelea a puñetazos con un compañero veterano.
“Después de eso, nadie volvió a decirme así”, confesó.
La pelea no fue solo por orgullo, fue por supervivencia.
Reinoso cargó con el estigma del extranjero a donde fuera.
Ni siquiera su relación con la selección chilena fue sencilla, marcada por un prolongado conflicto con su compañero Francisco Chamaco Valdés, una rivalidad que chocaba estilos y egos.
Su carrera internacional se desvaneció en silencio, atrapada entre la política bajo la dictadura de Pinochet y el orgullo interno.
En México, Reinoso dejó que hablaran sus pies, pero emocional y culturalmente, seguía siendo un hombre sin país.

Después de retirarse en 1980, Reinoso hizo la transición a la dirección técnica.
El América le dio su primera oportunidad como entrenador en 1981 y solo tres años después llevó al equipo a un título de liga histórico en la temporada 1983-1984, venciendo a las Chivas en la legendaria Final del Siglo.
El éxito, sin embargo, no lo inmunizó contra sus tormentas personales.
En 1989, mientras dirigía a los Tigres UANL, Reinoso probó la cocaína por primera vez.
Empezó como un escape, pero pronto consumía hasta 20 pases al día.
“Me despertaba pensando en eso.
Dirigía un partido con la droga en el bolsillo”, recordó.
Su primer intento de dejarlo llegó en una iglesia, sin ayuda profesional, tirando todo por el inodoro en un acto desesperado de fe.
Logró mantenerse limpio por un tiempo.
Pero a mediados de los 90, durante su etapa en Toros Neza, todo volvió a quebrarse con una recaída devastadora.
El detonante fue una carta: una joven de 18 años se presentó como su hija Jessica, fruto de una relación pasada.
“Me quedé helado.
No sabía cómo decírselo a mi mujer”, confesó.
Volvió a la cocaína para adormecer el dolor.
Un día, Juan Antonio Hernández, dueño de Toros Neza, notó las señales y lo confrontó: “Maestro, quiero que vaya a Oceánica.
Esta noche”.
Oceánica era una de las clínicas de rehabilitación más prestigiosas de México.
Reinoso se internó esa misma noche.
Permaneció allí un mes y esta vez, la terapia y la fe funcionaron.
Ha permanecido sobrio por más de tres décadas.
“Mi mayor victoria fue salir de ese agujero vivo”, dijo más tarde.

Al salir de rehabilitación a finales de los 90, Reinoso regresó a los banquillos, predicando disciplina y segundas oportunidades.
Ayudó a León y a San Luis a ascender, y en 2015-2017, al frente del Veracruz, levantó la Copa MX, el primer trofeo del club en más de 60 años.
Pero el fútbol había cambiado, y Reinoso se forjó una reputación de comportamiento errático.
El momento más oscuro llegó en 2001, cuando el colombiano Faustino El Tino Asprilla, quien jugó brevemente bajo su mando en Atlante, aseguró que Reinoso ordenó a sus jugadores perder intencionalmente una semifinal crucial para clasificar.
“Reinoso fue el peor entrenador que tuve.
Está loco”, sentenció Asprilla.
Reinoso lo negó todo, pero la mancha permaneció.
Su regreso al América en 2011 fue un accidente a cámara lenta.
El equipo se hundió en la irregularidad, sus declaraciones eran grandilocuentes y la prensa lo destrozó, convirtiendo sus palabras en burla.
Al final de la temporada, América lo despidió sin despedida, sin agradecimiento, solo silencio.
La ruptura más amarga llegó con el periodista José Ramón Fernández, Joserra, quien lo atacó públicamente, calificándolo de “parásito” del América.
Reinoso se quedó sin cargo, sin lugar en la directiva, observando cómo su club seguía adelante sin él.

Hoy Carlos Reinoso tiene 80 años.
Sigue haciendo apariciones esporádicas como comentarista en TUDN, especialmente durante los partidos del América.
Sus comentarios son agudos, emotivos, a menudo críticos, defendiendo el legado del club.
Pero ya no hay equipo, no hay banquillo, no hay un último partido que preparar.
Desde su última etapa como entrenador con Correcaminos en 2019, no ha vuelto a dirigir.
Han pasado 4 años, ni una oferta, ni siquiera una llamada.
“Todavía me despierto pensando en alineaciones”, dijo en 2023.
Pero nadie llama.
Hay una crueldad invisible en la memoria del fútbol.
A pesar de ser uno de los mejores extranjeros que ha tenido la Liga MX, sigue extrañamente al margen de la estructura moderna del fútbol.
En 2021 bromeó diciendo que quería que sus cenizas fueran esparcidas en el campo del estadio Azteca.
“Le di mi vida a esa cancha”, dijo.
Es el único lugar donde realmente me sentí aceptado.
Reinoso nunca ha tenido un partido de despedida, nunca una noche de homenaje.
Para alguien que lo dio todo, la ausencia duele.
Sus hijos lo aman, sus fans lo veneran, pero el fútbol, el mismo al que le entregó todo, siguió sin él.
El Maestro no había perdido la voz.
El mundo simplemente dejó de escuchar.
Así que ahora te preguntamos, ¿deberíamos honrar a leyendas como Reinoso mientras aún pueden escuchar los aplausos?
Nos hemos vuelto demasiado rápidos para olvidar a los pioneros que dieron forma a nuestros equipos favoritos.
Si esta historia te conmovió, deja tu me gusta y cuéntanos en los comentarios qué es lo primero que piensas cuando escuchas el nombre Carlos Reinoso.