A cambio del puesto de Jefe de Policía le dio a López Portillo a su sobrina la la actriz Isela Vega

La historia del poder en México está marcada por secretos, pactos y favores que rara vez se documentan oficialmente, pero que moldearon el rumbo político y social del país durante décadas.

Uno de los episodios más turbios y menos conocidos es el acuerdo no escrito entre el entonces presidente José López Portillo y su amigo íntimo, Arturo “El Negro” Durazo, quien se convirtió en el hombre más temido de la Ciudad de México como jefe de la policía capitalina.

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Sin embargo, el precio por ese poder no fue dinero ni lealtad, sino algo mucho más personal y doloroso: la sobrina de Durazo, la actriz Isela Vega.

 

Arturo Durazo Moreno, nacido en 1924 en Sonora, fue una figura emblemática y controvertida en la historia del México moderno.

Militar de carrera y con una experiencia en seguridad pública, Durazo supo desde joven cómo moverse en los oscuros pasillos del poder.

Su amistad con José López Portillo data de los años 50, cuando ambos eran jóvenes con ambiciones enormes.

Mientras López Portillo ascendía en la política y el derecho, Durazo lo hacía desde la periferia del crimen y los cuerpos de seguridad.

 

Cuando López Portillo alcanzó la presidencia en 1976, Durazo acudió a Los Pinos con una propuesta clara: quería ser nombrado jefe de policía de la capital, y a cambio, le ofrecía algo que ningún otro podía darle.

Ese “algo” era su sobrina, Isela Vega, una joven actriz que ya comenzaba a destacar en el cine mexicano por su talento y personalidad arrolladora.

Isela Vega passes away: A sex symbol, prolific director and legendary  actress | Al Día News

Isela Vega se había ganado un lugar en el cine nacional gracias a su carácter fuerte, sensualidad y versatilidad actoral.

Era vista como un símbolo de rebeldía y talento, y había protagonizado varias películas memorables.

Lo que pocos conocían era su vínculo familiar con Arturo Durazo: su madre era hermana del jefe de policía.

Durazo había apoyado económicamente a Isela en sus primeros pasos artísticos, considerándola su carta más valiosa y un símbolo de esperanza para salir de la pobreza.

 

Cuando López Portillo expresó su interés en conocer a Isela, Durazo no dudó en aprovechar la oportunidad para cerrar su trato con el presidente.

Según documentos filtrados años después y luego destruidos por la Secretaría de Gobernación, Isela fue invitada a una fiesta privada en la casa de Durazo en Acapulco, durante los primeros meses del sexenio de López Portillo.

 

La invitación se presentó como una cena entre artistas y funcionarios del nuevo gobierno, pero la realidad fue muy distinta.

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Al llegar, Isela encontró solo tres personas: el presidente López Portillo, Arturo Durazo y ella misma.

La velada transcurrió entre champaña, mariscos y halagos, pero pronto se tornó incómoda.

 

Según testimonios que Isela compartió en privado años después, López Portillo fue directo y brutal en sus intenciones: “Tú me gustas, Isela, y tu padrino me ha dado su bendición”.

Intimidada, Isela intentó retirarse, pero Durazo la detuvo y le susurró que pensara en su carrera, en lo que podía lograr y en quién era él.

Esa noche, se dice, Isela y López Portillo compartieron la habitación presidencial, un hecho que se convirtió en un secreto a voces en los círculos del poder.

 

Pocos días después, Durazo fue nombrado jefe del Departamento de Policía y Tránsito del Distrito Federal, un cargo que lo convirtió en la figura más poderosa y temida de la capital.

Para Isela, las consecuencias fueron evidentes: recibió invitaciones para participar en producciones oficiales, acceso a financiamiento estatal para proyectos cinematográficos y una protección especial que la mantuvo alejada de la censura, incluso cuando sus papeles desafiaban las normas morales de la época.

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Sin embargo, el costo emocional fue alto.

Isela nunca habló públicamente de aquel episodio y evitó cualquier relación con Durazo o López Portillo en entrevistas posteriores.

Se dice que incluso negó ser pariente de Durazo para distanciarse de la sombra que aquella noche dejó sobre su vida.

 

Arturo Durazo Moreno cayó en desgracia a principios de los años 80 tras múltiples escándalos por enriquecimiento ilícito, corrupción y abuso de poder.

En 1984 huyó a Estados Unidos, fue extraditado, encarcelado y murió enfermo y sin gloria.

Por su parte, Isela Vega continuó su carrera con orgullo, pero siempre con cautela al hablar de aquel oscuro capítulo de su vida.

 

En una entrevista en 1999, cuando se le preguntó si había sido víctima de las pasiones del poder, Isela respondió con una amarga sonrisa: “Una vez alguien me puso un boleto de avión en la mano y creí que volaría alto, pero solo para llevarme a una jaula con cortinas de seda”.

Estas palabras resumen el precio que muchas mujeres pagaron en aquel entorno dominado por hombres poderosos.

José López Portillo - Fundación Princesa de Asturias

La historia que une a López Portillo, Durazo e Isela Vega nunca fue escrita en los libros oficiales ni fue tema de escándalos mediáticos.

Sin embargo, vivió entre susurros en los pasillos del poder y en expedientes clasificados.

El puesto que convirtió a Durazo en el hombre más temido de la Ciudad de México tuvo un costo humano y moral que no se puede ignorar.

 

Este caso plantea preguntas incómodas: ¿Hasta dónde puede llegar un hombre por el poder? ¿Puede una mujer ser moneda de cambio en pactos entre figuras poderosas? ¿Cuántas otras Iselas hubo en esa época, sacrificadas en silencio para sostener estructuras corruptas?

Isela Vega, con su talento y fuerza, logró forjar una carrera destacada en el cine y la televisión mexicanas, pero su historia también es un reflejo de las complejas relaciones entre el arte, la política y el poder.

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Su vínculo con Durazo y López Portillo revela cómo el poder puede corromper y cómo las mujeres, incluso las más talentosas y valientes, pueden quedar atrapadas en redes de control y abuso.

 

Este relato es un recordatorio de la necesidad de transparencia, justicia y respeto hacia quienes han sido víctimas de estas dinámicas.

La memoria de Isela Vega y su legado artístico merecen ser reconocidos sin sombras, pero también con la verdad completa sobre las circunstancias que marcaron su vida.

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