Locura, dinero y fama.
Tres cosas que lo convirtieron en una leyenda y tres cosas que, inevitablemente, lo destruyeron.
Super Porky no fue solo un luchador más dentro del inmenso universo de la lucha libre mexicana.

Fue un espectáculo en sí mismo.
Con su carisma, su humor inconfundible y su presencia imponente, se ganó el cariño de generaciones de fanáticos.
Su sola entrada a la arena arrancaba carcajadas y aplausos ensordecedores.
Era más que un gladiador del ring: era un símbolo de alegría.
Pero lo que pocos sabían era que, tras las luces, las máscaras y los aplausos, se escondía un hombre atrapado entre excesos, malas decisiones y un cuerpo que poco a poco se convirtió en su enemigo.
José Luis Alvarado Nieves nació el 19 de marzo de 1963.
Creció dentro de una de las familias más respetadas de la lucha libre mexicana: la dinastía Alvarado.
Sus hermanos —Brazo de Oro y El Brazo— serían sus primeros compañeros de batalla.
Juntos debutaron como “Los Brazos”, un trío que marcaría historia en los años 80, recorriendo México y consolidándose como figuras del pancracio.
Al inicio, todos ocultaban su rostro bajo la máscara, como dicta la tradición.
Pero el 21 de octubre de 1988, en Monterrey, ocurrió lo impensable: los Brazos perdieron su máscara en un combate contra los Villanos.
Aquella derrota, lejos de hundirlos, los catapultó a la fama.
El público, en lugar de rechazarlos, los abrazó con más cariño.
Desde ese día, Brazo de Plata, con su físico robusto y su estilo ágil para su tamaño, se convirtió en un luchador inolvidable.
Con el tiempo, el personaje evolucionó.
De Brazo de Plata nació Super Porky, una versión más cómica, carismática y desbordante de energía.
Sus caídas teatrales, sus movimientos exagerados y su capacidad de burlarse de sí mismo lo hicieron un fenómeno de masas.

Super Porky representaba alegría, pero detrás del personaje había un hombre que empezaba a perder el control.
El dinero llegó en cantidades que nunca imaginó.
Los promotores lo buscaban, las arenas se llenaban con su nombre en el cartel, y sus giras lo llevaron incluso a Japón y a Estados Unidos, donde firmó un contrato millonario con la WWE.
Por un tiempo vivió como una estrella internacional, codeándose con figuras como The Rock.
Pero la gloria también trajo consigo el veneno del exceso: fiestas interminables, mujeres, alcohol, lujos desmedidos y decisiones financieras catastróficas.
Super Porky confesó años después que vivió rodeado de una ilusión: creyó que los aplausos nunca se apagarían, que la fama era eterna y que el dinero jamás se acabaría.
Pero la vida se encargó de demostrarle lo contrario.
La ruina lo golpeó con fuerza.
Pérdida de propiedades, traiciones sentimentales, engaños legales y una salud que se deterioraba a pasos agigantados.
Llegó a pesar más de 180 kilos, lo que afectó gravemente sus rodillas y caderas.
Las cirugías necesarias para devolverle movilidad eran demasiado costosas, y sin dinero, solo pudo sobrevivir gracias al apoyo de su familia, en especial de su hijo, Psycho Clown.
La pandemia fue un golpe final.
Las arenas se vaciaron, los ingresos desaparecieron, y Super Porky, desesperado, tuvo que vender sus máscaras originales, reliquias de su carrera.
Cada venta era como desprenderse de un pedazo de su alma.
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El 26 de julio de 2021, la noticia paralizó al mundo de la lucha libre: Super Porky había muerto de un infarto a los 58 años.
Fue su propio hijo, Psycho Clown, quien reveló los detalles: intentó reanimarlo, pero ya era demasiado tarde.
La muerte de Super Porky dejó al descubierto una historia tan inspiradora como dolorosa.
Inspiradora porque mostró el poder del carisma, del talento y del amor de un luchador hacia su público.
Dolorosa porque demostró que la fama y el dinero, cuando no se controlan, pueden convertirse en un camino directo a la destrucción.
Hoy, Super Porky vive en la memoria de los fanáticos como aquel gigante simpático que hacía reír y vibrar a las multitudes.
Pero también como un recordatorio de que incluso las leyendas son humanas, y que la verdadera batalla no siempre ocurre en el ring, sino en la vida misma.