Before his death, Gustavo Díaz Ordaz finally admits what we all suspected.

Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México de 1964 a 1970, es una figura polarizadora cuya administración está marcada por logros significativos y sombras inquietantes.

Nacido el 12 de marzo de 1911 en San Andrés, Chalchicomula, Puebla, Díaz Ordaz provenía de una familia con un legado político, pero su ascenso al poder estuvo plagado de controversias y decisiones que han dejado una marca indeleble en la historia de México.

Gustavo Díaz Ordaz nació en Tlacolula

Díaz Ordaz creció en un contexto de inestabilidad política, consecuencia de la Revolución Mexicana. A pesar de las dificultades, logró completar sus estudios y se convirtió en abogado.

Su carrera política comenzó a despegar cuando se convirtió en presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, y más tarde como magistrado de la Suprema Corte de Justicia.

Su conexión con Maximino Ávila Camacho, un influyente político, le abrió puertas que lo llevarían a convertirse en secretario de Gobernación bajo la presidencia de Adolfo López Mateos.

 

En 1964, Díaz Ordaz fue designado candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y ganó las elecciones con un abrumador 88.8% de los votos.

Su victoria fue menos un triunfo democrático y más una coronación dentro del sistema político priista, que ya había decidido su destino.

 

Durante su mandato, Díaz Ordaz impulsó el crecimiento económico de México, con un aumento sostenido del PIB y la construcción de importantes infraestructuras, como la primera línea del metro de la Ciudad de México, inaugurada en 1969.

Este proyecto no solo modernizó el transporte público, sino que también simbolizó el progreso y la modernización de la nación en un momento en que México se preparaba para ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos de 1968.

 

Sin embargo, detrás de estos logros se escondían decisiones que mancharían su legado.

Gustav Diaz Ordaz Print: 1967 Washington Press Conference. Art Prints,  Posters & Puzzles from Fine Art Storehouse
La represión de la disidencia y el uso de la fuerza para mantener el control fueron características de su gobierno.

 

Uno de los episodios más oscuros de su presidencia fue la masacre de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968, cuando las fuerzas gubernamentales abrieron fuego contra manifestantes pacíficos en la Plaza de las Tres Culturas, días antes de los Juegos Olímpicos.

Este evento dejó un saldo de muertos que nunca se ha confirmado, con estimaciones que varían desde decenas hasta varios cientos.

La respuesta del gobierno fue desmentir la magnitud de la violencia, atribuyendo los disparos a agitadores armados.

 

La represión ejercida durante este periodo ha sido objeto de numerosos estudios y críticas.

La periodista Elena Poniatowska, en su obra “La noche de Tlatelolco”, recopiló testimonios de quienes vivieron aquella noche trágica, preservando las voces de los que fueron silenciados.

La masacre no solo marcó un hito en la historia de México, sino que también evidenció la brutalidad del régimen de Díaz Ordaz.

 

Mientras su gobierno enfrentaba críticas por su manejo de la oposición, Díaz Ordaz también vivió un romance prohibido con Irma Serrano, conocida como “La Tigresa”.

Este vínculo no solo fue escandaloso por su naturaleza, sino que también reflejó la complejidad de su vida personal.

Chespirito era sobrino de Gustavo Díaz Ordaz, ex presidente de México-  Grupo Milenio
Irma, actriz y figura mediática de la época, reveló detalles de su relación en sus memorias, exponiendo secretos que Díaz Ordaz preferiría mantener ocultos.

 

La relación entre ambos se volvió tumultuosa, culminando en un incidente donde Irma le abofeteó con tal fuerza que casi provoca una tragedia nacional.

Este romance, que se desarrolló en medio de la creciente presión política y social, fue un reflejo de la vida secreta y contradictoria del presidente.

 

A medida que se acercaba el final de su mandato, la salud de Díaz Ordaz comenzó a deteriorarse.

Enfrentó críticas cada vez más intensas por su papel en la represión de los movimientos estudiantiles y la falta de libertad de expresión.

En 1974, tras dejar la presidencia, fue nombrado embajador en España, pero renunció a los pocos días, citando razones personales.

 

Díaz Ordaz falleció el 16 de julio de 1979 debido a cáncer de colon. Su muerte no trajo consigo el perdón ni el olvido.

La historia de su gobierno sigue siendo objeto de debate, y su figura continúa despertando tanto admiración como rechazo.

 

El legado de Gustavo Díaz Ordaz es complejo. Por un lado, se le recuerda como un presidente que impulsó el desarrollo económico y modernizó la infraestructura de México.

El rostro autoritario de Gustavo DÃaz Ordaz
Por otro, su gobierno es visto como un periodo de represión y violaciones a los derechos humanos. La masacre de Tlatelolco y su manejo de la disidencia han dejado una cicatriz en la memoria colectiva del país.

 

Las críticas a su administración han llevado a movimientos que exigen la eliminación de su nombre de escuelas, calles y espacios públicos.

La figura de Díaz Ordaz es un recordatorio de que el poder puede ser tanto una herramienta de progreso como un medio de opresión.

 

La historia de Gustavo Díaz Ordaz nos invita a reflexionar sobre la dualidad del poder y la responsabilidad de los líderes.

Sus logros no pueden ser ignorados, pero tampoco pueden justificar las atrocidades cometidas bajo su mandato.

La búsqueda de la verdad y la justicia para las víctimas de la represión se mantiene vigente en la sociedad mexicana.

 

En conclusión, Díaz Ordaz es una figura que encarna las contradicciones de la historia política de México.

Su legado es un recordatorio de que el progreso y la modernidad no deben venir a expensas de los derechos humanos y la dignidad de las personas.

La historia de su gobierno sigue siendo un tema de discusión y análisis, y su figura permanecerá en el debate sobre el rumbo que debe tomar México en el futuro.

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