La desaparición y posterior muerte de Valeria Afanador, una niña de 10 años con síndrome de Down, ha conmocionado a Colombia y dejado una profunda herida en su familia.
Su padre, Manuel Afanador, en una entrevista exclusiva, revela detalles desgarradores sobre la vida de Valeria, las circunstancias de su desaparición y las dudas que persisten en torno a lo ocurrido en el colegio donde estudiaba.
Este caso ha puesto en evidencia no solo la tragedia familiar, sino también la necesidad urgente de revisar los protocolos de seguridad y la inclusión educativa para niños con necesidades especiales en el país.
Valeria Afanador llegó a la vida de sus padres como un regalo muy esperado.
A pesar de que nació con síndrome de Down, sus padres la describen como una niña perfecta, llena de vida, alegría y amor.
Desde pequeña, Valeria mostró una personalidad única y un lenguaje propio, adaptado a sus capacidades, que la hacía entenderse perfectamente con su familia y amigos.
Su padre recuerda con cariño cómo Valeria era el centro de la familia, una “princesa de mil colores” que amaba pintar, bailar y jugar con sus hermanos.
La familia Afanador vivía en Cajicá, cerca de Bogotá, y siempre buscó darle a Valeria una vida lo más normal posible, integrándola en un colegio regular que tuviera experiencia en atender niños con condiciones especiales.
Valeria tenía amigos, disfrutaba de la escuela y era muy querida por quienes la rodeaban.
Sin embargo, ese entorno que parecía seguro pronto se convertiría en escenario de una tragedia.
El 12 de agosto de 2024, Valeria desapareció del colegio donde estudiaba.
Según relata Manuel Afanador, ese día fue igual que cualquier otro: su esposa llevó a los cuatro hijos al colegio y él se fue a trabajar.
Alrededor de las 12:40 del mediodía, recibió una llamada del colegio informando que Valeria no aparecía.
La angustia se apoderó de la familia, que rápidamente se movilizó para buscarla.
Manuel se dirigió al colegio y comenzó a buscarla en la zona cercana, incluyendo un río frío y fangoso que colinda con la institución.
A pesar de sumergirse en el agua y recorrer el área exhaustivamente, no encontró rastro de su hija.
La hipótesis inicial de que Valeria se hubiera caído al río fue descartada por el padre, quien explica que el río no era profundo y que si la niña hubiera caído, habría dejado señales visibles.
La búsqueda se extendió durante días con la ayuda de bomberos, policía, ejército y voluntarios, pero Valeria no apareció.
Lo que más duele a la familia Afanador son las circunstancias que rodean la desaparición de Valeria.
Manuel afirma con convicción que su hija no pudo haber pasado sola por debajo de una malla electrosoldada que rodeaba el colegio, ya que eso requeriría un esfuerzo considerable y habría dejado señales físicas como rasguños o prendas rotas.
Por ello, sostiene la hipótesis de que detrás de la malla había una persona y que Valeria fue víctima de un homicidio.
Esta sospecha se agrava ante el hecho de que la niña estuvo sola dentro del colegio, sin la supervisión adecuada, y que nadie se dio cuenta de su ausencia hasta que fue demasiado tarde.
La familia denuncia un descuido grave por parte de la institución y exige que se esclarezca la verdad.
La situación ha generado miedo en la familia, que decidió sacar a los niños del colegio y salir de la ciudad por temor a represalias.
La pérdida de Valeria ha cambiado para siempre la vida de la familia Afanador.
El duelo es profundo y constante, especialmente para los hermanos de Valeria, quienes aún no comprenden completamente la ausencia de su hermana mayor.
Manuel relata cómo sus hijos pequeños preguntan por Valeria y expresan el dolor de sentirse incompletos sin ella.
Para la familia, la búsqueda de justicia es también una forma de honrar la memoria de Valeria y de proteger a otros niños que puedan estar en situaciones vulnerables.
Manuel ha manifestado su disposición a colaborar con las autoridades y a impulsar cambios en la legislación para mejorar la inclusión y la atención a niños con discapacidades en Colombia.
El caso de Valeria pone en evidencia las deficiencias en la inclusión educativa y la atención a niños con necesidades especiales en Colombia.
Aunque Valeria asistía a un colegio que tenía experiencia con estudiantes con síndrome de Down, la familia señala que la supervisión y el cuidado no fueron los adecuados.
Manuel Afanador insiste en que la inclusión no es solo aceptar a niños con discapacidad en las aulas, sino garantizar que reciban la atención, el apoyo y la protección que necesitan para desarrollarse plenamente y con seguridad.
Propone que se trabajen leyes que realmente honren esta visión y que permitan a miles de niños en condiciones similares acceder a una educación de calidad y vivir en entornos seguros.
La historia de Valeria Afanador es un llamado urgente a la sociedad y a las autoridades para reflexionar sobre la protección y los derechos de los niños con discapacidad.
La tragedia que vivió esta familia no debe repetirse, y es imprescindible que se investigue a fondo lo ocurrido para esclarecer responsabilidades y evitar que otros menores sufran situaciones similares.
Mientras tanto, la familia Afanador continúa su lucha por la verdad y por mantener viva la memoria de Valeria, una niña que fue luz y alegría para quienes la conocieron.
Su historia nos invita a comprometernos con la inclusión real, la seguridad y el respeto hacia todas las personas, sin importar sus capacidades.
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